Interpretando las presidenciales

Pasada ya la agitación electoral, conviene ensayar un análisis de lo acontecido, de cara al futuro político del país.

El hecho más relevante fue la exigua votación de los partidos tradicionales, el liberal y el conservador, cuyo papel fue vergonzoso. Campañas atadas al engrase de maquinarias regionales, mensajes que evocaban más la Colombia rural del siglo pasado, y no la urbana de hoy, agrias disputas internas, mensajes trasnochados (“liberal vota liberal”) fue lo que exhibieron los cada vez más anacrónicos rojos y azules. La reingeniería de los partidos históricos, su puesta a tono con las circunstancias actuales, pero sobretodo, la renovación de sus cuadros y liderazgos son imperativas, pues de seguir así, perderán hasta la significativa representación que aún tienen en el Congreso.
Anacrónica también nuestra Constitución que obliga hacer una segunda vuelta a pesar de que la diferencia entre los dos primeros es de 25 puntos porcentuales, es decir, de 3’637.823 votos. Urge una reforma para evitar que algo así vuelva a suceder.

Si se tienen en cuenta las expectativas creadas en gran medida por las últimas encuestas, lo del Partido Verde fue un fracaso. Pero no se puede analizar únicamente desde esa óptica, pues lo cierto es que han introducido con fuerza en la agenda nacional el tema de la legalidad y de la ética política. Si el 20 de junio las urnas ratifican la apabullante diferencia entre Santos y Mockus, los verdes tendrán ante sí el reto de convertirse en una nueva forma de hacer oposición: moderna, razonablemente crítica y verdaderamente dialogante. Una oposición más inteligente y menos visceral que la antiuribista, para la cual deberán mostrar tanta o más creatividad que la que han tenido en esta campaña. En este sentido, los frutos que cosecha el Partido Liberal y el Polo después de ocho años no pueden ser más magros, y es la muestra de que durante este lapso no construyeron una alternativa capaz de convocar a las mayorías, y que las exageraciones discursivas frente al Presidente sólo convencen a sus militantes.

Otra conclusión, aunque no es novedosa, es el divorcio entre el país “nacional” y el país “político”. A pesar de la benevolencia mediática con la campaña mockusiana, de que los intelectuales y formadores de opinión mayoritariamente anunciaron su voto por la ola verde, y que en las últimas semanas arreciaron las críticas al Gobierno, la decisión cantante y sonante del domingo fue: ¡Continuidad! Se evidenció la desconexión que tiene parte de nuestra élite ilustrada con el ciudadano de a pié, para quien más allá de las diatribas y los discursos grandilocuentes contra el Gobierno y Juan Manuel Santos, su continuador, las cosas han ido bien, y se requiere seguir por la misma senda. Ese ciudadano también se indigna con los “falsos positivos”, las chuzadas, la yidispolítica, y cuando recurrentemente “cantan” los paramilitares. Pero percibe el sesgo político y partidista con el que las élites políticas, judiciales e intelectuales abordan estos temas, y por ello pasa factura con su voto. Asimismo, la popularidad de Uribe fue endosable parcialmente, tanto por causas legítimas como cuestionables.

Aunque tantos debates fatigaron a la audiencia, jugaron un papel determinante en la definición del elector. No solo muchos cambiaron de opinión al escuchar a los candidatos, sino que propiciaron una importante difusión programática ausente semanas atrás. Allí hay que hallar en parte el buen resultado de Germán Vargas Lleras, así como el paulatino descenso de Mockus y Noemí. Los debates han contribuido a la consolidación de una ciudadanía reflexiva y crítica, permitiendo decantar las razones del voto. Entretanto, la movilización de las redes sociales aún es muy débil y se sobrestimó.

Finalmente, las grandes derrotadas fueron las encuestas, pero sobre todo los medios que las contrataron y las rebotaron dándole credibilidad como si fueran veredictos definitivos. La abstención sigue siendo alta, del 50%. Lástima que tantos colombianos prefieran dejar que otros decidan por ellos. Los que votamos, creo que estamos satisfechos.

Apostilla: Bien por El Tiempo por declarar en un editorial su preferencia electoral. Mal por El Espectador, que sigue escondiendo sus opiniones detrás de la supuesta imparcialidad. ¿O no encontrarían cómo definir una postura “anti”?

Publicado en El Mundo, Medellín, 3 de junio de 2010.

Bogotá, 1 de junio de 2010.

Comentarios

Anónimo dijo…
¿Sólo Varga Lleras ganó en los debates? me parece que el mejor (así lo quieran relacionar siempre con Chaves) fue Petro, que, más allá de dar un discurso populista, elaboró uno moderno e incluyente que llevo a muchas personas a decidirse también por él.

Me parece que el análisis ésta un poco sesgado por la evidente postura política del autor, aun así, vale la pena tenerlo en cuenta.
De acuerdo, a mí me pareció que Petro lo hizo bien. No lo mencioné por falta de espacio.
No creo que mi análisis sea sesgado, pues si se fija en el artículo, hablo muy bien de Mockus, aunque no voté por él, ni lo voy a hacer el 20.
Raul Sala dijo…
Su blog es muy bueno. El problema es que sus posts son poco frecuentes. Ojala se anime a tener una mayor producción.
Raúl, muchas gracias. Como puede ver, trato de actualizarlo al menos una vez por semana, pero sé que para un blog es muy poco.
Su comentario me estimula. Cordial saludo.

Entradas populares