Steve Jobs
La muerte del líder de Apple, Steve Jobs, conmocionó al mundo esta semana, pues se fue tempranamente (a los 56 años) uno de los hombres que revolucionó las tecnologías de la información. En su memoria, algunos medios reprodujeron nuevamente un discurso que el genio detrás de la manzana pronunció en la Universidad de Stanford a los graduados del año 2005. Allí se pueden encontrar lecciones fascinantes, expresadas por quien, paradójicamente, nunca obtuvo un título universitario, pero fue sinónimo de innovación, creatividad y audacia (cosas que se suelen aprender en la universidad).
Una de las cosas que sorprende es que Jobs no fue el prototipo de persona privilegiada social y económicamente cuyas condiciones aseguraban su futuro éxito. Por el contrario, él llegó a describirse como “un niño no deseado” pues no sólo sus padres biológicos lo dieron en adopción, sino que la pareja que lo iba a adoptar se rehusaron inicialmente a hacerlo. A pesar de haber podido matricularse en una universidad privada, no tenía los recursos para ello, y por eso, mientras fue estudiante dormía en el piso de las habitaciones de sus amigos. Tomó únicamente los cursos que le interesaron, y que luego, uniendo los puntos de la vida, como decía, resultarían cruciales para su futuro. Claramente, Jobs no solo es ejemplo de superación y esfuerzo, sino de perseverancia.
Aquella expresión de “conectar los puntos” consiste en el ejercicio de mirar que nada sucede casualmente, que todas las cosas adquieren un sentido en la vida personal, y que, esos pequeños puntos, que no son otra cosa que experiencias, alegrías, dolores, éxitos, fracasos, cobran sentido cuando se mira hacia atrás. Mirarlos en el presente no permite entender la dimensión que luego tendrán: Jobs señala por ejemplo cómo el curso de caligrafía al que asistió en la universidad influiría en la forma como diseñó el primer Macintosh.
La vida del cofundador de Apple confirma aquello de que nadie llega a ser un genio, un experto o una autoridad en una materia únicamente poniendo a prueba su talento innato. Por el contrario, el esfuerzo, la dedicación y la constancia, en este caso como en todos, son condiciones absolutamente indispensables para el éxito. En el discurso de Stanford confesó que trataba de vivir cada día como si fuese el último, y que, además, estaba enamorado de su trabajo y sentía gran pasión por lo que hacía: “En ocasiones la vida te golpea con un ladrillo en la cabeza. No pierdas la fe. Estoy convencido que lo único que me permitió seguir fue que yo amaba lo que hacía. Tienen que encontrar lo que aman. Y eso es tan válido para el trabajo como para el amor. El trabajo llenará gran parte de sus vidas y la única manera de sentirse realmente satisfecho es hacer aquello que creen que es un gran trabajo. Y la única forma de hacer un gran trabajo es amar lo que se hace”.
¡Y de qué forma amó su trabajo, Steve Jobs, y qué bien lo hizo! Una gran lección para quienes por ahora seguimos acá.
Apostilla: Patético que a la insoportable lambonería de los medios nacionales con Santos los políticos le hayan puesto un nuevo ingrediente: la reelección. ¡Con 14 meses de gobierno que aún no sabemos cómo calificar!
Publicado en El Mundo, Medellín, 7 de octubre de 2011.
Bogotá, 6 de octubre de 2011.
Una de las cosas que sorprende es que Jobs no fue el prototipo de persona privilegiada social y económicamente cuyas condiciones aseguraban su futuro éxito. Por el contrario, él llegó a describirse como “un niño no deseado” pues no sólo sus padres biológicos lo dieron en adopción, sino que la pareja que lo iba a adoptar se rehusaron inicialmente a hacerlo. A pesar de haber podido matricularse en una universidad privada, no tenía los recursos para ello, y por eso, mientras fue estudiante dormía en el piso de las habitaciones de sus amigos. Tomó únicamente los cursos que le interesaron, y que luego, uniendo los puntos de la vida, como decía, resultarían cruciales para su futuro. Claramente, Jobs no solo es ejemplo de superación y esfuerzo, sino de perseverancia.
Aquella expresión de “conectar los puntos” consiste en el ejercicio de mirar que nada sucede casualmente, que todas las cosas adquieren un sentido en la vida personal, y que, esos pequeños puntos, que no son otra cosa que experiencias, alegrías, dolores, éxitos, fracasos, cobran sentido cuando se mira hacia atrás. Mirarlos en el presente no permite entender la dimensión que luego tendrán: Jobs señala por ejemplo cómo el curso de caligrafía al que asistió en la universidad influiría en la forma como diseñó el primer Macintosh.
La vida del cofundador de Apple confirma aquello de que nadie llega a ser un genio, un experto o una autoridad en una materia únicamente poniendo a prueba su talento innato. Por el contrario, el esfuerzo, la dedicación y la constancia, en este caso como en todos, son condiciones absolutamente indispensables para el éxito. En el discurso de Stanford confesó que trataba de vivir cada día como si fuese el último, y que, además, estaba enamorado de su trabajo y sentía gran pasión por lo que hacía: “En ocasiones la vida te golpea con un ladrillo en la cabeza. No pierdas la fe. Estoy convencido que lo único que me permitió seguir fue que yo amaba lo que hacía. Tienen que encontrar lo que aman. Y eso es tan válido para el trabajo como para el amor. El trabajo llenará gran parte de sus vidas y la única manera de sentirse realmente satisfecho es hacer aquello que creen que es un gran trabajo. Y la única forma de hacer un gran trabajo es amar lo que se hace”.
¡Y de qué forma amó su trabajo, Steve Jobs, y qué bien lo hizo! Una gran lección para quienes por ahora seguimos acá.
Apostilla: Patético que a la insoportable lambonería de los medios nacionales con Santos los políticos le hayan puesto un nuevo ingrediente: la reelección. ¡Con 14 meses de gobierno que aún no sabemos cómo calificar!
Publicado en El Mundo, Medellín, 7 de octubre de 2011.
Bogotá, 6 de octubre de 2011.

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