El legado de Álvaro Uribe
Puestos ya ante el ya seguro ocaso del mandato de Álvaro Uribe Vélez debido a la oportuna sentencia de la Corte, vale la pena empezar a hacer el balance de su presidencia, a riesgo de que aún no tenemos la distancia histórica para ello. Independientemente de los amores y odios que el Presidente suscita, creo que la historia republicana registrará estos aspectos.
Primero, el logro principal es la política de seguridad democrática. Esta no solo es el artífice de que la situación de seguridad del país haya dado un vuelco radical en materia de reducción de secuestros, homicidios, atentados y emboscadas, sino que logró instalar en la cultura pública la idea de que el principal fin del Estado es la defensa de la vida y la seguridad de los ciudadanos. Políticamente lo uno es tan importante como lo otro: Las cifras confirman el éxito de la política, pero la conciencia del tema hará que los próximos mandatarios tengan que darle un lugar prioritario en la agenda pública.
Segundo, los dos períodos de Uribe pasarán a la historia como la época en la que el conflicto armado con las Farc tuvo un importante, y quizás irreversible punto de inflexión. Asimismo, que se desmovilizaron miles de paramilitares. Las Fuerzas Armadas le agradecerán haber retomado la ofensiva, aunque sus miembros saben que seguramente no volverán a tener un comandante en jefe que tenga tal nivel de injerencia en los aspectos puntuales de la milicia.
El tercero, es el carácter deliberante y dialéctico como estilo de gobierno. La idea de que el Presidente sólo habla esporádicamente por medio de interlocuciones televisadas, que sólo sus ministros enfrentan los debates, o que los fallos de las Cortes no se pueden criticar, son cuestiones revaluadas. En una sociedad mediatizada, será difícil que el próximo mandatario asuma un papel distante frente a los ciudadanos, y no intervenga directamente en las controversias públicas. La socorrida frase de que “Uribe siempre está en campaña” capta bien una forma de gobernar que marcará una pauta de permanente legitimación del mandato.
Cuarto, éste pasará a la historia como el gobierno que reivindicó en el país una política de derecha y defendió públicamente unas tesis que fueron a contracorriente de la tendencia dominante del escenario internacional, específicamente, el latinoamericano. Entiendo por derecha una política de libre mercado (el TLC con EEUU ha sido una obsesión necia), del papel fuerte del Estado, del fortalecimiento de las FF.MM., de crítica al progresismo de la izquierda intelectual, y la defensa de ciertas políticas públicas conservadoras (como la penalización de la dosis mínima).
Quinto, quedarán pendientes muchos aspectos decisivos en los que se ha avanzado poco o nada. Se quebró la idea de la crisis ministerial, evitando con ello la posibilidad de recambio y de nuevas ideas. La infraestructura del país sigue siendo deficiente. La corrupción y el clientelismo que los 100 puntos prometieron abolir persisten y acaso con más fuerza, pues ocho años no pasan en vano. El empleo sigue siendo un gran lunar que evidencia que la nuestra es una economía poco moderna, pues depende de si el vecino nos quiere comprar; y poco solidaria, puesto que sus logros no se traducen suficientemente en mejores oportunidades para todos.
Sexto, el principal error histórico de Uribe es no haber consolidado un partido o movimiento político que sea algo más que una alianza de simpatizantes y oportunistas en torno a su liderazgo y popularidad. Por su estilo tan personalista de ejercer el poder, el Presidente perdió la oportunidad de darle continuidad a sus políticas de gobierno mediante algo más que la buena voluntad de quienes lo admiran, le “lagartean” o eventualmente, lo sucedan.
A mi juicio, Álvaro Uribe pasará a la historia como un político excepcional para un momento excepcional de la vida nacional, ante todo porque supo responder al clamor por la seguridad.
Apostilla: Es curioso que cuando los clientes tienen problemas con los bancos les cuesta plata. Pero cuando los bancos tienen fallas técnicas que conllevan que miles de personas no puedan disponer de su dinero durante dos días, Bancolombia responde con una disculpa pública “por las molestias ocasionadas”.
