Ni progresista ni conservador

Intelectuales y académicos suelen confundir el liberalismo con el progresismo. De allí que no conciban el liberalismo como un talante que aprecia la libertad individual y tolera las diversas formas de vida, sino como un conjunto de dogmas que mandan ciertas formas de pensar y actuar. Formas que, por lo demás, se consideran modernas, racionales y políticamente correctas.

Hago esta aclaración porque el Pew Research Center de Estados Unidos tiene una mala noticia para los progresistas: la mayoría de las 40.000 personas que encuestó en 40 países del mundo consideran moralmente inaceptables algunas conductas que un progresista considera como ejemplo de modernidad: relaciones extramatrimoniales (78%), juegos de azar (62%), homosexualidad (59%) y aborto (56%). 

El Global Views on Morality indagó la opinión sobre ocho asuntos. Además de los cuatro mencionados, indagaron por las relaciones prematrimoniales (46%), consumo de alcohol (42%), divorcio (24%) y uso de anticonceptivos (14%). Los encuestados debían señalar si se trata de un asunto moralmente inaceptable, aceptable, o no es un asunto moral.

Una de las conclusiones del estudio es que existe una estrecha relación entre la concepción moral de las sociedades y su religiosidad predominante. Por ello, países sociológicamente más religiosos suelen tener mayores índices de rechazo de las prácticas consultadas. Así por ejemplo, las relaciones prematrimoniales son consideradas moralmente inaceptables por más del 85%  en países de mayoría musulmana como Jordania, Egipto, Turquía, Palestina y Túnez. Los juegos de azar los reprueba más del 88% en Pakistán, Indonesia, Ghana y Jordania, y el 93% y 79% desaprueban el aborto en países mayoritariamente cristianos como Filipinas y Brasil. 

Por contraste, Francia, República Checa o España, que cuentan con los índices más bajos en Occidente de práctica religiosa son más proclives a considerar como aceptables los asuntos mencionados o a considerar que no son problemas morales, sino subjetivos. El divorcio, por ejemplo, es inmoral sólo para el 4% de españoles y los franceses son los únicos de la muestra que desaprueban las relaciones extramatrimoniales por debajo del 50%.

El estudio le da la razón a los sociólogos que sostienen que hay una correlación entre mayor nivel de ingreso económico de un país y los comportamientos secularistas de su población. Canadá, Alemania, Israel, Japón e Italia son ejemplo de ello. Sin embargo, la teoría de la secularización está llena de excepciones, pues existen formas de modernidad política que no son hostiles a las tradiciones morales y religiosas, como lo confirman las cifras de Estados Unidos, Rusia, Corea del Sur, Malasia, India y Brasil. 

Como en toda encuesta, cada quien sacará agua para su molino. Los conservadores subrayarán que las relaciones extramatrimoniales, los juegos de azar, la homosexualidad y el aborto son rechazados mayoritariamente. Los progresistas, por su parte, celebrarán que los métodos anticonceptivos y el divorcio dejaron de ser un tabú social en la mayoría de países encuestados, y que es previsible que las demás conductas sigan esta tendencia o dejen de tener una connotación moral.  

Pero hay otra lectura posible: reconocer que cada quien escoge libremente su modo de vida, en lo cual interviene una decisión personal y autónoma, pero también las costumbres, el contexto y los valores de las comunidades en las que desarrollamos nuestro proyecto de vida. Estos modos de vida, como lo muestra el estudio, son plurales y no se organizan jerárquicamente.

A pesar de esta lección de pluralismo global, me temo que los progresistas seguirán creyendo que unos modos de vida o costumbres son liberales, racionales y modernos, y los demás sólo merecen adjetivos. Es decir, seguirán invocando con fervor las supuestas verdades reveladas del liberalismo destinadas a convertir a los herejes de la corrección política. 

Publicado en El Espectador, Bogotá, 6 de julio de 2014, p. 61. 

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