La fe de los rescatados
En sus primeras horas en la libertad, causó alivio ver la lucidez de Íngrid Betancurt. Asombró también su profunda piedad religiosa, desconocida en las épocas que repartía condones en la Séptima como parte de su campaña política. No obstante, algunos intelectuales del país no parecen poder creer que precisamente la fe católica de Íngrid fue uno de sus más importantes consuelos sino además el sentido para sobrellevar muchas situaciones que ni siquiera se ha atrevido a comentar en público.
En su columna dominical de El Espectador –“La patria del Avemaría”– Héctor Abad Faciolince calificó como absurdas, ridículas y risibles algunas de las palabras y gestos religiosos que se han visto en torno al rescate de los secuestrados. No solo se refería a Íngrid. También al Presidente, a los soldados y a los policías rescatados.
Más allá del irrespeto y el cinismo que supone esta actitud ante la forma como han afrontado estas personas una dramática situación, actitud por lo demás propia de un rancio filósofo anticlerical del siglo XVIII –como él mismo lo reconoce–, me llama la atención que él dice comprender tal situación: “… yo la entiendo. Uno en esas condiciones inhumanas se pega de cualquier cosa, y la religión —cualquier religión— es muy útil en los momentos de extrema humillación, desespero y soledad. Es comprensible”. Pero es que precisamente eso es lo que el reconocido escritor no entiende de verdad, pues al ridiculizarla y concebir la religión como un consuelo para desdichados, reduciéndola a una suerte de droga al mejor estilo del credo marxista, Héctor Abad manifiesta que precisamente no entiende en qué consiste la fe cristiana. Porque si algo queda claro de las palabras de Íngrid es que ante una situación tan absurda, inhumana y cruel como la de estar secuestrado durante más de 6 años en la inhóspita selva del sur del país, que la llevaron a plantearse la posibilidad del suicidio casi diariamente, solamente una respuesta trascendente y sobrenatural puede dar sentido, fortaleza y esperanza. Y precisamente por eso ha podido tener la actitud valerosa que hemos visto durante estos días.
Asimismo, los protagonistas de la operación militar han reconocido una presencia sobrenatural en todo lo ocurrido. ¡A pesar de su perfección técnica y humana! ¿Es irracional pensar que realmente fue así?
Muchos de nuestros intelectuales tienen prejuicios tan arraigados que no les permiten entender argumentos y experiencias diferentes de lo que ellos entienden por racionalidad. Los consideran subjetivos y menos racionales. No lo son. Entre otras cosas porque están cargadas de razones y de sentido para vivir.
Los argumentos del columnista evidencian que una fe sencilla y sincera es vista por nuestra élite ilustrada como un consuelo para menores de edad. De allí el sarcasmo: “¿No hubiera sido más fácil, por ejemplo, que Dios les mandara la enfermedad del sueño a todos los guerrilleros de las Farc, durante cuatro días y tres noches, de manera que los cientos de cautivos, no sólo quince, se pudieran volar?” se pregunta Abad. Me temo que en pleno siglo XXI, esta perspectiva manifiesta incluso la ausencia de sentido común de uno de nuestros mejores hombres de letras.
Publicado en El Mundo, Medellín, 8 de julio de 2008.
Arequipa, 6 de julio de 2008.
En sus primeras horas en la libertad, causó alivio ver la lucidez de Íngrid Betancurt. Asombró también su profunda piedad religiosa, desconocida en las épocas que repartía condones en la Séptima como parte de su campaña política. No obstante, algunos intelectuales del país no parecen poder creer que precisamente la fe católica de Íngrid fue uno de sus más importantes consuelos sino además el sentido para sobrellevar muchas situaciones que ni siquiera se ha atrevido a comentar en público.
En su columna dominical de El Espectador –“La patria del Avemaría”– Héctor Abad Faciolince calificó como absurdas, ridículas y risibles algunas de las palabras y gestos religiosos que se han visto en torno al rescate de los secuestrados. No solo se refería a Íngrid. También al Presidente, a los soldados y a los policías rescatados.
Más allá del irrespeto y el cinismo que supone esta actitud ante la forma como han afrontado estas personas una dramática situación, actitud por lo demás propia de un rancio filósofo anticlerical del siglo XVIII –como él mismo lo reconoce–, me llama la atención que él dice comprender tal situación: “… yo la entiendo. Uno en esas condiciones inhumanas se pega de cualquier cosa, y la religión —cualquier religión— es muy útil en los momentos de extrema humillación, desespero y soledad. Es comprensible”. Pero es que precisamente eso es lo que el reconocido escritor no entiende de verdad, pues al ridiculizarla y concebir la religión como un consuelo para desdichados, reduciéndola a una suerte de droga al mejor estilo del credo marxista, Héctor Abad manifiesta que precisamente no entiende en qué consiste la fe cristiana. Porque si algo queda claro de las palabras de Íngrid es que ante una situación tan absurda, inhumana y cruel como la de estar secuestrado durante más de 6 años en la inhóspita selva del sur del país, que la llevaron a plantearse la posibilidad del suicidio casi diariamente, solamente una respuesta trascendente y sobrenatural puede dar sentido, fortaleza y esperanza. Y precisamente por eso ha podido tener la actitud valerosa que hemos visto durante estos días.
Asimismo, los protagonistas de la operación militar han reconocido una presencia sobrenatural en todo lo ocurrido. ¡A pesar de su perfección técnica y humana! ¿Es irracional pensar que realmente fue así?
Muchos de nuestros intelectuales tienen prejuicios tan arraigados que no les permiten entender argumentos y experiencias diferentes de lo que ellos entienden por racionalidad. Los consideran subjetivos y menos racionales. No lo son. Entre otras cosas porque están cargadas de razones y de sentido para vivir.
Los argumentos del columnista evidencian que una fe sencilla y sincera es vista por nuestra élite ilustrada como un consuelo para menores de edad. De allí el sarcasmo: “¿No hubiera sido más fácil, por ejemplo, que Dios les mandara la enfermedad del sueño a todos los guerrilleros de las Farc, durante cuatro días y tres noches, de manera que los cientos de cautivos, no sólo quince, se pudieran volar?” se pregunta Abad. Me temo que en pleno siglo XXI, esta perspectiva manifiesta incluso la ausencia de sentido común de uno de nuestros mejores hombres de letras.
Publicado en El Mundo, Medellín, 8 de julio de 2008.
Arequipa, 6 de julio de 2008.
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