Sobre los Secretos del TúnelCon una notable destreza narrativa, Umberto Jara logra en Secretos del Túnel que por momentos sintamos algo de lo que experimentaron quienes estuvieron cautivos dentro de la residencia del entonces embajador del Japón en Lima cuando en diciembre de 1997 un comando del MRTA secuestró el lugar con más de 300 personas que celebraban el cumpleaños del emperador Akihito y mantuvo retenidos a 72 de ellos durante 126 días.
El libro es una valiosa pieza periodística. Entretenido, bien documentado y bien escrito, es un texto que seguramente quedará como un documento histórico de un hecho que, por su espectacularidad y duración, fue políticamente relevante en el fenómeno de las guerrillas suramericanas en la segunda mitad del siglo veinte. A pesar del acento crítico que se lee entre líneas a la decisión del presidente Fujimori de buscar una salida militar y no negociada a la crisis, la narración de lo ocurrido ejemplifica algunos de los principios maquiavélicos puestos magistralmente en práctica por el hombre que gobernó al Perú y ahora está siendo juzgado por sus presuntos crímenes contra los derechos humanos, y por la vinculación de su gobierno con un oscuro hombre, Vladimiro Montesinos. El libro además, logra arañar algo de la mentalidad de los guerrilleros que creyeron durante muchos días que su revolución triunfaría.
Al margen de si uno está o no de acuerdo con el desenlace de la situación, no cabe duda que el principal mérito político de Fujimori durante los 126 días de la crisis fue haber utilizado todos los medios políticos y diplomáticos a su alcance para hacerle creer al mundo que buscaba una salida negociada de la crisis. Mientras tanto, adelantaba un plan secreto que consistió en cavar varios túneles que desembocarían en la residencia y que permitirían el ingreso de la célebre “Patrulla Tenaz”. Lo cual finalmente ocurrió, dejando como saldo la muerte de los 14 guerrilleros del MRTA y dos comandos. Además, 25 de éstos resultaron heridos, y 71 rehenes fueron liberados ilesos.
Sin embargo, aunque el libro describe muy bien la argucia de Fujimori y la astucia empleada para resolver la crisis, las últimas páginas son una perorata indignada porque al parecer –y de ello el autor tiene varios indicios serios– se ultimó a un guerrillero que se había rendido. Moralmente tal conducta es injustificable, aunque quizás siempre será difícil de ponderar en sus condicionamientos y detalles desde un escritorio, sea el que sea.
Como lo políticamente correcto en éste momento en el país es querer la condena de cientos de años de Alberto Fujimori, aclaro que como soy peruano únicamente por adopción y no viví directamente su gobierno, no me siento en la necesidad de tomar posición sobre él ni sobre el proceso judicial que está en curso, como quizás sí muchos hermanos peruanos.
Como politólogo, me interesa destacar que describir una operación militar tan compleja y peligrosa que tuvo una desenlace exitoso –si se tiene en cuenta que casi todas las víctimas salieron ilesas– y cuestionarla porque no se recurrió en primera instancia a una solución negociada -los guerrilleros exigían la liberación de sus compañeros presos- y por el exceso de unos hombres al parecer al servicio del Estado –el autor sostiene que quienes ejecutaron a Eduardo Nicolás Cruz Sánchez “Tito” habrían sido miembros de una fuerza secreta al mando de Montesinos llamada “Escuadrón de Seguridad Júpiter”– es cuando menos desconcertante. No porque sea un asunto de poco valor, no porque no importen los derechos humanos –que sí importan– sino porque el tono de las páginas finales de Secretos del Túnel es el de una moralina inspirada en la ideología de los derechos humanos que tiene el grave defecto de ignorar que la realidad con la que se enfrentan los políticos a veces es más compleja y difícil de ponderar que las proclamas teóricas gramaticalmente impecables, y que por determinados errores en determinadas operaciones no se puede juzgar todo lo demás. Ello, insisto, no significa justificar tales errores ni negarse a hacer juicios críticos de lo ocurrido, así como tampoco lleva a descartar de plano soluciones políticas negociadas ante las crisis.
De un libro como éste, el lector espera una historia bien contada –como hace Jara la mayor parte del tiempo, salvo sus críticas políticamente correctas al régimen y a la Iglesia– no a un escritor rasgándose las vestiduras y dando implícitamente lecciones de moral humanitaria y desconociendo que él en ésa situación, quizás habría hecho lo mismo.
Arequipa, 5 de enero de 2007.
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