Crímenes, de Ferdinand Von Schirach


Nuestro derecho penal se basa en el criterio de que no hay pena sin culpa. Imponemos una pena según la culpabilidad de una persona; nos preguntamos hasta qué punto podemos hacerla responsable de sus actos, explica, con tono profesoral, el autor de Crímenes. Y a continuación, advierte el hilo conductor implícito de los once relatos que contiene el libro: “Es un asunto complejo” (p. 186).

Los relatos del libro de Von Schirach revelan que las razones para cometer un crimen son siempre múltiples, frecuentemente inesperadas, pero a veces, incluso, impredecibles y hasta inverosímiles. No solo individuos aislados y taciturnos que crecen en ambientes marcados por la pobreza y la exclusión social, conforme a los estereotipos que repiten algunos perspicaces analistas sociales, son aquellos que algún día deciden cometer un crimen. Un hombre atado de por vida a una promesa, un misterioso adulto que espera un tren, un desesperado padre y esposo que quiere redimirse, una mujer que no soporta el sufrimiento de su disminuido hermano, son algunos de los casos que, con destreza y suspenso narra este abogado penalista. 

Aquí aparece otro de los aspectos sugerentes del libro: el autor documenta los casos porque los conoció de primera mano en su ejercicio como defensor. De allí que los casos -todos ocurridos en Alemania- no solo no tienen ninguna pretensión diferente que ser contados, es decir, no hay moralejas ocultas, sino que, además, al lector lo sorprende darse cuenta que está ante situaciones que ocurren en la vida ordinaria. 

“Clientes y abogados defensores mantienen una relación curiosa. Un abogado no siempre quiere saber qué ha ocurrido en realidad. Ello tiene su motivo en nuestro ordenamiento penal: si el defensor sabe que su cliente ha asesinado a alguien en Berlin, no puede solicitar la comparecencia de “testigos de descargo” que afirmen que el acusado estaba ese día en Munich. Es moverse por el filo de una navaja. En otros casos es indispensable que el abogado sepa la verdad. Conocer la verdad de los hechos puede suponer entonces la ventaja mínima que libre a su cliente de una condena. Que el abogado esté convencido de la inocencia de su cliente no tiene la menor importancia. Su cometido es defender al cliente. Ni más ni menos” (p. 99). 

Como se ve, el autor es consciente del claroscuro que marca la relación del abogado con sus defendidos. Por eso, en vano el lector se queda esperando al final de cada caso un veredicto por parte del autor o un mayor esclarecimiento de los hechos del que el abogado es capaz. Su alternativa es releer para comprobar que no se haya distraído en algún detalle de la narración. 

La lectura de Crímenes es especialmente provechosa para los estudiantes de Derecho, así como para los abogados y profesores que cultivan el Derecho Penal. Pero sobretodo, este libro debe ser leído por todo aquel que quiera aproximarse en forma amena al misterio del mal humano, y trate de comprender por qué la interioridad y la conducta del ser humano es impredecible, por qué se escurre ante las ‘leyes del comportamiento’ y las fórmulas conductuales que algunas ciencias sociales le señalan a modo de axiomas. 

Crímenes ayuda a comprender por qué algunos filósofos modernos consideraron que la peligrosidad es la categoría antropológica que mejor define nuestra condición. O, dicho de otro modo, por qué el ser humano es, después del de Dios, el mayor misterio que la inteligencia ha tratado de develar.

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