Liberalismo a lo Vargas Llosa
Esperaba con ansia el inicio de las vacaciones para emprender la lectura de un libro de Mario Vargas Llosa. El Nobel produce deseos de leer autores que no se han leído, o se han leído poco. Más que sus novelas, del escritor peruano me han seducido más sus libros de ensayos y sus columnas en El País de Madrid. El diario de Irak y La tentación de lo imposible son grandes obras, mientras que, Conversación en la Catedral me dejó confundido, y El paraíso en la otra esquina me decepcionó.
No sucumbí a leer su obra más reciente, El sueño del celta. Decidí más bien, saldar una deuda que ajustaba ya cuatro años, cuando en Lima vi en el cine la adaptación de uno de sus libros, una cinta dirigida por Luis Llosa y protagonizada por Tomas Milian e Isabela Rosellini. Recuerdo que aquella tarde pensé, que si así era la película, ¡cómo sería el libro! Y lo acabo de comprobar: La Fiesta del Chivo es una obra maestra, conmovedora, apasionante. Pero sobre todo, es un inteligente manifiesto político en contra de la tiranía y en favor de la libertad.
Políticamente, Mario Vargas Llosa es un liberal. Es decir, un defensor de las libertades individuales, crítico acérrimo de los dogmatismos, de la intervención estatal y del poder político cuando éste pretende interferir en la esfera personal. Por esta afiliación ideológica, que él reconoce haberla recibido de Raymond Aron, Jean-Francois Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper, su mejor vena narrativa y polemista aparece cuando critica el poder político.
Por eso, en La Fiesta del Chivo, el escritor está a sus anchas, desnudando pacientemente, mediante una minuciosa y detallada radiografía, uno de los regímenes más arbitrarios de nuestro continente, el del Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo, dictador de la República Dominicana durante varias décadas, y asesinado en 1961, en lo que uno de los autores materiales justificó como un “tiranicidio”. A pesar de que el régimen de la isla se puso, como en todas las dictaduras, al servicio de los fantasmas y caprichos de un dictador cada vez más obsesionado con las deslealtades de sus áulicos, el novelista recalca que, ante todo, Trujillo le arrebató a los dominicanos el libre albedrío, su posibilidad de decidir, pensar, sentir y expresarse libremente.
Vargas Llosa es un liberal ilustrado. Algo nihilista y relativista, por cierto, pues reniega de cualquier pretensión de incluir en la vida colectiva parámetros morales o religiosos. A veces, se torna un tanto sectario, pues incurre en el vicio liberal de pensar que la racionalidad sólo está de parte del individuo, y no del Estado o de la sociedad. Como los ilustrados franceses, Vargas Llosa considera la religión como poder que linda con el fundamentalismo, y no como experiencia de sentido. De allí que su anticlericalismo parezca sacado del siglo XIX. Sin embargo, no cabe duda que su crítica del poder político es brillante y aguda.
Ahora bien, ¿este liberalismo a lo Vargas Llosa (más allá del autor) no debería criticar por igual los poderes que hoy en día atemorizan y coartan la libertad de los seres humanos? El poder económico de gremios, grupos empresariales o dinámicas mercantiles, ¿no constituye en muchos casos un atentado en contra de las libertades individuales? ¿La forma como en los medios de comunicación se crean consensos artificiales, agendas temáticas o censuras previas no son igualmente formas de debilitar la democracia? ¿La imperceptible imposición del relativismo, el pensamiento único, y el nihilismo posmodernos no son acaso nuevas formas de tiranía?
Necesitamos más intelectuales que enarbolen un liberalismo a lo Vargas Llosa: que no sean selectivos a la hora de condenar los abusos y las arbitrariedades según su proveniencia. Que denuncien también las incoherencias del progresismo. Pero asimismo, se requiere un liberalismo que vaya más allá de la Ilustración, que critique todo poder, no sólo el poder político; y que cuestione las formas mediante las cuales el poder blando pretende dirigir nuestras conciencias.
Apostilla: El libro Luz del mundo, que recoge la entrevista de Benedicto XVI con Peter Seewald, muestra la lucidez, inteligencia, y audacia de un Papa que ciertos medios informativos prefieren identificar con estereotipos y caricaturas.
Publicado en El Mundo, Medellín, 30 de diciembre de 2010, p. A3.
Medellín, 28 de diciembre de 2010.
