Ni halcones ni palomas

Un discurso polarizado del conflicto armado está mal planteado. Así lo vienen advirtiendo unos pocos. Plinio Apuleyo ha señalado el equívoco que consiste en pensar que la paz es política de izquierda y la guerra de derecha. Eduardo Posada, que en Colombia la oposición entre guerra y negociación constituye una falsa disyuntiva. Del mismo modo, un reciente editorial de El Tiempo graficaba los dos extremos señalando que, por un lado están los “halcones”, para quienes cualquier diálogo es una concesión desproporcionada y sin causa justa al terrorismo, y por otro, las “palomas”, que pregonan el diálogo como panacea y sinónimo automático de paz.

El debate de la guerra y la paz es de la mayor importancia para el país. Para afrontarlo con seriedad, un primer escollo que se debe superar es la polarización discursiva que se viene imponiendo. Si queremos prepararnos para una resolución del conflicto no nos podemos dejar llevar por dos tentaciones: ni por el ingenuismo pacifista de considerar que hay que negociar a cualquier costo, ni el ingenuismo belicista de considerar que una derrota militar de la guerrilla está a la vuelta de la esquina. Nuestra propia historia y la experiencia internacional muestran que los dos planteamientos son falsos.

Para aproximar los extremos hay que tomarse la cuestión con seriedad, evitando la demagogia, los discursos grandilocuentes y las descalificaciones del otro. Como nación debemos sentar las bases para una resolución del conflicto que sea realista. En este sentido, propongo tres puntos de acuerdo fundamental.

Primero. La política de seguridad democrática debe ser una política de Estado. Es evidente que el presidente Uribe ha recuperado la eficacia de un principio fundamental de la política moderna: la seguridad como propósito fundamental del Estado-nación. El contundente y sostenido respaldo popular de los últimos años a la ejecución de dicha política debe llevar a los líderes políticos a considerarlo hacia el futuro como un elemento supra-partidista. Eso no significa que no sea susceptible de mejoras y ajustes, o que no haya tenido abusos. Pero por su gravedad para la vida institucional, no se puede hacer demagogia con la seguridad. En este punto específico tendrían que coincidir todos los precandidatos presidenciales. En síntesis, en Colombia el debate ya no puede ser si tener mano dura con las Farc y las organizaciones delincuenciales, o no.

Segundo. Una política de seguridad, de ofensiva militar, y de recuperación del monopolio legítimo de la fuerza por parte del Estado, no implica cerrar las puertas a una negociación con la guerrilla. Es un irrenunciable paso previo que mediante la presión pretende acelerar el momento de la negociación. Por lo tanto, mientras las Farc no se sienten a la mesa (decisión antecedida de un cese de hostilidades), se debe mantener la ofensiva. No por obsesión, capricho o rencores acumulados del presidente, sino porque así lo exigen los mandatos constitucionales y la propia razón de ser del Estado. No obstante, al mismo tiempo se deben seguir explorando caminos, buscando acercamientos, haciendo propuestas audaces, escuchando iniciativas de grupos con nombres pretensiosos. Todo ello porque hay que caminar hacia una salida negociada del conflicto. Es lo más razonable.

Tercero. Hay que reconocer el carácter político de las Farc. Ello no implica legitimarlas, ni justificar sus medios o propósitos. Simplemente, aceptar con realismo que a dicha organización la alienta el propósito de ser un determinante factor de poder en el país. En este marco, que recurran a actos delincuenciales y abominables como el secuestro y el terrorismo no cambia su naturaleza política. Reconocer el estatus político de la guerrilla no solo es lo más realista, sino que además, allana el camino de una futura negociación, preludio de un país en paz.

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Agradezco a EL MUNDO la apertura de este espacio. Entredicho aparecerá los jueves cada quince días, y sus opiniones son bienvenidas en ivan.garzon1@unisabana.edu.co

Buenos Aires, 13 de abril de 2009.
Publicado en El Mundo, Medellín, 16 de abril de 2009.

Comentarios

Unknown dijo…
Muy de acuerdo con su opinión en la mayoría de aspectos, más no en el tercero, creo que las mismas Farc se han encargado de desvirtuar su carácter político, con sus acciones, sostener lo contrario creo seria legitimar el uso de cualquier mecanismo en la política, seria por ejemplo legitimar el genocidio solo porque el grupo actuante desea el poder... en fin creo que este aspecto tiene mucho de donde cortar...
Otro aspecto que creo ha servido ha esta polarización es el de los intereses que económicos que subyacen de uno u otro lado, hoy en día tanto la guerra como la paz, se han convertido en un negocio.
Juan A. dijo…
El acuerdo humanitario debe ser un buen comienzo para el dialogo entre el Estado y las Farc. De igual forma debemos partir de la legitimidad del Estado en su defensa con alto compromiso en el respeto de los derechos humanos y muy acertadamente como lo subraya, del carácter político de las FARC, gústenos o no.

Juan S. Aristizabal G.
http://www.juansaristizabal.blogspot.com/
Insisto que reconocer el carácter político de un actor no es legitimarlo. Más aún, si pensamos en el sentido común ciudadano, decir que algo es político incluso significa lo contrario.
Lo político no es una cuestión de preferencias o de estatus superior a otros. Como señaló Schmitt, designa un grado de intensidad de los conflictos que lleva a la agrupación de amigos y enemigos. Así por ejemplo, Hitler, Mao, Stalin, Pol Pot (por no mencionar a sus émulos actuales), por más que los cataloguemos como genocidas -que lo fueron no cabe duda- fueron sobretodo importantes líderes políticos.
Me parece que dicho criterio se aplica también a las Farc.
Rodrigo Martin dijo…
Mas allá de encontrar un carácter político, hay que encontrar la solución del gran cáncer por el que ha atravesado Colombia las ultimas décadas (el cáncer del narcotráfico). No cabe la menor duda que estos grupos al margen de la ley perdieron sus ideologías desde el momento en el cual encontraron la droga como un aliado mas para soportar los gastos de la guerra desde ese momento el secuestro paso a un segundo nivel económico y a un primer nivel político que con el tiempo se tenia que ver reflejado. No creo que este gobierno ceda a las peticiones de las farc, no se puede hablar de paz cuando al mismo tiempo se habla de guerra. No se puede hablar de perdón cuando aun quedan cicatrices de odio, no se puede hablar de justicia cuando el estado no la brinda. Es difícil hablar de paz, quizá no la encontremos en un país tan polarizado lleno de odio de venganza y rencor. Muy seguramente se hablara de paz cuando acabemos con el narcotráfico, cuando las instituciones públicas sean legítimas y autónomas y tomen fuerza para llevar un orden social, ese orden social que tanto necesita este país.

Cordial saludo doctor.
Apreciado Rodrigo, gracias por participar.
El de la paz en Colombia es un tema muy complejo que, como señalas, involucra muchas cosas. Como ciudadanos no podemos perder la esperanza, en los últimos años el conflicto ha tomado un giro distinto por cuenta de la seguridad democrática de Uribe. Además, la audacia hace parte de la política.

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