Creyentes y ciudadanos
¿Quién puede negar que el momento actual sea decisivo no solo para la Iglesia en América, sino también para la sociedad en su conjunto?, se preguntaba Benedicto XVI en su reciente visita a los Estados Unidos. Y efectivamente, si se repasan los discursos y las homilías que pronunció en suelo norteamericano se puede vislumbrar que los grandes acentos de sus gestos y palabras estuvieron en la respuesta a esta pregunta. En síntesis, el Papa habló de problemas y retos decisivos del mundo en la hora actual.
A mi modo de ver, el más determinante es la interrelación entre la fe religiosa y la participación en la vida pública que debe protegerse jurídica y políticamente. El creyente es al mismo tiempo un ciudadano y por ello “es inconcebible que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos –su fe– para ser ciudadanos activos. Por eso, “nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos” dijo en la sede de la ONU. La consecuencia es clara: “los derechos asociados con la religión necesitan protección sobretodo si se los considera en conflicto con la ideología secular predominante –léase el laicismo–, o con posiciones de una mayoría religiosa de naturaleza exclusiva –léase el islamismo o el judaísmo–”.
Las exhortaciones del Santo Padre a que sea posible una vivencia de la religión y de una ciudadanía plena en el seno de las sociedades hodiernas no pudieron ser más pertinentes. No solo por el avance del laicismo en las distintas sociedades contemporáneas, que, a ejemplo de la civilización europea van asumiendo las características de una cultura que reniega de un pasado marcado por la fe cristiana, sino por el país donde insistió en ello. De hecho, Norteamérica constituye en muchos asuntos un caso excepcional de la política internacional. Una de las muestras fehacientes de tal excepcionalidad es la peculiar sincronía entre las creencias religiosas individuales y los principios políticos constitutivos del Estado y de la nación estadounidense. En esa línea, el Papa recordó cómo para George Washington la religión y la moralidad son “soportes indispensables” para la prosperidad política.
De hecho, la síntesis entre principios políticos y morales es susceptible de manipulación y de distorsiones, pero es innegable que tal experiencia ha distinguido históricamente a los Estados Unidos. Se trata de una sociedad que ha asimilado prontamente procesos modernos jalonados por un desarrollo científico y tecnológico que a su vez se entrelazan con la invocación pública del Creador por parte de sus líderes políticos, así como de un fuerte moralismo en la concepción de la realidad por parte del ciudadano común. El modelo no es perfecto, ni mucho menos. Pero tengo la impresión de que el Papa valora aquellos aspectos que podrían indicar un esquema cultural más propicio para la vivencia de las religiones en el futuro, entre ellas la católica. Tal esquema constituye una alternativa más razonable al horizonte nihilista y laicista que Europa exporta actualmente no solo a Occidente. A mi juicio, los aspectos sugerentes de tal modelo son básicamente el reconocimiento público de principios morales considerados como universales y absolutos, la conciencia de un Dios creador, el valor de la libertad, y un legítimo pluralismo que al darle espacio de expresión pública a todas las religiones hace posible un diálogo racional entre ellas.
Los católicos estadounidenses fueron privilegiados destinatarios de las palabras del Pontífice. En una nación en la que a pesar de que representan la confesión religiosa más numerosa constituyen una minoría, los exhortó ante todo a vivir con esperanza y renovación un tiempo en el que la Iglesia ha sido cuestionada y atacada por aquellos que no distinguen entre los frutos y el árbol, más aún cuando aquellos están podridos. Sobretodo hizo un llamado a ser coherentes con la fe cristiana en aquellos aspectos que la contradicen profundamente como la manipulación embrionaria, el aborto, la eutanasia, el materialismo, y una praxis profesional guiada por el lucro.
Contrario al pesimismo que algunos atribuyen a los católicos y a la insistencia de algunos medios de comunicación en referirse únicamente al tema de los abusos sexuales, el Papa exhortaba en la Catedral de Saint Patrick a elevar nuestra mirada hacia arriba. A pedir al Espíritu que nos haga capaces de crecer en la santidad que nos hará piedras vivas del templo que Él está levantando justamente ahora en el mundo.