No sucumbí a leer su obra más reciente, El sueño del celta. Decidí más bien, saldar una deuda que ajustaba ya cuatro años, cuando en Lima vi en el cine la adaptación de uno de sus libros, una cinta dirigida por Luis Llosa y protagonizada por Tomas Milian e Isabela Rosellini. Recuerdo que aquella tarde pensé, que si así era la película, ¡cómo sería el libro! Y lo acabo de comprobar: La Fiesta del Chivo es una obra maestra, conmovedora, apasionante. Pero sobre todo, es un inteligente manifiesto político en contra de la tiranía y en favor de la libertad.
Políticamente, Mario Vargas Llosa es un liberal. Es decir, un defensor de las libertades individuales, crítico acérrimo de los dogmatismos, de la intervención estatal y del poder político cuando éste pretende interferir en la esfera personal. Por esta afiliación ideológica, que él reconoce haberla recibido de Raymond Aron, Jean-Francois Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper, su mejor vena narrativa y polemista aparece cuando critica el poder político.
Por eso, en La Fiesta del Chivo, el escritor está a sus anchas, desnudando pacientemente, mediante una minuciosa y detallada radiografía, uno de los regímenes más arbitrarios de nuestro continente, el del Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo, dictador de la República Dominicana durante varias décadas, y asesinado en 1961, en lo que uno de los autores materiales justificó como un “tiranicidio”. A pesar de que el régimen de la isla se puso, como en todas las dictaduras, al servicio de los fantasmas y caprichos de un dictador cada vez más obsesionado con las deslealtades de sus áulicos, el novelista recalca que, ante todo, Trujillo le arrebató a los dominicanos el libre albedrío, su posibilidad de decidir, pensar, sentir y expresarse libremente.
Vargas Llosa es un liberal ilustrado. Algo nihilista y relativista, por cierto, pues reniega de cualquier pretensión de incluir en la vida colectiva parámetros morales o religiosos. A veces, se torna un tanto sectario, pues incurre en el vicio liberal de pensar que la racionalidad sólo está de parte del individuo, y no del Estado o de la sociedad. Como los ilustrados franceses, Vargas Llosa considera la religión como poder que linda con el fundamentalismo, y no como experiencia de sentido. De allí que su anticlericalismo parezca sacado del siglo XIX. Sin embargo, no cabe duda que su crítica del poder político es brillante y aguda.
Ahora bien, ¿este liberalismo a lo Vargas Llosa (más allá del autor) no debería criticar por igual los poderes que hoy en día atemorizan y coartan la libertad de los seres humanos? El poder económico de gremios, grupos empresariales o dinámicas mercantiles, ¿no constituye en muchos casos un atentado en contra de las libertades individuales? ¿La forma como en los medios de comunicación se crean consensos artificiales, agendas temáticas o censuras previas no son igualmente formas de debilitar la democracia? ¿La imperceptible imposición del relativismo, el pensamiento único, y el nihilismo posmodernos no son acaso nuevas formas de tiranía?
Necesitamos más intelectuales que enarbolen un liberalismo a lo Vargas Llosa: que no sean selectivos a la hora de condenar los abusos y las arbitrariedades según su proveniencia. Que denuncien también las incoherencias del progresismo. Pero asimismo, se requiere un liberalismo que vaya más allá de la Ilustración, que critique todo poder, no sólo el poder político; y que cuestione las formas mediante las cuales el poder blando pretende dirigir nuestras conciencias.
Apostilla: El libro Luz del mundo, que recoge la entrevista de Benedicto XVI con Peter Seewald, muestra la lucidez, inteligencia, y audacia de un Papa que ciertos medios informativos prefieren identificar con estereotipos y caricaturas.
Publicado en El Mundo, Medellín, 30 de diciembre de 2010, p. A3.
Medellín, 28 de diciembre de 2010.
Comentarios
Ahhh, pero eso ya existe. Lease a Foucault al respecto.
Lastimosamente, su liberalismo alcanza a encuadrase, en el campo económico, con el peligroso neoliberalismo, y esto se ve cuando critica sobremanera la simple relugación (mas no intervención) de la economía por parte del Estado y hace pocas criticas a las desigualdades y a la pobreza que ha causado el abuso egoísta del sistema capitalista.
Me ha gustado mucho sus dos últimos artículos!! muy buenos argumentos!