Jaque (¿mate?) a las Farc

Con el título “Jaque al terror. Los años horribles de las Farc” editorial Planeta publicó hace unas semanas las memorias de Juan Manuel Santos en su paso por el Ministerio de Defensa. No cabe duda que el libro tiene mucho interés, pues bajo su gestión las Farc recibieron los golpes más duros de su historia, los cuales propiciaron un cambio en la correlación de fuerzas entre el Estado y la guerrilla. De estos golpes se destaca la Operación Jaque (liberación de Íngrid Betancurt, tres estadounidenses y once policías y militares) y la Operación Fénix (bombardeo al campamento de ‘Raúl Reyes’). El texto relata detalles de los exitosos operativos contra cabecillas de la organización, algunas deserciones, y las fugas de secuestrados. Dicho recuento le da al libro un carácter de documento histórico, y ayuda a revivir gratos momentos de nuestra historia reciente, pero, al mismo tiempo, evidencia literariamente su cadencia más repetitiva y monótona, pues por pasajes aparece como un recuento policial de bajas y capturas. Más que un análisis de su factura literaria, y luego de señalar lo obvio, y es que el libro muestra el debilitamiento progresivo y quizás irreversible de las Farc, me centraré en el enfoque que tiene el ex ministro de la guerrilla.

Básicamente, Santos mantiene la tendencia gubernamental de calificar a las Farc como una organización terrorista y narcotraficante. Evidentemente, sólo un ingenuo ideologizado negaría que tales actividades hacen parte de la vida cotidiana de sus militantes, y que en parte explican su decadencia y degradación interna. El tono triunfalista del relato de Santos era previsible antes de la publicación, aunque los hechos hablan por sí solos. No obstante, como alguien que aspira a ser Presidente de la República, Santos no explica cómo afrontaría el final de la guerra. Esta es la gran carencia política del texto.

Juan Manuel Santos continua una larga tradición de nuestra institucionalidad –en la que se incluye el presidente Uribe– según la cual los guerrilleros son ante todo bandoleros y facinerosos, y no actores políticos que causan algo más que desorden público. Por ello, incluye en su recuento los golpes dados a los capos del narcotráfico, corroborando dicha aproximación. En el campo de batalla cotidiano, en el que afortunadamente se siguen ganando tantas batallas, considerar que las Farc son ante todo una banda delincuencial cuyos militantes hay que desmovilizar, capturar o dar de baja, puede ser suficiente, y de hecho, da un parte de tranquilidad y optimismo a los colombianos de a pie. La pregunta es si dicho enfoque es apropiado para encarar la posible terminación del conflicto armado. Creo que no.

En otros lugares he señalado que reconocer el carácter político de las Farc no constituye concesión alguna a su causa, sino una constatación de su carácter insurgente y la finalidad de su lucha armada. En “Jaque al terror” se echa de menos una aproximación a las Farc como actor político, elemento esencial para construir un futuro sin grupos sediciosos. Como nación, ello nos situaría ante un escenario de superación de la guerra, pues mirando las últimas décadas, uno tiende a pensar cuántos ministros como Santos, y cuantos “años terribles” harían falta para derrotar a la guerrilla, y la respuesta, desazonadora (de muchos años), indica que es más razonable pensar en una terminación política del conflicto, que sobrevenga como consecuencia de una sostenida y eficaz presión militar. Aunque algunos definan como “caguaneros” a quienes sostienen esta tesis, pienso que es lo más realista.

“Jaque al terror” demuestra que Santos fue un buen ministro de Defensa. La pregunta que deja latente es si sería el presidente no solo para continuar exitosamente el combate militar contra la guerrilla, sino además, si sería el estadista para sellar la terminación política del conflicto armado (esto lo insinúa muy brevemente). Esa sí sería la verdadera continuación de la Seguridad Democrática, pues la guerrilla, en jaque, aún no tiene su jaque mate.

Apostilla: ¿Será verdad que las amenazas de muerte contra Monseñor Víctor Ochoa están motivadas por su oposición a la construcción de la Clínica de la Mujer? Sería muy grave.

Medellín, 5 de enero de 2010.

Publicado en El Mundo, Medellín, 7 de enero de 2010, p. A3.

Comentarios

Unknown dijo…
Leí Jaque al Terror, y me gustó. Se trata, como bien dice, de un documento histórico de gran interés, que se lee, además, con facilidad. Tal vez porque recrea "gratos momentos de nuestra historia reciente" y porque contiene información complementaria o adicional que sazona la historia. Ahora bien, creo que, a pesar de que los cabecillas de las FARC -además de incurrir en el terrorismo y el narcotráfico- mantienen motivaciones internas políticas, esto no les confiere el derecho de ser tratados como "actores políticos". Quien renuncia al diálogo para optar por el terror -y ellos lo hicieron al echar por la borda el generoso proceso del Caguán- no obra "políticamente" ni se convierte en interlocutor válido para discutir los temas del país. Convertir a las FARC en actores políticos equivaldría a legitimar la violencia como medio idóneo para obtener resultados y ganancias en el juego del poder, en demérito de quienes optan, valientemente, por el debate democrático. El único diálogo posible con ellas, como con cualquier otro criminal (independientemente de sus motivaciones), es el que trate de los términos para su desmovilización y desarme.
María Teresa: por supuesto que los criterios éticos (como el bien común o el diálogo civilizado) es un criterio decisivo para comprender un fenómeno político. Sin embargo, no es el único, pues de este modo, por ejemplo, ni Hitler, Pol Pot o Stalin podrían ser catalogados como políticos.
Julien Freund apunta que además de la distinción schmittiana amigo-enemigo, hay que tener en cuenta que exista una relación mando-obediencia y una distinción público-privado. Creo que la perspectiva clásica del bien común como distintiva de la política debe complementarse con la perspectiva moderna que sitúa el problema del poder como central. La síntesis es difícil, por supuesto.

Yo creo que no se oponen el carácter político con el carácter delincuencial de las Farc. Aunque estén en el negocio del narcotráfico, la diferencia con los narcotraficantes comunes es que su propósito último no es enriquecerse. Quieren tomar el poder, lo han dicho innumerables veces. Pero, insisto, eso no implica legitimarlos, ni mucho menos.
Tan solo entender que son una realidad diferente. Lleva, entre otras cosas, a tratarlos como sediciosos, que en la lógica del Estado moderno hobbesiano, implican la enfermedad del Estado, una amenaza a su estabilidad. ¿Tienen los narcotraficantes uniforme, son adoctrinados, mantienen una diplomacia paralela o se denominan representantes del pueblo? No lo necesitan. Las Farc si. Para nuestra desgracia además.

Entradas populares