Publicado en El Mundo, Medellín, 4 de marzo de 2010.
Bogotá, 2 de marzo de 2010.
Primero, el logro principal es la política de seguridad democrática. Esta no solo es el artífice de que la situación de seguridad del país haya dado un vuelco radical en materia de reducción de secuestros, homicidios, atentados y emboscadas, sino que logró instalar en la cultura pública la idea de que el principal fin del Estado es la defensa de la vida y la seguridad de los ciudadanos. Políticamente lo uno es tan importante como lo otro: Las cifras confirman el éxito de la política, pero la conciencia del tema hará que los próximos mandatarios tengan que darle un lugar prioritario en la agenda pública.
Segundo, los dos períodos de Uribe pasarán a la historia como la época en la que el conflicto armado con las Farc tuvo un importante, y quizás irreversible punto de inflexión. Asimismo, que se desmovilizaron miles de paramilitares. Las Fuerzas Armadas le agradecerán haber retomado la ofensiva, aunque sus miembros saben que seguramente no volverán a tener un comandante en jefe que tenga tal nivel de injerencia en los aspectos puntuales de la milicia.
El tercero, es el carácter deliberante y dialéctico como estilo de gobierno. La idea de que el Presidente sólo habla esporádicamente por medio de interlocuciones televisadas, que sólo sus ministros enfrentan los debates, o que los fallos de las Cortes no se pueden criticar, son cuestiones revaluadas. En una sociedad mediatizada, será difícil que el próximo mandatario asuma un papel distante frente a los ciudadanos, y no intervenga directamente en las controversias públicas. La socorrida frase de que “Uribe siempre está en campaña” capta bien una forma de gobernar que marcará una pauta de permanente legitimación del mandato.
Cuarto, éste pasará a la historia como el gobierno que reivindicó en el país una política de derecha y defendió públicamente unas tesis que fueron a contracorriente de la tendencia dominante del escenario internacional, específicamente, el latinoamericano. Entiendo por derecha una política de libre mercado (el TLC con EEUU ha sido una obsesión necia), del papel fuerte del Estado, del fortalecimiento de las FF.MM., de crítica al progresismo de la izquierda intelectual, y la defensa de ciertas políticas públicas conservadoras (como la penalización de la dosis mínima).
Quinto, quedarán pendientes muchos aspectos decisivos en los que se ha avanzado poco o nada. Se quebró la idea de la crisis ministerial, evitando con ello la posibilidad de recambio y de nuevas ideas. La infraestructura del país sigue siendo deficiente. La corrupción y el clientelismo que los 100 puntos prometieron abolir persisten y acaso con más fuerza, pues ocho años no pasan en vano. El empleo sigue siendo un gran lunar que evidencia que la nuestra es una economía poco moderna, pues depende de si el vecino nos quiere comprar; y poco solidaria, puesto que sus logros no se traducen suficientemente en mejores oportunidades para todos.
Sexto, el principal error histórico de Uribe es no haber consolidado un partido o movimiento político que sea algo más que una alianza de simpatizantes y oportunistas en torno a su liderazgo y popularidad. Por su estilo tan personalista de ejercer el poder, el Presidente perdió la oportunidad de darle continuidad a sus políticas de gobierno mediante algo más que la buena voluntad de quienes lo admiran, le “lagartean” o eventualmente, lo sucedan.
A mi juicio, Álvaro Uribe pasará a la historia como un político excepcional para un momento excepcional de la vida nacional, ante todo porque supo responder al clamor por la seguridad.
Apostilla: Es curioso que cuando los clientes tienen problemas con los bancos les cuesta plata. Pero cuando los bancos tienen fallas técnicas que conllevan que miles de personas no puedan disponer de su dinero durante dos días, Bancolombia responde con una disculpa pública “por las molestias ocasionadas”.
Publicado en El Mundo, Medellín, 4 de marzo de 2010.
Bogotá, 2 de marzo de 2010.
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