Escobar
Comparto plenamente la crítica según la cual las series televisivas de narcos no nos ayudan a superar el estigma de que somos una sociedad permeada por el narcotráfico. Y es que tenemos una obsesión colectiva que nos lleva a deleitarnos con la representación cinematográfica y televisiva de nuestro problema social más grave: el tráfico de drogas y sus perversos efectos sociales.
Sin embargo, la serie “Escobar, el patrón del mal”, de Caracol Televisión, me hizo hacer una excepción a la regla de cambiar de canal cuando se emiten estos programas. Y ello porque era una serie con una pretensión histórica, casi documental, y rendía un homenaje a las víctimas de la violencia de las décadas de los ochenta y noventa.
Como este propósito era lógico que hubiera una cierta exaltación de las víctimas, y por pasajes, la serie explotaba excesivamente la sensibilidad del televidente hacia ellas. Esto no necesariamente es incorrecto: dado que nos hemos acostumbrado a vivir con cientos de víctimas de todas las formas de violencia, es válido un homenaje a las del narcotráfico. Contribuye a la memoria. Noble fue que, lejos de cualquier espíritu vindicativo, la serie mostrara a la familia de Escobar como quienes también padecieron sus delirios.
Es muy discutible el enfoque propagandístico a los otrora gloriosos Partido Liberal o El Espectador. Más allá de eso, la serie se esforzó porque la mayoría de los personajes tuvieran un parecido físico con los históricos. La actuación de Andrés Parra encaja en ello: su gesticulación, su voz, sus lágrimas y demás, nos permitieron ver a un Pablo Escobar de carne y hueso, muy diferente del ídolo posmoderno que otras series intentan mostrar, y ahí sí, idealizar.
Por supuesto, si la serie retrató con bastante fidelidad la época, la familia y los personajes del entorno del “patrón”, ello se debe en buena medida a que estuvo inspirada en una de las biografías más serias, mejor documentadas y nada apologéticas que sobre él se han escrito: “La parábola de Pablo”, de Alonso Salazar. En ella el ex-alcalde de Medellín reconstruye la vida de Escobar desde su infancia, y construye un ameno relato a partir del testimonio de decenas de personas que lo conocieron. Revela detalles curiosos, misteriosos, sorprendentes, pero sobre todo, lo muestra como un hombre obsesionado con el dinero y el poder a cualquier precio. Esa lógica fue la misma que terminó devorándolo y arrojándolo sin vida en un tejado una tarde de diciembre.
“Escobar, el patrón del mal” no solo salda cuentas con nuestro pasado, sino también con el presente. El modo de operar de los capos de entonces es el mismo que el de los capos de ahora. El soborno a soldados, policías y jueces, el temor social que despiertan para no ser denunciados, la forma como se lucran muchos de su dinero, su táctica de mimetizarse entre la gente “bien” de nuestras ciudades, no es algo que haya quedado en el pasado. Tampoco aquella nefasta creencia de que son gente a imitar.
La gran deuda histórica es de la clase política. Aliados, cómplices o negligentes, muchos políticos en el país han mantenido unos vínculos perversos con la mafia que han contribuido a la legitimación social del narcotráfico y a que se obstaculice la construcción de un Estado fuerte. Esta connivencia explica que sus imperios crezcan desproporcionadamente, y que la cultura del dinero fácil y el éxito inmediato haya permeado a nuestra juventud. En este aspecto la serie tiene absoluta actualidad. Por eso, viéndola, no solo me sentía recordando épocas idas, sino también mirando una fotografía instantánea.
Publicado en El Mundo, Medellín, 23 de noviembre de 2012.
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