Ser columnista
El periódico El Mundo de Medellín me ha invitado generosamente a escribir habitualmente en sus páginas de opinión. Valoro la oportunidad de opinar en un medio impreso en un país en el que suceden tantas cosas, pues a veces, ante la ausencia de un espacio fijo y unos pacientes lectores, uno se queda sin transmitir alguna consideración que quizás no haya sido tenida en cuenta en el debate público. Pero sinceramente, aprecio más la invitación del diario porque no conozco personalmente a ninguno de sus periodistas. Nos hemos conocido por el ciberespacio. Así es. Por medio de este blog y del correo electrónico.
Ante este compromiso que asumo, he estado pensando qué significa ser columnista. A riesgo de ser aburrido, quisiera compartirles algo de lo que he pensado. Básicamente, ser columnista implica tener un cierto privilegio: que haya un medio de comunicación que le de relevancia pública a sus opiniones, las cuales además, se expresan con notable libertad (temática y estilística). Por ello, creo que ser columnista implica ante todo una responsabilidad con el lector.
Para mí es absolutamente claro que una columna no puede ser un instrumento para agenciar intereses personales. Tampoco para desahogar odios o animadversiones, menos aún, elogios sospechosos. Una columna debe ser una corta y sencilla expresión pública del esfuerzo que el autor lleva a cabo por estructurar teóricamente la verdad acerca de un asunto específico. Es cierto que una columna no puede expresar toda la verdad sobre un tema. Sería absurdo pretenderlo, así como es ingenuo creerse dueño de la misma. El columnista debe saber que es tan falible como cualquier ser humano. Pero ese dato no lo exime de informarse con seriedad y buscar con honestidad cuál es la verdad sobre una cuestión de interés público.
Como soy un profesor universitario, el tono intelectual y académico de ciertas columnas me resulta muy atractivo. Como las de Mario Vargas Llosa o Héctor Abad cuando escriben sobre literatura. Como las de Moisés Naím, Juan Gabriel Tokatlián, Farid Kahhat, u Andrés Oppenheimer cuando abordan la política internacional. Verdaderas clases de ciencia política parecen algunas columnas de Eduardo Pizarro Leongómez, Eduardo Posada Carbó, y Jorge Giraldo. O de economía las de Alejandro Gaviria, Juan Carlos Echeverri o Paul Krugman.
Sin embargo, para mí este es un enfoque válido para algunas columnas, aunque quizás no para todas.
Descreo de los columnistas monotemáticos. Los eternos críticos de lo mismo como Antonio Caballero, Ramiro Bejarano, María Jimena Duzán, Claudia López, Florence Thomas, Juan Gabriel Vásquez o Fernando Londoño. Se vuelven totalmente predecibles (en Antioquia diríamos que hasta “cansones”), y, al ser reiterativa, la crítica se desvanece, volviéndose tenue e ineficaz.
En un país que goza de una vida política muy activa como Colombia, es imposible no dejarse tentar por opinar sobre la coyuntura. Presiento que mucho de ello tendrá Entredicho. Confieso que no me pierdo las columnas de Mauricio Vargas, Alfredo Rangel, o María Isabel Rueda (a pesar de lo frívola que puede llegar a ser), y desde hace unos días la de Enrique Santos, Rudolf Hommes o José Obdulio Gaviria. Me parece inevitable este enfoque, aunque en nuestro medio, lanzarse a ese ruedo puede implicar no solo redundar temáticamente, sino correr un riesgo jurídico (están de moda las tutelas contra los columnistas), y hasta vital.
No obstante, uno siente cierta tranquilidad porque piensa, quizás ingenuamente, que así contribuye en algo a la situación del país. Tengo la impresión de que un vicio típico del columnista es sobrevalorar la importancia de las ideas en la sociedad, empezando por las suyas. Por lo demás, creo que es uno de los vicios (o ilusiones) más frecuentes del intelectual.
Está también la posibilidad de opinar sobre temas de fondo, asuntos de vuelo filosófico. Hace años era un placer intelectual leerlo a Julián Marías en el ABC. Entre nosotros, Carlos Gómez Fajardo, Carmen Elena Villa, Juan José García, son un saludable recordatorio de que la vida no son sólo debates políticos coyunturales. Mucho de eso también intentará tener mi columna.
