Disenso razonable
Las sociedades democráticas se basan en la expectativa de alcanzar acuerdos, pero su mayor desafío es mantener los desacuerdos dentro de lo razonable. Ante el grado de polarización del debate público al que hemos llegado, pero sobre todo, en el terreno personal en el que se hizo costumbre que se sitúen las disputas políticas, deberíamos preguntarnos: ¿Es posible tramitar las diferencias políticas sin la ambición (o el temor) de ganarlo todo (o perderlo todo)? ¿Se puede salir del espiral de revanchismo que convirtió a las instituciones públicas en trinchera desde la que se neutraliza al contradictor político? En síntesis, ¿es posible construir un disenso razonable?
A estas alturas, el Gobierno debería reconocer que en el mediano plazo no habrá un consenso nacional en torno a la paz. Y el uribismo, por su parte, que el acuerdo en La Habana será un hecho. Luego, si después de tres años no habrá jaque mate, la tolerancia de un lado y la moderación del otro ayudarían a construir un disenso razonable que destierre la ilusión de ganarlo o perderlo todo.
De lado y lado, los políticos incendiarios, que sólo piensan en la próxima escaramuza, podrían asimilar una lección simple de la democracia: quienes hoy son Gobierno, mañana pueden ser Oposición, y viceversa. Por ello, con responsabilidad deberían preguntarse: ¿de qué servirá firmar la paz en La Habana si se agudiza la guerra en Bogotá? ¿Es lógico que después de firmar con las guerrillas haya que iniciar otro proceso para reconciliar a los contradictores políticos?
Los políticos incendiarios, sobra decirlo, no están solos: creyentes fervientes en el unanimismo son sus compañeros de ruta. Su ilusión es que una sola forma de ver y hacer las cosas o “un gran propósito nacional” es la condición para el remedio de nuestros males. Olvidan, sin embargo, que el disenso enriquece la democracia porque, como advertía Mill, si la opinión disidente es verdadera, la sociedad tiene la oportunidad de cambiar el error por la verdad; y si es errónea, puede tener una visión más clara de la verdad, producida por su contraste con el error.
Pero el disenso es irrazonable y estéril cuando impide un acuerdo sobre cuestiones fundamentales. Y acá lo fundamental es el respeto por las instituciones, donde se enmarcan los desacuerdos y se evita que el disenso sea antesala de la violencia. Las instituciones por lo demás, aún a pesar de quienes las ponen a su servicio, permanecerán cuando incendiarios y unanimistas hagan parte de los libros de historia.
Descalificar al contradictor, mentir deliberadamente sobre sus argumentos o pretender sacarlo de la contienda ilegítimamente son formas de disenso irrazonable. Ponerse en lugar del otro (porque usted también podría estar ahí), tomar en serio sus argumentos (porque son los mismos de otros ciudadanos que merecen respeto) y jugar limpio con las reglas institucionales (porque son la base del juego) son gestos que contribuirían a mantener un disenso razonable. El mismo que haría de los políticos contradictores y no enemigos a muerte.
Publicado en El Espectador, 27 de marzo de 2016, p. 44.
Comentarios