La verdad sobre el catolicismo, de George Weigel

Tengo la impresión de que muchos de los críticos del catolicismo no lo conocen bien. Los prejuicios, las caricaturas, las descalificaciones del mismo, pero principalmente el desconocimiento de algunos de sus aspectos centrales se explican por una insuficiente comprensión de la fe cristiana, de su fuerza, de su carácter revolucionario, pero sobre todo, de su verdad. Por supuesto, muchos de los indiferentes o agnósticos que han decidido renegar de la religión en la que seguramente fueron bautizados, lo hacen consciente y voluntariamente. Por eso, el libro de George Weigel, La verdad sobre el catolicismo, publicado en 2001 en los Estados Unidos, y traducido a la lengua castellana sólo hasta el año pasado, constituye un aporte invaluable en medio de la confusión reinante.

El libro es una breve y clara exposición de los aspectos que hoy en día más cuestionamientos suscita el catolicismo como religión y como cosmovisión o Weltanschauung. Lo hace planteando dichos asuntos en forma de sugerentes preguntas: ¿Es Jesús el único salvador?, ¿Cómo deberíamos vivir?, ¿Por qué sufrimos?, ¿Cómo deberíamos amar?, ¿Qué será de nosotros?, entre otros. Allí, Weigel demuestra una sólida cultura cristiana, solventemente documentada en los textos del magisterio de la Iglesia, y específicamente, en las enseñanzas de Juan Pablo II. Precisamente, el intelectual fue el autor de la monumental biografía del Papa Wojtyla, Testigo de Esperanza. Pero además, pone de presente su capacidad pedagógica, pues asume las preguntas no con la arrogancia o el desdén de quien tiene las respuestas, ni tampoco contando con la benevolencia de un lector afín a su postura, sino con la paciencia de quien considera que es necesario explicar y dar razones de la propia fe a quienes realmente quieren comprender.

No es fácil explicar el cristianismo a un mundo con frecuencia hostil, indiferente, y además, influenciado por un entorno que reniega cada vez más de su tradición judeocristiana concibiéndola como un pesado fardo que debe sobrellevar. También porque en las aulas de clase y en los medios de comunicación se ha presentado al catolicismo como un conjunto de prohibiciones morales (y sexuales, específicamente), cuando no como un conjunto de costumbres y principios que distan mucho de la idea comúnmente aceptada de modernidad, realización personal y progreso. Precisamente por eso, la Iglesia ha insistido desde hace décadas en la necesidad de una nueva evangelización que conlleve una renovada y audaz presentación vital de la fuerza del cristianismo, fuerza que brota no sólo del sentido que le confiere a la existencia humana, si no, ante todo, de su verdad. De esto han sido particularmente conscientes Juan Pablo II y Benedicto XVI, cuya estatura intelectual y espiritual condensan un talante a la altura de estos tiempos difíciles.

Weigel asume el desafío que supone el desconocimiento y la descalificación con frecuencia irónica que padece el catolicismo, y además, es consciente de la “impopularidad” que atraviesa la Iglesia en la opinión publicada, fuertemente cuestionada por el escándalo de los abusos sexuales de sacerdotes a menores de edad. Un tema del cual, afortunadamente, la Iglesia es absolutamente consciente de su gravedad. Pero aun así, “la Iglesia católica es la institución más polémica del planeta; sin duda alguna, es la institución religiosa más polémica del mundo. Ya se trate de la singularidad de Cristo, del significado de la libertad, de la dignidad de la vida humana desde el momento de su concepción hasta el momento de su muerte natural, o del uso y abuso del sexo, la Iglesia católica a menudo se muestra como una Iglesia de contradicción, en oposición a lo que parece ser la sabiduría común de los tiempos que corren. Por esta razón, en ocasiones, la Iglesia es objeto de odio y desprecio, especialmente por parte de aquellos que piensan que sus enseñanzas los deshumanizan o los marginan” (p. 12).