En fin, Entredicho aparecerá los miércoles, cada quince días, en http://www.elmundo.com/
Aguardo sus comentarios.
Buenos Aires, 11 de abril de 2009.
Ante este compromiso que asumo, he estado pensando qué significa ser columnista. A riesgo de ser aburrido, quisiera compartirles algo de lo que he pensado. Básicamente, ser columnista implica tener un cierto privilegio: que haya un medio de comunicación que le de relevancia pública a sus opiniones, las cuales además, se expresan con notable libertad (temática y estilística). Por ello, creo que ser columnista implica ante todo una responsabilidad con el lector.
Para mí es absolutamente claro que una columna no puede ser un instrumento para agenciar intereses personales. Tampoco para desahogar odios o animadversiones, menos aún, elogios sospechosos. Una columna debe ser una corta y sencilla expresión pública del esfuerzo que el autor lleva a cabo por estructurar teóricamente la verdad acerca de un asunto específico. Es cierto que una columna no puede expresar toda la verdad sobre un tema. Sería absurdo pretenderlo, así como es ingenuo creerse dueño de la misma. El columnista debe saber que es tan falible como cualquier ser humano. Pero ese dato no lo exime de informarse con seriedad y buscar con honestidad cuál es la verdad sobre una cuestión de interés público.
Como soy un profesor universitario, el tono intelectual y académico de ciertas columnas me resulta muy atractivo. Como las de Mario Vargas Llosa o Héctor Abad cuando escriben sobre literatura. Como las de Moisés Naím, Juan Gabriel Tokatlián, Farid Kahhat, u Andrés Oppenheimer cuando abordan la política internacional. Verdaderas clases de ciencia política parecen algunas columnas de Eduardo Pizarro Leongómez, Eduardo Posada Carbó, y Jorge Giraldo. O de economía las de Alejandro Gaviria, Juan Carlos Echeverri o Paul Krugman.
Sin embargo, para mí este es un enfoque válido para algunas columnas, aunque quizás no para todas.
Descreo de los columnistas monotemáticos. Los eternos críticos de lo mismo como Antonio Caballero, Ramiro Bejarano, María Jimena Duzán, Claudia López, Florence Thomas, Juan Gabriel Vásquez o Fernando Londoño. Se vuelven totalmente predecibles (en Antioquia diríamos que hasta “cansones”), y, al ser reiterativa, la crítica se desvanece, volviéndose tenue e ineficaz.
En un país que goza de una vida política muy activa como Colombia, es imposible no dejarse tentar por opinar sobre la coyuntura. Presiento que mucho de ello tendrá Entredicho. Confieso que no me pierdo las columnas de Mauricio Vargas, Alfredo Rangel, o María Isabel Rueda (a pesar de lo frívola que puede llegar a ser), y desde hace unos días la de Enrique Santos, Rudolf Hommes o José Obdulio Gaviria. Me parece inevitable este enfoque, aunque en nuestro medio, lanzarse a ese ruedo puede implicar no solo redundar temáticamente, sino correr un riesgo jurídico (están de moda las tutelas contra los columnistas), y hasta vital.
No obstante, uno siente cierta tranquilidad porque piensa, quizás ingenuamente, que así contribuye en algo a la situación del país. Tengo la impresión de que un vicio típico del columnista es sobrevalorar la importancia de las ideas en la sociedad, empezando por las suyas. Por lo demás, creo que es uno de los vicios (o ilusiones) más frecuentes del intelectual.
Está también la posibilidad de opinar sobre temas de fondo, asuntos de vuelo filosófico. Hace años era un placer intelectual leerlo a Julián Marías en el ABC. Entre nosotros, Carlos Gómez Fajardo, Carmen Elena Villa, Juan José García, son un saludable recordatorio de que la vida no son sólo debates políticos coyunturales. Mucho de eso también intentará tener mi columna.
En fin, Entredicho aparecerá los miércoles, cada quince días, en http://www.elmundo.com/
Aguardo sus comentarios.
Buenos Aires, 11 de abril de 2009.
Comentarios
Suerte en este nuevo reto..
Estaré pendiente de su opinión de muchos aspectos de interés.
Marco Durango
Muy educativas y fáciles de entender.
elbailarinsinson.blogspot.com