Sobre "Academia y política" de Alejandro Gaviria
El Decano de Economía de la Universidad de los Andes de Bogotá publica hoy en El Espectador una interesante columna sobre la relación entre la academia y la política sobre la cual me surgen varios comentarios, y aprovechando que no es usual que se planteen estos temas en los medios de comunicación con seriedad y sin apasionamientos distorsionantes.
Aunque no conozco los estudios a los que alude Gaviria (el de Claudia López y uno de la Universidad Nacional) comparto su opinión general en cuanto evidencia una tendencia de sobra conocida de ciertas instituciones académicas con las que los intelectuales se casan fácilmente y fuera de su universo resultan juzgadas por quienes son críticos como bastante parcializadas y sesgadas.
A mi juicio, Gaviria pone de manifiesto la complejidad del tema pero cae en una contradicción:
“Pero la academia no consiste en opinar con sensatez. La academia debe, por encima de todo, probar lo enunciado”. Hasta ahí puede ser una glosa al célebre texto de Weber La ciencia como profesión, pero más adelante se lee: “Uno entiende que los políticos distorsionen la evidencia —al fin y al cabo su oficio consiste en mentir con sinceridad—, pero los académicos deben tratar de opinar con fundamento”. Y creo que el asunto va más por ahí. Me parece que lo han visto bien los académicos anglosajones con su particular estilo de escritura en primera persona que no tiene pudor de mostrar sus propias apreciaciones y no esconderlas bajo el velo de la neutralidad científica, en la cual creo que hay mucho de ficción amen de la influencia del positivismo decimonónico, y si bien el ideal que el columnista señala es válido asumirlo como norte investigativo –es saludable además– en esencia es inviable en las ciencias sociales, o por lo menos se debe reconocer que estas requieren del investigador lo que Gaviria lúcidamente señala como opinar con fundamento.
Lo que pasa es que un verdadero fundamento no es un prejuicio, una opinión subjetivista o una ideología, sea cual sea. Pues en el fondo ninguna de éstas dan cuenta de la realidad como tal, y en último término, lo que le debe importar al académico existencialmente es conocer mejor la realidad para que otros puedan hacer lo mismo.
Arequipa, 28 de marzo de 2008.
Postscríptum: El artículo puede leerse en:
http://www.elespectador.com/opinion/columnistasdelimpreso/alejandro-gaviria/columna-academia-y-politica
El Decano de Economía de la Universidad de los Andes de Bogotá publica hoy en El Espectador una interesante columna sobre la relación entre la academia y la política sobre la cual me surgen varios comentarios, y aprovechando que no es usual que se planteen estos temas en los medios de comunicación con seriedad y sin apasionamientos distorsionantes.
Aunque no conozco los estudios a los que alude Gaviria (el de Claudia López y uno de la Universidad Nacional) comparto su opinión general en cuanto evidencia una tendencia de sobra conocida de ciertas instituciones académicas con las que los intelectuales se casan fácilmente y fuera de su universo resultan juzgadas por quienes son críticos como bastante parcializadas y sesgadas.
A mi juicio, Gaviria pone de manifiesto la complejidad del tema pero cae en una contradicción:
“Pero la academia no consiste en opinar con sensatez. La academia debe, por encima de todo, probar lo enunciado”. Hasta ahí puede ser una glosa al célebre texto de Weber La ciencia como profesión, pero más adelante se lee: “Uno entiende que los políticos distorsionen la evidencia —al fin y al cabo su oficio consiste en mentir con sinceridad—, pero los académicos deben tratar de opinar con fundamento”. Y creo que el asunto va más por ahí. Me parece que lo han visto bien los académicos anglosajones con su particular estilo de escritura en primera persona que no tiene pudor de mostrar sus propias apreciaciones y no esconderlas bajo el velo de la neutralidad científica, en la cual creo que hay mucho de ficción amen de la influencia del positivismo decimonónico, y si bien el ideal que el columnista señala es válido asumirlo como norte investigativo –es saludable además– en esencia es inviable en las ciencias sociales, o por lo menos se debe reconocer que estas requieren del investigador lo que Gaviria lúcidamente señala como opinar con fundamento.
Lo que pasa es que un verdadero fundamento no es un prejuicio, una opinión subjetivista o una ideología, sea cual sea. Pues en el fondo ninguna de éstas dan cuenta de la realidad como tal, y en último término, lo que le debe importar al académico existencialmente es conocer mejor la realidad para que otros puedan hacer lo mismo.
Arequipa, 28 de marzo de 2008.
Postscríptum: El artículo puede leerse en:
http://www.elespectador.com/opinion/columnistasdelimpreso/alejandro-gaviria/columna-academia-y-politica
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