
Argentina
“Un gran país mal gobernado” puede ser una forma simple para definir a la Argentina. En la masiva inmigración española e italiana de fines del siglo XIX hay que buscar las causas de las cosas más interesantes que tiene esta nación: su amplitud de miras para construir una ciudad –Buenos Aires– que evoca a Europa, su amplia oferta cultural y bibliográfica, una masiva e importante educación escolar que es una de los mejores herencias de la clase media, y un amor propio colectivo que contrasta con la falta de solidaridad que se ve en las calles.
Aquello de ‘mal gobernado’ no es por el gobierno anacrónicamente ideológico e incapaz de ahora. También por los pasados, pero sobretodo, por la ausencia de un proyecto político articulado desde las élites políticas que logre cohesionar a un país que, a diferencia de muchos en la región, goza de una notable homogeneidad cultural, lingüística, religiosa y racial.
La Argentina de hoy es también un país paralizado por una suerte de ‘sacralización’ de la protesta social. Protesta que habla del enorme papel interventor y burocrático que aún juega el Estado –por lo cual se le exige sin cesar, como a un padre–, así como también del alto sentido de autocrítica e inconformidad de los ciudadanos ante el estado de cosas. La crisis del campo demostró que acá sí existe lo que se denomina sociedad civil. Sin embargo, las protestas no siempre son razonables, y muchas veces contravienen impunemente el sentido de lo público: los famosos ‘piquetes’ a veces pueden ser protagonizados por no más de 20 individuos, que tranquilamente pueden paralizar durante horas una importante avenida, además ¡custodiados por la policía!
Recuperar la grandeza perdida es quizás uno de las cosas que desvelan a los argentinos. También a quienes los apreciamos.
Buenos Aires, 3 de octubre de 2008.
“Un gran país mal gobernado” puede ser una forma simple para definir a la Argentina. En la masiva inmigración española e italiana de fines del siglo XIX hay que buscar las causas de las cosas más interesantes que tiene esta nación: su amplitud de miras para construir una ciudad –Buenos Aires– que evoca a Europa, su amplia oferta cultural y bibliográfica, una masiva e importante educación escolar que es una de los mejores herencias de la clase media, y un amor propio colectivo que contrasta con la falta de solidaridad que se ve en las calles.
Aquello de ‘mal gobernado’ no es por el gobierno anacrónicamente ideológico e incapaz de ahora. También por los pasados, pero sobretodo, por la ausencia de un proyecto político articulado desde las élites políticas que logre cohesionar a un país que, a diferencia de muchos en la región, goza de una notable homogeneidad cultural, lingüística, religiosa y racial.
La Argentina de hoy es también un país paralizado por una suerte de ‘sacralización’ de la protesta social. Protesta que habla del enorme papel interventor y burocrático que aún juega el Estado –por lo cual se le exige sin cesar, como a un padre–, así como también del alto sentido de autocrítica e inconformidad de los ciudadanos ante el estado de cosas. La crisis del campo demostró que acá sí existe lo que se denomina sociedad civil. Sin embargo, las protestas no siempre son razonables, y muchas veces contravienen impunemente el sentido de lo público: los famosos ‘piquetes’ a veces pueden ser protagonizados por no más de 20 individuos, que tranquilamente pueden paralizar durante horas una importante avenida, además ¡custodiados por la policía!
Recuperar la grandeza perdida es quizás uno de las cosas que desvelan a los argentinos. También a quienes los apreciamos.
Buenos Aires, 3 de octubre de 2008.
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