Lo que no se puede saber

Fuente: Alfaguara.com
Eduardo Muriel y Beatriz Noguera arrastran un matrimonio infeliz en una España post-Franco a la que no ha llegado el divorcio. No es, sin embargo, una razón legal la que los lleva a seguir juntos, sino la inercia de años de convivencia.

Un mal día irrumpió en sus vidas una dolorosa verdad que señaló el camino de la desdicha. Una carta que habría cambiado el destino de ambos y que ella ocultó durante años apareció cuando no había marcha atrás. En el caso del país, lo que no se puede saber se refiere a la Guerra Civil (1936-1939), concretamente, el papel que algunos de los sobrevivientes jugaron durante la Dictadura.

Así empieza lo malo, el último libro de Javier Marías puede leerse, como cualquier novela, de muchas formas. Tras la historia del matrimonio Muriel Noguera y del contexto político en que se enmarca (los años de la transición a la democracia), subyace el problema de la verdad, la memoria y la convivencia. ¿Cómo vivir con lo que no se puede saber? ¿Cuáles son los límites de la memoria cuando se enfrenta a una verdad borrosa y dolorosa?

Cuando se sabe tardíamente lo que no se podía saber cabe una convivencia resignada. Sin la posibilidad de retroceder el tiempo, esta es una imperfecta forma de seguir adelante y acallar el deseo de saber porqué y cómo ocurrió lo que ocurrió.

Convivir resignadamente es lo que hacen las personas y las sociedades cuando en su ejercicio de memoria histórica encuentran tardíamente respuestas a las preguntas que no se pueden dejar de hacer.

Hay aquí una advertencia contra la pretensión de saber una verdad que se ha hecho inaccesible porque según Muriel, “tiene un lugar y en él se queda; (…) tiene un tiempo y en él se queda también. Se queda encerrada en ellos y no hay forma de reabrirlos, ni a uno ni a otro podemos viajar para echarle un vistazo a su contenido”.  

Por ello, pretender hacer un juicio de responsabilidades para esclarecer toda la verdad como pretenden los abogados de los derechos humanos y los profetas de la memoria histórica es un camino sin fin en el que víctimas y victimarios quedan, en últimas, en el mismo plano moral. Lleva a reabrir heridas que no se pueden borrar. Sólo esperar que cicatricen.

Ante lo que no se puede saber cabe también creer en un relato de la verdad. Parcial y hasta engañoso, pues hasta sus protagonistas pueden ya no ser capaces de recordar todo. Pero la incertidumbre total es insoportable, y “que yo esté condenado a no averiguarla -le dice Muriel a su ayudante, Juan De Vere- no significa que no haya una verdad”.

“Así empieza lo malo y lo peor queda atrás”, escribió Shakespeare. Renunciar a lo que no se puede saber es malo, pero con el correr del tiempo y el recuerdo cada vez más lejano y menos descarnado de lo ocurrido, lo peor queda atrás. Y debemos aprender a vivir con ello. 

Publicado en El Espectador, 21 de enero de 2015, p. 26. 

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