¿Censura en la UPB?

La cancelación del Seminario “Los debates actuales de la justicia”, organizado por la Facultad de Derecho de la UPB en Cartagena suscitó un escándalo mediático y un debate acerca de la libertad de cátedra, la censura de los pro-aborto, y la identidad católica de dicha institución. Sobre el escándalo mediático sólo diré que cierta prensa es simplista, ingenua y maniquea. Algunos periodistas creen que el mundo se divide en buenos y malos, los unos, alineados con lo políticamente correcto, y los segundos, defienden unas convicciones que –los comunicadores no se han enterado–, comparten muchos ciudadanos, y por ello merecerían más respeto. Me centraré en el debate, no en el escándalo. Advierto mi dificultad para intervenir en el mismo, pues aprecio a la ex Decana, María Cristina Gómez y, en Bolivariana estudié durante casi 20 años e inicié mi carrera como profesor.

Es una contradicción histórica que una universidad católica esté hoy en la picota pública porque se pone en entredicho su respeto por la libertad de cátedra. No sólo las primeras universidades occidentales (Oxford, Salamanca, Bolonia y París) nacieron por iniciativa de la Iglesia, sino que, hoy, universidades de inspiración cristiana se cuentan entre las más prestigiosas del mundo (Notre Dame, Georgetown, Navarra, Católica de Chile). Si estas universidades vetaran el debate de ciertos temas o estuvieran sometidas a argumentos religiosos de autoridad, no serían tomadas en serio académicamente. Pero no es así.

Algunos quisieran que la libertad de cátedra no tuviera límites. Pero los tiene, y muchos. El ordenamiento constitucional es uno. Otro, no menos importante son los principios que inspiran a una institución de cuya vida se participa, y que si no son compartidos, deben ser lealmente respetados. La idea de que las libertades son infinitas es muy atractiva, pero absolutamente irreal. La libertad se ejerce en un contexto, en un tiempo, en una comunidad y en una sociedad. Allí encuentra límites, que se pueden asumir con responsabilidad. O, lamentarse e invocar censuras donde quizás haya invitaciones a la autocrítica y la revisión.

Me consta que en la UPB no se censura a nadie. Existen sí, sanos debates al interior sobre su identidad, sobre todo porque a algunos les incomoda el mote de Pontificia y lo asumen con vergüenza. Pero es lógico y exigible socialmente que una institución busque coherencia entre sus actividades y sus principios, por lo demás, racionales y públicos. En el seminario de Cartagena seguramente iban a aparecer temas sensibles relacionados con dicho ideario: en la descripción se alude a “derechos fundamentales”, precisamente, lo que lleva a que en nuestras sociedades se discuta hasta el cansancio sobre aborto, eutanasia y matrimonio gay. Quienes leemos la prensa conocemos las posturas de varios ponentes sobre estos temas, por eso, contrapeso para un debate equilibrado no había.

Quienes se quejan de intolerancia suelen tener bastantes tribunas para expresarse con absoluta libertad. Omiten decir que sus orientaciones ideológicas son dominantes en el ámbito académico (faculty club). Hablemos con franqueza: el déficit de libertad y espacios de expresión está en otro lado. Son los críticos del progresismo políticamente correcto quienes suelen ser marginados, excluidos y ninguneados. Por supuesto, las verdaderas razones de ello nunca se esgrimen, de eso se trata. Pero en el colmo de la indignación, quedan en evidencia, y algunos, desde la universidad pública, claman por boicoteos. Otros ponen en duda que los intolerantes merezcan tolerancia, cuando, precisamente para eso se inventó este principio: ¡para convivir con quienes piensan distinto! Porque, ¿qué se tienen que tolerar los que piensan idéntico y coinciden en foros y páginas editoriales? 

Publicado en El Mundo, Medellín, 12 de agosto de 2011.

Bogotá, 10 de agosto de 2011.

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