Fe, Universidad y Modernidad
Un agrio conflicto sostienen el Arzobispo de Lima, el Cardenal Juan Luis Cipriani, y las autoridades de la Pontificia Universidad Católica del Perú debido a la pretensión del Gran Canciller de participar en la Junta que administra los bienes que fueron dejados a la Casa de Estudios en el testamento de José de la Riva Agüero, un reconocido intelectual católico peruano.
El Tribunal Constitucional le dio la razón al Arzobispo, mientras que un grupo de académicos e intelectuales internacionales como Mario Vargas Llosa, Alain Touraine, Martha C. Nussbaum y Guillermo O’Donnell, entre otros, le dio la razón a la PUCP. En un breve manifiesto éstos expresan su preocupación porque “el proceso judicial entre el Arzobispado y la PUCP pueda dar lugar al control de la universidad por personas cuyas nociones de libertad académica difieren profundamente de los valores pluralistas y democráticos de dicha universidad”. Además de recordar que Cipriani es miembro del Opus Dei, lo que en este contexto representa una especie de imán de prejuicios y odios anticlericales, los firmantes apelan a quienes comparten los valores de la tolerancia y la libertad para que defiendan la autonomía universitaria. Aunque el Cardenal ha insistido en que este caso versa exclusivamente sobre bienes, patrimonio y administración, “la Católica”, como se le conoce en el Perú, ha planteado hábilmente la cuestión como una pretensión de injerencia eclesiástica que conspira contra los valores de la Universidad. Así las cosas, la cuestión se resume, según ellos, entre inquisición contra libertad académica.
Más allá de la discusión sobre este caso, quiero analizar la incompatibilidad, puesta de presente por los académicos, entre la identidad católica o cristiana y la vida universitaria. El manifiesto presupone que si una autoridad eclesiástica interviene en una universidad se mengua la libertad, autonomía y pluralismo de ésta. Sugiere, no está demás decirlo, que sólo los laicos o agnósticos pueden defender los valores modernos. De este modo, los firmantes afincan su perspectiva en el inexorable divorcio que existiría entre el cristianismo y la modernidad. De acuerdo con esta visión, los principios cristianos son incompatibles con algunas ideas triunfantes de la modernidad, como el pluralismo, la libertad personal y los derechos individuales. Además de arrogante, esta visión es errónea, y por eso el manifiesto luce anacrónico. Como del siglo XVIII.
La contraposición entre fe y universidad es paradójica si se tiene en cuenta que las primeras universidades fundadas en Occidente –como Oxford, Bolonia, París y Salamanca–, nacieron por iniciativa de la Iglesia. Allí la teología fue uno de los saberes que se enseñaba, en una época en la que el derecho, la medicina y la filosofía eran las únicas disciplinas universitarias. Pero además, este divorcio, que se pretende irresoluble hoy, ignora la lectura positiva que del mundo moderno hizo la Iglesia católica en el Concilio Vaticano II, es decir, hace casi cinco décadas, y que ha sido reiterada en numerosos documentos oficiales.
La perspectiva anticlerical o secularista de la universidad que está en el trasfondo del texto de los académicos desconoce que todas las universidades –ya sean católicas, de inspiración cristiana, laicas o agnósticas– tienen unos principios fundacionales y una identidad desde la cual enfocan el saber y lo transmiten a la sociedad. Allí precisamente está su impronta intelectual. Ello no contradice necesariamente la libertad académica o el pluralismo de opiniones, enfoques y metodologías que deben imperar en cualquier Universidad, ya sea pública o privada. Más aún, la coherencia con dicha identidad es consecuencia de la autonomía universitaria. Salvo que los académicos consideren que los principios cristianos no pueden hacer parte de la identidad de una universidad, en cuyo caso reivindicarían implícitamente un laicismo jacobino, por lo demás, anacrónico.
Un profesor me comentaba hace poco que se sentía más libre en su quehacer académico en una universidad de inspiración cristiana que en una universidad pública. No es paradójico.
Apostilla: ¿Tanta necesidad de plata tenía Atlético Nacional como para vender a Giovanni Moreno a un equipo que ha estado peleando el descenso en Argentina? ¿Qué da más desconsuelo, la necedad de los futbolistas por irse a cualquier precio, o la falta de visión de los dirigentes?
Publicado en El Mundo, 1 de julio de 2010.
Bogotá, 29 de junio de 2010.
El Tribunal Constitucional le dio la razón al Arzobispo, mientras que un grupo de académicos e intelectuales internacionales como Mario Vargas Llosa, Alain Touraine, Martha C. Nussbaum y Guillermo O’Donnell, entre otros, le dio la razón a la PUCP. En un breve manifiesto éstos expresan su preocupación porque “el proceso judicial entre el Arzobispado y la PUCP pueda dar lugar al control de la universidad por personas cuyas nociones de libertad académica difieren profundamente de los valores pluralistas y democráticos de dicha universidad”. Además de recordar que Cipriani es miembro del Opus Dei, lo que en este contexto representa una especie de imán de prejuicios y odios anticlericales, los firmantes apelan a quienes comparten los valores de la tolerancia y la libertad para que defiendan la autonomía universitaria. Aunque el Cardenal ha insistido en que este caso versa exclusivamente sobre bienes, patrimonio y administración, “la Católica”, como se le conoce en el Perú, ha planteado hábilmente la cuestión como una pretensión de injerencia eclesiástica que conspira contra los valores de la Universidad. Así las cosas, la cuestión se resume, según ellos, entre inquisición contra libertad académica.
