Universidad y verdad

Para no desentonar con el predominante pero irritante ambiente mediático de Unidad Nacional, vuelvo una vez más sobre la cuestión de la Universidad, pues en su reciente visita a Madrid, Benedicto XVI pronunció un sugerente discurso en el histórico Monasterio de El Escorial de Toledo, del que conviene extraer algunas reflexiones sobre la “universitas”, sea ésta católica, estatal o “laica”.

El núcleo del discurso es la relación entre la Universidad y la verdad. Como el encuentro con los profesores se dio en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud, la pregunta que formula el Papa es crucial: “¿Dónde encontrarán los jóvenes esos puntos de referencia en una sociedad quebradiza e inestable?” La Universidad, entendida como una comunidad de personas (profesores y estudiantes) que tienen en común el deseo por conocer y compartir la verdad, debe ser el lugar donde los jóvenes estudiantes hallen estos referentes teóricos y existenciales. Se trata de una verdad que no está sujeta al pragmatismo inmediato, a la utilidad, a las ideologías en boga, ni al academicismo de la ciencia por la ciencia, que excluye la formulación de las preguntas fundamentales del ser humano.

En este contexto, los profesores universitarios tenemos la misión de suscitar la sensibilidad, la sed, la pasión por la verdad. Una verdad que no se identifica con un cuerpo doctrinal ni con una escuela de pensamiento específica, como creen algunos y con lo cual justifican sus prejuicios. Se trata de una verdad sobre el hombre, sobre el mundo y sobre Dios que tiene consecuencias sociales y culturales. Una verdad que, en vez de cerrar al diálogo y a la pluralidad de enfoques y perspectivas metodológicas, se abre a ellas, las permea y orienta con lucidez. Esta interrelación entre la vida universitaria y la verdad otorga una base sólida a las libertades: de pensamiento, de cátedra, y de expresión, pues aquella es asumida como búsqueda permanente e incansable en medio de las modas intelectuales y las tendencias dominantes, y no como sumisa adhesión a argumentos de autoridad. Precisamente por eso, la búsqueda de la verdad requiere humildad, porque esta protege de la vanidad, que cierra el acceso a la verdad. Humildad también, en la provisionalidad de las conclusiones, en el respeto por el carácter misterioso e insondable de ciertas realidades, en saber que la misma no se puede aprisionar e instrumentalizar para fines mezquinos.

La responsabilidad pública de la Universidad se pone a prueba en la
indagación que la misma promueva acerca del ser humano y sus problemas. Es decir, que en sus aulas, en su investigación y en su proyección social se reflejen las preguntas por las cuestiones esenciales del ser humano. La visión utilitarista y pragmática de la educación conduce a los abusos de una ciencia que desconoce los límites de la dignidad humana y convierte a la persona en materia disponible de deseos infinitos o, al totalitarismo político, que se sirve de manipulaciones teóricas, metodológicas y  estadísticas para otorgarle carácter científico a la ideología pura y a la voluntad de poder.

En estos días en los que la reforma a la educación superior ha puesto sobre la mesa la discusión acerca de nuestras universidades, convendría plantear esta pregunta: ¿Cómo están cumpliendo las Universidades públicas y privadas con su misión de buscar y comunicar la verdad, en una sociedad que requiere liderazgos y propuestas audaces que reconozcan el lugar central de la persona humana y su dignidad?

Apostilla: ¿En verdad el Ministro de Minas pretende que celebremos la rebaja de 100 pesitos al galón de gasolina?
Publicado en El Mundo, Medellín, 26 de agosto de 2011.
Bogotá, 24 de agosto de 2011.

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