La dialéctica de la paz

Dos plumazos contradijeron la caricatura del Centro Democrático como un partido de postura monolítica frente a los problemas del país. Las cartas entre el excomisionado de Paz y el expresidente Uribe suscitaron una saludable controversia para una democracia en la que las discusiones al interior de los partidos son por cuotas burocráticas, y en las que sus líderes abundan en lugares comunes.

El excomisionado Restrepo advierte, con razón, que el uribismo debería participar del proceso proponiendo y no sólo criticando, y anticiparse al eventual escenario de refrendación de los acuerdos con las Farc. Sin embargo, tal propuesta es inviable por los términos en los que los amigos de la paz situaron la discusión: mientras para Santos la cuestión es que se suban al “tren de la paz” quienes no lo han hecho, La U, partido de Gobierno, rechazó la propuesta de un Órgano Legislativo Transitorio el mismo día que Uribe la publicó, sin mediar discusión. Advirtamos, de paso, que nadie se sube a un tren como a un taxi: esperando que el conductor tome el camino que se le indica.

En una mala estrategia de poder, el uribismo se ha empecinado en rechazar cualquier avance en La Habana, como señaló Gustavo Duncan (El País, 26/12/2014). Ello se explica porque intelectuales como Alfredo Rangel, Darío Acevedo, Jaime Jaramillo Panesso y Jesús Vallejo aún cuestionan la decisión gubernamental de negociar, pues consideran que un grupo terrorista no merece tal prerrogativa estatal. Postura que comparte un amplio sector de los militantes del Centro Democrático.

Sin embargo, la intransigencia de la oposición uribista al proceso no se debe únicamente a un excesivo principialismo: también influye que sus posturas son rechazadas sistemáticamente. ¿Para qué hacer propuestas moderadas y de concertación si serán desechadas por los amigos de la paz y los propios copartidarios?, se preguntarán algunos.

Santos y Uribe son responsables de que la dialéctica Gobierno-Oposición sobre la paz haya devenido en un estéril diálogo de sordos. Como ha sido usual en nuestra historia, la enemistad política de dos dirigentes ha llevado al país a escoger un bando, haciendo que los ciudadanos participen de un ‘plebiscito cotidiano’ en el que la cuestión sea creer sin matices en la versión del líder de cada facción. Y en lo emotivo, el plebiscito es animado por las arengas mutuas de estar desinformados o de querer engañar.

Las mediaciones seguirán siendo infructuosas, porque Santos y Uribe, cada uno en su esquina, están jugados al todo o nada: al fracaso de “la entrega del país a las Farc”, para que nadie dude que la Seguridad Democrática fue la Edad Dorada de nuestra historia reciente. O al “triunfo de la paz total”, cuota inicial del Nobel y lo que salvaría a esta administración de encabezar en los libros de historia el capítulo de los Gobiernos intrascendentes. 

Publicado en El Espectador, 31 de diciembre de 2014, p. 31.

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