El haraquiri del Polo
“Las recientes disputas del Polo Democrático Alternativo están demostrando que ese partido ni tiene vocación de poder, ni madurez para asumirlo… El Polo, que en algún momento llegó a parecer un proyecto de izquierda democrática viable, transita los caminos que llevaron a la extinción a sus predecesores”. Estas aseveraciones no son de Fernando Londoño, de José Obdulio Gaviria, ni de ningún uribista. Son de Daniel Coronell, alguien de quien difícilmente podría decirse que sostiene ideas de derecha. Escritas hace unos días en su columna de la revista Semana, constituyen un descarnado y lúcido análisis de lo que le sucede al Polo. Algo que por lo demás, quedó ratificado con el II Congreso de la colectividad que acaba de pasar.
Allí, uno de los más fuertes críticos de la reelección del Presidente Uribe (tanto de la anterior como de una segunda probable) sometió su nombre para ser reelegido como presidente del partido. Además, en medio de un contexto en el que muchos sectores de opinión le reclaman al PDA un deslinde claro, tajante y reiterativo de las FARC, particularmente de su histórica estrategia de combinación de las formas de lucha, llega una carta de la organización guerrillera en la que entre otras cosas Alfonso Cano se dirige a Carlos Gaviria como un camarada, y hace un explícito guiño político a sus propuestas partidarias. Para colmo, la misiva se recibe como si fuera la declaración de apoyo de un simpatizante más del partido, es decir, sin ninguna objeción. Algunos asistentes dicen que la carta no se discutió por falta de tiempo. Al secretario general del PDA le parece innecesario en este caso reiterar algo que ya está en la declaración de principios. Lo que parece claro, más bien, es que este asunto sigue siendo un motivo de discordia entre las diferentes facciones en las que se ha dividido esta colectividad. Por cuenta de esta disputa, personajes de tanta visibilidad pública como Gustavo Petro, Lucho Garzón y María Emma Mejía parecen no tener un lugar en el partido y tendrán que armar tolda aparte.
La obsesión de buena parte del Polo con el liderazgo de Carlos Gaviria se puede explicar entre otras cosas, como la ilusión que despertó la histórica votación (2’613.157) que obtuvo en 2006. Desde ese momento muchos piensan que la hazaña de ocupar la Casa de Nariño está cerca, más aún si para 2010 se consolida un bloque contra Uribe o éste no va. Se equivocan. Las candidaturas de opinión como la de Gaviria son coyunturales y por ello pasajeras, y presiento que de ser candidato para el 2010, como seguramente ocurrirá, ni siquiera igualará aquel caudal. Una de las razones es que el consenso que parece existir en el país acerca de la necesidad de continuar las tesis básicas de la Seguridad Democrática le restan peso electoral a una opción vacilante frente a dicho tema como la que hoy exhibe el Polo.
Si a todo esto se le suma la pésima administración de Samuel Moreno en Bogotá, se pueden concluir dos cosas: que el Polo no parece tener vocación de poder, y que a pesar de la simpatía que le profesan los medios, y contrario a lo que muchos podrían haber predicho hace unos años, aquí la opción política de una izquierda democrática cada día pierde más terreno. Curiosamente no es por cuenta del peso de los partidos tradicionales, sino de la propia izquierda. El haraquiri del Polo comenzó en su II Congreso. Su ritual será agónico.
Bogotá, 3 de marzo de 2009.
“Las recientes disputas del Polo Democrático Alternativo están demostrando que ese partido ni tiene vocación de poder, ni madurez para asumirlo… El Polo, que en algún momento llegó a parecer un proyecto de izquierda democrática viable, transita los caminos que llevaron a la extinción a sus predecesores”. Estas aseveraciones no son de Fernando Londoño, de José Obdulio Gaviria, ni de ningún uribista. Son de Daniel Coronell, alguien de quien difícilmente podría decirse que sostiene ideas de derecha. Escritas hace unos días en su columna de la revista Semana, constituyen un descarnado y lúcido análisis de lo que le sucede al Polo. Algo que por lo demás, quedó ratificado con el II Congreso de la colectividad que acaba de pasar.
Allí, uno de los más fuertes críticos de la reelección del Presidente Uribe (tanto de la anterior como de una segunda probable) sometió su nombre para ser reelegido como presidente del partido. Además, en medio de un contexto en el que muchos sectores de opinión le reclaman al PDA un deslinde claro, tajante y reiterativo de las FARC, particularmente de su histórica estrategia de combinación de las formas de lucha, llega una carta de la organización guerrillera en la que entre otras cosas Alfonso Cano se dirige a Carlos Gaviria como un camarada, y hace un explícito guiño político a sus propuestas partidarias. Para colmo, la misiva se recibe como si fuera la declaración de apoyo de un simpatizante más del partido, es decir, sin ninguna objeción. Algunos asistentes dicen que la carta no se discutió por falta de tiempo. Al secretario general del PDA le parece innecesario en este caso reiterar algo que ya está en la declaración de principios. Lo que parece claro, más bien, es que este asunto sigue siendo un motivo de discordia entre las diferentes facciones en las que se ha dividido esta colectividad. Por cuenta de esta disputa, personajes de tanta visibilidad pública como Gustavo Petro, Lucho Garzón y María Emma Mejía parecen no tener un lugar en el partido y tendrán que armar tolda aparte.
La obsesión de buena parte del Polo con el liderazgo de Carlos Gaviria se puede explicar entre otras cosas, como la ilusión que despertó la histórica votación (2’613.157) que obtuvo en 2006. Desde ese momento muchos piensan que la hazaña de ocupar la Casa de Nariño está cerca, más aún si para 2010 se consolida un bloque contra Uribe o éste no va. Se equivocan. Las candidaturas de opinión como la de Gaviria son coyunturales y por ello pasajeras, y presiento que de ser candidato para el 2010, como seguramente ocurrirá, ni siquiera igualará aquel caudal. Una de las razones es que el consenso que parece existir en el país acerca de la necesidad de continuar las tesis básicas de la Seguridad Democrática le restan peso electoral a una opción vacilante frente a dicho tema como la que hoy exhibe el Polo.
Si a todo esto se le suma la pésima administración de Samuel Moreno en Bogotá, se pueden concluir dos cosas: que el Polo no parece tener vocación de poder, y que a pesar de la simpatía que le profesan los medios, y contrario a lo que muchos podrían haber predicho hace unos años, aquí la opción política de una izquierda democrática cada día pierde más terreno. Curiosamente no es por cuenta del peso de los partidos tradicionales, sino de la propia izquierda. El haraquiri del Polo comenzó en su II Congreso. Su ritual será agónico.
Bogotá, 3 de marzo de 2009.
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