Más allá de la discusión sobre este caso, quiero analizar la incompatibilidad, puesta de presente por los académicos, entre la identidad católica o cristiana y la vida universitaria. El manifiesto presupone que si una autoridad eclesiástica interviene en una universidad se mengua la libertad, autonomía y pluralismo de ésta. Sugiere, no está demás decirlo, que sólo los laicos o agnósticos pueden defender los valores modernos. De este modo, los firmantes afincan su perspectiva en el inexorable divorcio que existiría entre el cristianismo y la modernidad. De acuerdo con esta visión, los principios cristianos son incompatibles con algunas ideas triunfantes de la modernidad, como el pluralismo, la libertad personal y los derechos individuales. Además de arrogante, esta visión es errónea, y por eso el manifiesto luce anacrónico. Como del siglo XVIII.
La contraposición entre fe y universidad es paradójica si se tiene en cuenta que las primeras universidades fundadas en Occidente –como Oxford, Bolonia, París y Salamanca–, nacieron por iniciativa de la Iglesia. Allí la teología fue uno de los saberes que se enseñaba, en una época en la que el derecho, la medicina y la filosofía eran las únicas disciplinas universitarias. Pero además, este divorcio, que se pretende irresoluble hoy, ignora la lectura positiva que del mundo moderno hizo la Iglesia católica en el Concilio Vaticano II, es decir, hace casi cinco décadas, y que ha sido reiterada en numerosos documentos oficiales.
La perspectiva anticlerical o secularista de la universidad que está en el trasfondo del texto de los académicos desconoce que todas las universidades –ya sean católicas, de inspiración cristiana, laicas o agnósticas– tienen unos principios fundacionales y una identidad desde la cual enfocan el saber y lo transmiten a la sociedad. Allí precisamente está su impronta intelectual. Ello no contradice necesariamente la libertad académica o el pluralismo de opiniones, enfoques y metodologías que deben imperar en cualquier Universidad, ya sea pública o privada. Más aún, la coherencia con dicha identidad es consecuencia de la autonomía universitaria. Salvo que los académicos consideren que los principios cristianos no pueden hacer parte de la identidad de una universidad, en cuyo caso reivindicarían implícitamente un laicismo jacobino, por lo demás, anacrónico.
Un profesor me comentaba hace poco que se sentía más libre en su quehacer académico en una universidad de inspiración cristiana que en una universidad pública. No es paradójico.
Apostilla: ¿Tanta necesidad de plata tenía Atlético Nacional como para vender a Giovanni Moreno a un equipo que ha estado peleando el descenso en Argentina? ¿Qué da más desconsuelo, la necedad de los futbolistas por irse a cualquier precio, o la falta de visión de los dirigentes?
Publicado en El Mundo, 1 de julio de 2010.
Bogotá, 29 de junio de 2010.
Comentarios
Por ultimo hagi un cuestionamiento: ?realemente quienes estarian en contra de los principios de la modernidad?
Lo de River es una mala racha, ya pasará. ¡Sigue siendo el más grande de la Argentina!
Creo que la discusión tiene dos aristas:
1- La legal. En la legal los católicos claro que tienen derecho a fundar y administrar universidades según sus criterios.
2- La del criterio ético no obligante: Claro que la Iglesia católica, especialmente sus sectores más cosnervadores tiene valores excluyentes en relación con los mejores aspectos de la universidad. Yo no sé si lo que dice el anónimo de las 3:53 sea cierto, pero para el caso del Opus Dei conozco casos que son francamente oprobiosos. Por ejemplo, una amiga que tuvo que casarse con su pareja, quien daba clases en una universidad manejada por el Opus Dei, porque los directivos de la Iglesia lo obligaron a casarse para poder conservar su empleo. Y no es la única cosa privada de la vida de sus empleados que están controlando-manipulando (no me quiero imaginar lo que hacen con el currículo).
¿Si fuera al reves, una universidad laica prohibiendole a sus empleados casarse, a costa de su empleo, ud no pegaría en el cielo?
Claro que a la Iglesia y al Opus Dei hay que darle palo. Decir que los intelectuales que firman la carta tienen "odios anti clericales", es simplemente evadir la discusión de fondo.
Mi experiencia en mi vida académica de varios años trabajando en universidades católicas o de inspiración ha sido de total libertad, en lo personal, en lo docente, y en lo investigativo.
Más bien, he conocido testiomonios de colegas que han sido discriminados en universidades públicas. Asimimo he conocido de algunos académicos de universidades llamadas laicas, que exhiben actitudes sesgadas y discriminatorias, todo lo contrario del espíritu universitario.
Quizás Usted no ha tenido la oportunidad de conocer católicos de a pie ejemplares, o quizás no ha leído intelectuales catpolicos francamente brillantes. Mi experiencia, al conocer directamente a éstos y a aquellos, ha sido muy edificante. Por ello, entre otras cosas, creo en la Iglesia, y por eso no creo que haya que "darle palo", como Usted dice. Una experiencia semejante he tenido con el Opus Dei.
Yo he conocido tanto personas como intelectuales católicos ejemplares y brillantes. Pero mi punto no es darle palo a la Iglesia en general, o a los católicos en general, sino a una organización como el Opus Dei. La experiencia que le conté, es de una universidad del Opus Dei bien conocida y según mi fuente, es una política bastante común la de entrometerse en la vida privada de los profesores y obligarlos a vivir de acuerdo a determinadas normas (como tener que estar casado, si se tiene una pareja).