¿Quién puede negar que el momento actual sea decisivo no solo para la Iglesia en América, sino también para la sociedad en su conjunto?, se preguntaba Benedicto XVI en su reciente visita a los Estados Unidos. Y efectivamente, si se repasan los discursos y las homilías que pronunció en suelo norteamericano se puede vislumbrar que los grandes acentos de sus gestos y palabras estuvieron en la respuesta a esta pregunta. En síntesis, el Papa habló de problemas y retos decisivos del mundo en la hora actual.
A mi modo de ver, el más determinante es la interrelación entre la fe religiosa y la participación en la vida pública que debe protegerse jurídica y políticamente. El creyente es al mismo tiempo un ciudadano y por ello “es inconcebible que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos –su fe– para ser ciudadanos activos. Por eso, “nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos” dijo en la sede de la ONU. La consecuencia es clara: “los derechos asociados con la religión necesitan protección sobretodo si se los considera en conflicto con la ideología secular predominante –léase el laicismo–, o con posiciones de una mayoría religiosa de naturaleza exclusiva –léase el islamismo o el judaísmo–”.
Las exhortaciones del Santo Padre a que sea posible una vivencia de la religión y de una ciudadanía plena en el seno de las sociedades hodiernas no pudieron ser más pertinentes. No solo por el avance del laicismo en las distintas sociedades contemporáneas, que, a ejemplo de la civilización europea van asumiendo las características de una cultura que reniega de un pasado marcado por la fe cristiana, sino por el país donde insistió en ello. De hecho, Norteamérica constituye en muchos asuntos un caso excepcional de la política internacional. Una de las muestras fehacientes de tal excepcionalidad es la peculiar sincronía entre las creencias religiosas individuales y los principios políticos constitutivos del Estado y de la nación estadounidense. En esa línea, el Papa recordó cómo para George Washington la religión y la moralidad son “soportes indispensables” para la prosperidad política.
De hecho, la síntesis entre principios políticos y morales es susceptible de manipulación y de distorsiones, pero es innegable que tal experiencia ha distinguido históricamente a los Estados Unidos. Se trata de una sociedad que ha asimilado prontamente procesos modernos jalonados por un desarrollo científico y tecnológico que a su vez se entrelazan con la invocación pública del Creador por parte de sus líderes políticos, así como de un fuerte moralismo en la concepción de la realidad por parte del ciudadano común. El modelo no es perfecto, ni mucho menos. Pero tengo la impresión de que el Papa valora aquellos aspectos que podrían indicar un esquema cultural más propicio para la vivencia de las religiones en el futuro, entre ellas la católica. Tal esquema constituye una alternativa más razonable al horizonte nihilista y laicista que Europa exporta actualmente no solo a Occidente. A mi juicio, los aspectos sugerentes de tal modelo son básicamente el reconocimiento público de principios morales considerados como universales y absolutos, la conciencia de un Dios creador, el valor de la libertad, y un legítimo pluralismo que al darle espacio de expresión pública a todas las religiones hace posible un diálogo racional entre ellas.
Los católicos estadounidenses fueron privilegiados destinatarios de las palabras del Pontífice. En una nación en la que a pesar de que representan la confesión religiosa más numerosa constituyen una minoría, los exhortó ante todo a vivir con esperanza y renovación un tiempo en el que la Iglesia ha sido cuestionada y atacada por aquellos que no distinguen entre los frutos y el árbol, más aún cuando aquellos están podridos. Sobretodo hizo un llamado a ser coherentes con la fe cristiana en aquellos aspectos que la contradicen profundamente como la manipulación embrionaria, el aborto, la eutanasia, el materialismo, y una praxis profesional guiada por el lucro.
Contrario al pesimismo que algunos atribuyen a los católicos y a la insistencia de algunos medios de comunicación en referirse únicamente al tema de los abusos sexuales, el Papa exhortaba en la Catedral de Saint Patrick a elevar nuestra mirada hacia arriba. A pedir al Espíritu que nos haga capaces de crecer en la santidad que nos hará piedras vivas del templo que Él está levantando justamente ahora en el mundo.
(Publicado en El Mundo, Medellín, 2 de mayo de 2008, y en http://www.humanitas.cl/).
Arequipa, 22 de abril de 2008.
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