Ceder, ceder y ceder

Hace unos días, el Presidente Santos le dijo a Margarita Vidal, para la revista Credencial: “La peor noticia que podríamos dar es que retiráramos la reforma (a la educación). Sería como renunciar a aumentar los recursos de la educación, los cupos y ayudas financieras a los estudiantes; a mejorar la preparación de los docentes. Nuestra decisión actual es seguir adelante, pensando en el bien de los estudiantes y de aquellos que no están estudiando por falta de recursos o porque no encuentran acceso”. Como se sabe, la peor noticia, según sus propias palabras, la anunció él mismo la semana pasada cuando propuso un trueque ingenuo: que retiraría la reforma si los estudiantes volvían a clase al día siguiente. El anuncio lo hizo horas antes de que comenzaran unas marchas multitudinarias que estaban programadas en todo el país. No voy a entrar en la discusión sobre la reforma en sí misma que, en términos generales, me parecía buena. Seguramente se volverá a presentar, pero descafeinada, después del intento imposible de concertar con todos.

Llamo la atención sobre el hecho de que el Presidente se desdiga en forma tan abrupta en tan sólo unos días (la entrevista es del 4, el anuncio del retiro fue el 9). Pero preocupa más que con ello se evidencia una forma de proceder: ceder, ceder y ceder. No es necesario traer a colación los casos en los cuales la respuesta de los afectados ha llevado al Presidente a cambiar su postura. Al analizar la forma como asumió la reforma a la educación es imposible no recordar que sucedió algo semejante con la reforma a la justicia, en la que, cuando los magistrados de las altas cortes cerraron filas en contra de la propuesta del gobierno, éste retrocedió.

¿Dónde está la explicación a esta forma de proceder? Rafael Nieto lo ha interpretado como la fe irrestricta en el consenso como política (El Colombiano, 13/11/2011). Mauricio Vargas ha sugerido que se trata del afán por quedar bien con todos (El Tiempo, 14/11/2011). Lo curioso es que el consenso suele implicar cesiones mutuas, pero la versión que Santos tiene del mismo conlleva cesiones sólo de parte del Gobierno. En el caso de los estudiantes, las demandas se han incrementado con los días y sólo volvieron a clases cuando se retiró la misma.

Aunque Santos es un tipo esencialmente pragmático, cuyos principios se amoldan a las circunstancias –seguramente su mantra de estos días será que “sólo los imbéciles no cambian de actitud cuando cambian las circunstancias”–, empieza a padecer el “síndrome del 70%”, es decir, el miedo a perder popularidad en la opinión publicada. Ello, por supuesto, condiciona su mandato, más aún y curiosamente en los temas en los que, según Gallup, su popularidad es más baja: en las cuestiones sociales, léase salud y educación. Si con el gobierno anterior se hablaba del “efecto teflón”, esto es, que la popularidad no descendía a pesar de que tomara decisiones impopulares, de este se podría hablar del “efecto temor”: para que no descienda la popularidad no se toman medidas impopulares. Lo grave del tema es que el país necesita reformas estructurales, que si nos las hace un gobierno popular, ¿quién las va a hacer?

Ciertamente, una de las tantas consideraciones que al decidir debe tener en cuenta un gobernante prudente es el efecto que una medida tendrá entre los afectados. Disminuir los costos, explicarla con persuasión, o hacerla cumplir con autoridad son algunas de las opciones que tiene disponible. Pero intentar congraciarse con todos, aún con los que se puedan ver afectados, es una alternativa que sólo augura medidas anodinas, irrelevantes. O volteretas impresentables, como ésta. Por eso, convendría que en el gobierno se preguntaran: ¿La popularidad, para qué? En la citada entrevista el Presidente dio la respuesta: “La Unidad Nacional, gracias a la cual hoy tenemos una gobernabilidad que nos envidian las naciones más desarrolladas y nos ha permitido aprobar las reformas que transformarán a Colombia”.

De todos modos, ya estamos notificados de que una cosa es lo que dice, y otra lo que hace nuestro popular mandatario.

Apostilla: Benetton hacía campañas ingeniosas. Ahora, sólo escandalosas e irrespetuosas.

Publicado en El Mundo, 22 de noviembre de 2011.

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