Una mención aparte merece el capítulo sobre la Iglesia y la democracia, titulado “¿Es el catolicismo seguro para la democracia?”. En este, el escritor estadounidense trae a colación una cita en la que el célebre historiador Arthur M. Schlesinger, señalaba que la parcialidad más profunda en la historia del pueblo americano es la sospecha de que la Iglesia católica no es segura para la democracia. Asimismo, el célebre Mark Twain habría confesado: “he sido educado para mostrar hostilidad hacia todo lo católico” (p. 172). En síntesis, según Weigel, el catolicismo ha sido considerado el obstáculo institucional más grande de cara al proyecto político de “hacer de los Estados Unidos un país en el que los valores y los argumentos basados en la religión no tuvieran lugar en la vida pública” (p. 173). El tema ha adquirido particular interés, pues este extendido prejuicio arraigado en Norteamérica parecería estarlo cada vez más en el mundo occidental en general. En estas tierras latinoamericanas, esto se ve con bastante claridad. De allí que, desde una postura laicista, algunas élites consideren que ni la jerarquía ni los laicos en general tienen un aporte que hacer a la vida democrática, que lo suyo es mera intromisión e injerencia indebida, y que por lo tanto, debe ser desterrada del debate público cualquier mención de principios y valores de raíz cristiana.

Para refutar estos planteamientos, Weigel pone de relieve la valoración que Juan Pablo II hizo en varios momentos de la forma de gobierno democrática como aquella más digna de la condición humana, en la medida que en ésta participan todos los ciudadanos en forma libre. Asimismo, destaca la honda preocupación social y de justicia que mueve a los católicos y ante la cual no les es lícito quedarse impávidos ante las situaciones que contradicen la condición humana. En esta perspectiva, la lucha contra el aborto y la eutanasia, más que una suerte de obsesiones moralistas de los católicos (como parecen creer algunos), son cuestiones en las que se juega el reconocimiento que otorga una sociedad al valor inalienable de la vida humana. En este orden de ideas, la intervención de los católicos en el ámbito público busca poner un fundamento sólido a la libertad que esta dice defender y promover, y ello se hace buscando que sean tenidos en cuenta en la democracia aquellos valores que sustentan una convivencia justa y civilizada. En otras palabras, un católico no puede aprobar una concepción de la democracia que la vacíe de valores esencialmente humanos, pues de este modo se convierte en mera validadora de deseos relativistas y nihilistas de quienes pueden imponer su poder.

El odio que le profesan algunos agnósticos o laicistas a la Iglesia quizás no menguará con la exposición razonada y argumentada de las verdades en las que creen los católicos, como hace lúcidamente Weigel en este libro. Sin embargo, si esta pequeña obra llegara a ser leída por quienes tienen dudas, por quienes quieren conocer mejor a la Iglesia, por quienes reconocen la enorme contribución de la misma a la historia de humanización en el mundo occidental, en suma, por quienes están dispuestos a emprender un diálogo racional y dialéctico en el que prevalezca el mejor argumento verán que, aunque el catolicismo es ante todo una experiencia existencial centrada en la amistad personal con Jesucristo, al mismo tiempo está lleno de razones por descubrir y explorar. Aunque sus principales misterios superen la propia razón humana. Es una paradoja. Pero el cristianismo lo ha sido desde hace 2000 años.

Bogotá, 22 de noviembre de 2010.

Comentarios

Anónimo dijo…
Me parece pertinente aclarar que por lo menos en mi caso (seguro no es el único), La no "creencia" se debe no a la religión católica como tal,es más bien un escepticismo en razón de quienes la componen ya que me he encontrado con grandes despropósitos e incoherencias en el actuar de estos.
Así las cosas,en lo que a mi concierne me queda imposible creer,porque juzgo y elaboro cirterios con base en el simple actuar de las personas y sabiendo que no somos infalibles,hay conductas que por razones de fondo no puedo tolerar. es simple convicciòn!

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