¿Y la cuota de las Farc?

Hablan mucho de los errores del pasado en procesos de paz. El único asunto que realmente importa es la voluntad cierta de paz de las Farc”. Esta afirmación no es de ningún representante de la ‘ultraderecha’ -como la definen despectivamente los pacifistas y los defensores oficiosos del Gobierno-. Tampoco de un representante del uribismo. Es de Antonio Navarro Wolf, recordémoslo, un desmovilizado de la guerrilla del M-19. 

Y es que tras las primeras declaraciones de los voceros de la guerrilla, las dudas en el nuevo proceso de negociación se acrecientan. Por un lado está el cinismo de negar públicamente que no tienen secuestrados. Entretanto, País Libre informó que tan solo este año han secuestrado a 15 personas. Asimismo, que hubieran negado que participan del negocio del narcotráfico es una mentira monumental. Igual de ambigua fue la declaración de ‘París’ y ‘Ramírez’ de que eventualmente ‘dejarán de usar’ las armas, pero no habrá una entrega de las mismas. Y así, podríamos continuar con las frases desconcertantes. 

Obviamente no estamos ante ninguna organización de caridad ni de beneficencia, por lo cual, sería ilógico esperar una conducta ceñida a la honestidad y la transparencia.  Sin embargo, lo que es difícil explicar es por qué, a pesar de que desde el inicio el Gobierno planteó varias condiciones para sentarse a negociar, parece haberlas olvidado tan notoriamente. Es decir, queda claro que la ley de restitución de tierras, la ley de víctimas, y el Marco jurídico para la paz fueron las cuotas iniciales del Estado colombiano en el proceso. Pero, ¿cuáles son las de la guerrilla? ¿Habrá que esperar hasta el final para recibir alguna concesión? ¿Cómo se entiende aquello que pronunció Timochenko de ‘juramos vencer, y venceremos’?

El panorama se nubla más si se tiene en cuenta que el Presidente parece estar aplicando con las Farc la misma fórmula que aplicó con Chávez: callar ante los asuntos incómodos y creer sus versiones de los temas polémicos. Todo por el prurito de la paz. Por ejemplo, validar su versión de que no tenían secuestrados es deplorable y una afrenta para sus familias. O quizás, políticamente, la notificación de que hará cualquier cosa para que no se paren de la mesa.  

Probablemente, si a ‘Santos le suena la flauta’ -como lo expresó hace unos días, como si estuviera en un cóctel en el Nogal-, y si a la guerrilla le da la gana -así de sencillo, según dicta el realismo político-, terminaremos con una paz negociada. Ojalá. Sin embargo, hasta ahora los gestos de la guerrilla muestran más bien una actitud ambiciosa y unas apuestas altas para la negociación: han hablado de cese al fuego, pero bilateral; pidieron a ‘Simón Trinidad’ en la mesa de negociación; se declaran las primeras víctimas del conflicto y advierten que las armas tendrán utilidad mientras haya paramilitares y política agresiva norteamericana. Es decir, hasta ahora no han mostrado la más mínima autocrítica. 

Por eso, el Presidente Santos debería saber que si sigue incentivando la dialéctica entre guerra y paz, machacando con aquello de que ‘es más fácil hacer la paz que hacer la guerra’, y reiterando su ya conocido desprecio por quienes le formulan críticas, quizás se encontrará algún día con la paradoja de que se tendrá que tragar sus palabras, pues si la guerrilla repiten la estrategia de ganar tiempo para la guerra mientras hablan de paz, le tocará... ¡volver a hacer la guerra!

Como jugador de póker, Santos debería saber que si apuesta mucho como lo está haciendo, no solo puede ganar mucho, sino también -y esta es la hipótesis que los pacifistas no quieren contemplar- perder mucho. Pero además, debería saber que el adversario puede salir con un bluff. Mirando los primeros gestos de la guerrilla no encuentro motivos para no pensar que esta es una posibilidad muy real. 

Publicado en Revista Posición, 10 de septiembre de 2012. 

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