¿Un Papa antisemita?

Unos días antes de ser elegido como Sucesor de San Pedro, Benedicto XVI pronunció en Subiaco un discurso en el que planteaba que la auténtica contraposición que caracteriza al mundo de hoy no es la que se produce entre las diferentes culturas religiosas –que algunos llaman “guerra de religiones”–, sino entre la radical emancipación que lleva a cabo el hombre de Dios, por una parte, y las grandes culturas religiosas, por otra. Por lo tanto, si se llegase a dar un choque de culturas o el choque de civilizaciones presagiado por Huntington, “no será por el choque de las grandes religiones –que siempre han luchado una contra la otra, pero que también han sabido convivir siempre juntas–, será más bien a causa del choque entre esta radical emancipación del hombre y las grandes culturas históricas”.

De este modo, el entonces Cardenal Ratzinger sugería que existe una disputa entre dos modelos de sociedad. La primera, agnóstica, atea o indiferente, que pretende erradicar las raíces que moldearon sus costumbres, instituciones, mentalidad y cultura dominante, sustituyéndolas por un credo secularista y antirreligioso. El ejemplo de esta sociedad es cierta Europa occidental laicista, cuyo prototipo ha sido Francia, y en la era Zapatero, lo es cada vez más España. La segunda, es una sociedad que reconoce el valor histórico de la religión, se nutre del vigor moral que le aporta la misma a la convivencia, y no contrapone el ideal de modernidad con la presencia pública, que no confesional ni fundamentalista, de las creencias religiosas. La muestra de este tipo de sociedad es Estados Unidos, Irlanda, y quizás también Israel y Turquía.
Me parece que en este contexto se enmarca la visita de Benedicto XVI a la Gran Sinagoga de Roma el pasado domingo, e incluso, así debió ser leída la –a la postre polémica– lección en la Universidad de Ratisbona, pues en los dos textos, el Papa hace un lúcido esfuerzo por entablar un diálogo racional con dos grandes tradiciones religiosas con las cuales el cristianismo tiene muchos puntos de encuentro, a pesar de las enormes y complejas diferencias de orden teológico, histórico y filosófico, que siempre subsistirán. En un mundo secularizado que, como ha reconocido Habermas, requiere de la contribución ética de las tradiciones religiosas para la cohesión de la comunidad política, la racionalidad hace posible que los puntos de encuentro entre cristianos, judíos y musulmanes se potencien y tengan relevancia pública.

En la sinagoga se congregó la comunidad judía más antigua de Europa, la misma que escuchó con respeto al Papa, quien destacó que los cristianos y los judíos tienen un “patrimonio espiritual en común”. Este se sintetiza en los Diez Mandamientos, los cuales son “la antorcha de la ética, de la esperanza y del diálogo”, y constituyen para todos los hombres una norma de vida en la justicia y en el amor. En este elenco normativo de carácter moral, Benedicto XVI delineó tres aspectos en los cuales cristianos y judíos pueden dar un testimonio conjuntamente. El primero es el reconocimiento de la existencia de Dios y su relevancia práctica para la vida del ser humano, que implica “despertar en nuestra sociedad la apertura a la dimensión trascendente”. El segundo, que los mandamientos exigen el respeto de toda vida humana, su dignidad y derechos inalienables. Y tercero, que el Decálogo entregado a Moisés, exige conservar y promover la santidad de la familia basada en el matrimonio.

Jorge Giraldo escribió hace unos días que una de las grandes discusiones filosóficas y políticas de la década versa sobre del papel de la religión en la vida social, y específicamente, si la misma debe quedar reducida a la esfera meramente privada o si debe jugar un rol público. Tiene razón. Seguramente lo seguirá siendo por otras décadas más. Lástima que acá, muchos de quienes se interesan por este asunto, dedican largas páginas a analizar los trascendentales efectos políticos que tienen las arrodilladas del Presidente Uribe en Fátima. Otro signo de nuestro parroquialismo.

Apostilla: La exposición de F. A. Cano es otro hit que se anota el Museo de Antioquia. Está imperdible.

Bogotá, 19 de enero de 2010.

Publicado en El Mundo, Medellín, 21 de enero de 2010.

Comentarios

Maldoror dijo…
Si uno lo piensa, el primer mandamiento va en contra de una de las libertades modernas fundamentales: la libertad religiosa. Prohíbe adorar a cualquier otro Dios que sea el Dios judío (o visto desde la perspectiva cristiana, el cristiano).

En cuanto al tema de su columna, la religión es una parte fundamental de la cultura y como tal tendrá de una u otra manera un rol en la sociedad moderna. El problema es que algunos pensadores religiosos creen que ese rol debe ser impuesto a través del estado. Eso ha sido, es y será siempre un pensamiento muy peligroso, y no sólo para aquellos que como yo no tenemos religión alguna, sino también para la misma religión (tanto para aquellas que sean favorecidas por el estado, pues corren el riesgo de convertirse en ortodoxias decadentes, tanto para aquellas excluidas del maridaje con el Leviatán, pues corren el riesgo de ser perseguidas como discriminadas).
Maldoror, la libertad religiosa contempla la posibilidad de tener religión y seguir sus preceptos, situación en la que se encuentran los creyentes, para quienes los 10 Mandamientos son un código moral válido y normativo. Los no creyentes no ven vulnerado sus derechos pues el primer mandamiento no obliga a nadie (no podría hacerlo tampoco so pena de desvirtuarse), pues al fin y al cabo es de carácter moral.

Coincidimos totalmente en el segundo aspecto: yo tampoco creo que sea deseable la imposición de la religión por parte del Estado. Las religiones no lo necesitan, y de hecho, trae para las mismas más males que bienes como lo hizo notar Tocqueville.
Me alegra que usted capte que cuando señalo el papel público de la religión no aludo con ello al carácter estatal de la misma. La distinción entre público y estatal es decisiva, aunque poco frecuente en nuestro debate público.
Maldoror dijo…
Iván:

El comentario de los mandamientos va con respecto a esto que ud escribió:

Este se sintetiza en los Diez Mandamientos, los cuales son “la antorcha de la ética, de la esperanza y del diálogo”, y constituyen para todos los hombres una norma de vida en la justicia y en el amor.

Difícil pensar que el primer mandamiento se la antorcha del "dialogo", sobre todo con todas aquellas religiones que no reconozcan al Dios judeo-cristiano (la aplastante mayoría), o aquellos que no creemos en Dios. Peor cuando se menciona el tercero como uno que "exige conservar y promover la santidad de la familia basada en el matrimonio.", como si la mayoría de las personas en el mundo tuviera el mismo modelo de familia, el mismo concepto de matrimonio que tienen los judíos o los cristianos (o cuando simplemente consideramos al matrimonio como una institución caduca e innecesaria).

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