Falsos dilemas de la paz

A pesar de la experiencia histórica que hemos acumulado en negociaciones con grupos armados, los falsos dilemas sobre la paz aún perduran en el debate público. ¿Guerra o negociación? y ¿criticar o creer? son la versión simplista de lo que estaría en juego en el actual proceso con las Farc y en uno eventual con el ELN.

El falso dilema ¿guerra o negociación? reapareció esta semana porque se conocieron los contactos entre el Gobierno Uribe y las Farc en 2006 y 2007. Calificar estos acercamientos como un gesto hipócrita de doble moral implica sostener que quien hizo la guerra en serio no podía también intentar negociar la paz.

Además, este señalamiento -como lo llamaron algunos periodistas ya habituados a la jerga judicial- cuestionaría el compromiso con este proceso de quien como Ministro de Defensa fue responsable del Jaque al terror. Los años horribles de las Farc, nombre de sus memorias publicadas en 2010. Paradójicamente, allí se califica a las Farc como una organización terrorista y narcotraficante, calificativos censurados hoy por el pacifismo oficialista.

Que guerra y negociación sean vistas como irreconciliables revela el desconocimiento de una clásica lección de Maquiavelo: se gobierna con la fuerza y las leyes. Es decir, con el poder duro y el poder blando, con garrote y zanahoria. Por ello, sólo una visión incauta de la política desconoce que ambas son complementarias, y que un buen político emplea una u otra de acuerdo a las circunstancias, no a principios universales.

¿Criticar o creer en el proceso? es el segundo falso dilema. Santos sigue mostrándose descortés con quienes legítimamente abogan porque el Estado le conceda menos a la guerrilla. A los calificativos ‘enemigos de la paz’, ‘tiburones’, ‘buitres’, añadió la ‘doble moral’ y los ‘palos en la rueda’ de quienes critican sistemática y a veces desmesuradamente el proceso.

Así, el Presidente sigue haciendo caso omiso de las voces que le han pedido liderar un acuerdo institucional, un consenso mínimo entre todas las fuerzas políticas. Y sus esporádicas alusiones a hacerlo son desvirtuadas por gestos propios del jefe de una facción política y no del Estado.

En contraste, el jefe negociador del Gobierno, Humberto de la Calle, reconoció que las críticas son útiles y las reciben con humildad republicana, mientras que Sergio Jaramillo advirtió que va a comenzar la parte más difícil del proceso. ¿Qué sería del debate público sobre la paz si las actitudes liberales y realistas tuvieran más eco en Palacio que los propagandistas del Soy Capaz?

Si este proceso tendrá éxito no será sin el desarme de la guerrilla. Pero tampoco sin el desarme del espíritu de los responsables de propiciar acuerdos institucionales en contra de la violencia como forma de acción política. Evitar los falsos dilemas y no equivocarse de enemigos sería un primer paso en esta dirección. 

Publicado en El Espectador, 12 de octubre de 2014, p. 51.

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