Derecha del siglo XXI
Hay que elogiar el gesto de independencia de la revista Semana al dedicar su portada a “La nueva derecha” unos días después de que el Presidente Santos dijera públicamente que izquierda y derecha son términos obsoletos. En su artículo, acertó la revista al destacar dos rasgos que distinguen a la derecha en el país: respaldo popular y plataforma ideológica. Lo primero quedó demostrado en las elecciones parlamentarias y presidenciales de este año. Lo segundo se explica por su talante moral conservador y su identificación con el ideario del Gobierno Uribe.
Es una buena noticia para nuestra democracia que la derecha haya dejado de ser vergonzante. Y si los medios ayudan un poquito, dejará de ser una mala palabra. Pero si quiere volver a ser una opción de poder, tiene que enfrentar tres retos: modernizarse, institucionalizarse y moderarse.
La derecha colombiana hizo de la seguridad su bastión político e ideológico. Ciertamente, buena parte de sus electores consideran que éste es el problema central del Estado, algo que Álvaro Uribe interpretó muy bien en 2002 y que explica el éxito de su primer gobierno. Pero la derecha se ha equivocado desde 2010 tratando de situar la seguridad en el centro de la agenda pública. No porque ya no sea un problema, sino porque las circunstancias cambiaron y hay otros asuntos que requieren atención.
Por eso, modernizarse significa mostrar que tienen una concepción de lo público que va más allá de aumentar el número de cámaras y policías en las calles, y proponer soluciones para los problemas de un país cada vez más urbano que reclama hacer apuestas estratégicas en cultura ciudadana, calidad de vida, empleo, educación, salud, infraestructura y gestión de los recursos públicos. Diversificar y modernizar sus propuestas le permitiría mostrar que no es sólo la voz de los estamentos rurales y que está lejos de ser extrema. Que es propositiva y no sólo reactiva.
Institucionalizarse significa establecer unas reglas de juego partidistas que trasciendan los personalismos. La derecha no debería estar representada por un sólo partido, el Centro Democrático. Si se institucionaliza, podría ser capaz de recoger los matices que existen en otras fuerzas y movimientos y aglutinar el sentir mayoritario de la sociedad para representarlo con mayor coherencia ideológica. La institucionalización le quitaría el argumento a sus críticos de que sus representantes son simples voceros del expresidente Uribe.
La moderación significa que prevalezca el discurso de quienes creen que hay que poner mayores condiciones a la negociación con las guerrillas, y no quienes auguran la inminente invasión del castro-chavismo. De quienes creen que Santos obtuvo un mandato -que no un cheque en blanco- para firmar la paz, y no quienes insisten en que es un comunista disfrazado.
En este sentido, el lenguaje y las formas ayudarían mucho: algunos representantes de la derecha muestran un tono agrio y exaltado con sus contradictores en los debates públicos y en Twitter, dando la impresión de que su enojo no es justa indignación sino viudez de poder. Y así, ellos mismos cumplen la profecía.
El Gobierno y los demás sectores políticos tienen el deber de no promover la estigmatización y la judicialización del debate de quienes Semana llamó “la nueva fuerza política del país”. Ello prevendría al país de la tiranía de la mayoría.
Publicado en El Espectador, 13 de julio de 2014, p. 69.
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