El arte de la distorsión, de Juan Gabriel Vásquez
Está comprobado que la prosa de Juan Gabriel Vásquez es una de las mejores de la literatura colombiana actual. Ya en Historia secreta de Costaguana (2007) el autor bogotano demostró que es un escritor inteligente, y sobre todo, muy estudioso de su oficio (por si hace falta, hay que aclarar que no todos los escritores lo son). En esta ocasión, lo que apareció hace dos meses no es una novela, sino un libro de ensayos. En efecto, El arte de la distorsión contiene 17 ensayos que fueron publicados en los últimos años en revistas latinoamericanas y españolas, y cuyo elemento común es la pasión que el autor le profesa a la literatura, y consecuentemente, su intento por entenderla, problematizarla y discutirla con los lectores. Ante todo, El arte de la distorsión es un libro de ensayos acerca del oficio de ser escritor, lo cual implica reflexionar sobre su objeto, la literatura. Cervantes, Roth, García Márquez, Vargas Llosa, Ribeyro, Amis, Piglia, Conrad y Naipaul, –sobre todo estos dos– son algunos de los escritores a los que no sólo Vásquez ha leído con juicio, y a quienes rinde tributo reconociendo la influencia de aquellos en él (confiesa su pretensión de imitar a algunos), sino además con quienes entabla una interesante y erudita (o bien documentada, para que el término no asuste al lector lego), conversación.
El libro propone una suerte de introspección en la razón de ser de la novela y del cuento. También es una introspección del autor en busca de sus pasiones y fobias literarias. Un intento por ordenar sus lecturas. A mi modo de ver, más allá de la crítica literaria acerca de aquellos temas y/o autores de los cuales Vásquez ofrece una sesuda interpretación, el interés del texto reside en que a los aficionados de la literatura nos permite tratar de entender qué hay detrás de ese mundo de historias y narraciones. Permite problematizar la relación entre la ficción y la realidad, y poner en evidencia cómo detrás de cada obra hay un autor, y en él, un estilo, una tradición, una forma personalísima de escribir y de entender el mundo que se traduce en prosa.
Entrelíneas, y explícitamente, el libro contiene también trazos de una autobiografía intelectual de Vásquez. Así, en el ensayo “Literatura de inquilinos” el autor revela cómo concibe su oficio de escritor viviendo fuera de Colombia, pero además el libro deja entrever aspectos de la elaboración de Los informantes y sobre todo, de Historia secreta de Costaguana.
Entrelíneas, y explícitamente, el libro contiene también trazos de una autobiografía intelectual de Vásquez. Así, en el ensayo “Literatura de inquilinos” el autor revela cómo concibe su oficio de escritor viviendo fuera de Colombia, pero además el libro deja entrever aspectos de la elaboración de Los informantes y sobre todo, de Historia secreta de Costaguana.
Sólo a modo de preludio de la lectura de este libro, quiero aludir a dos ensayos que me parecen especialmente sugerentes. En “Los hijos del licenciado: para una ética del lector”, Vásquez hace una reflexión acerca de la novela como ficción. Allí escribe: “[…] el placer de la lectura es una función directa del hechizo: leemos para ser hechizados, y, en el hechizo, para vivir las vidas que no hemos podido vivir. “Leo ficción” dice (nuevamente) Philip Roth, “para liberarme de mi perspectiva sofocantemente estrecha de lo que es la vida y para entrar en simpatía imaginativa con un punto de vista narrativo distinto del mío. Es la misma razón por la cual escribo” (p. 23). Y finalmente, en “La reseña en conflicto” el autor señala la ausencia de crítica literaria en el contexto cultural colombiano, y destaca, citando a Coetzee que “la función de la crítica está definida por el clásico: la crítica es aquello cuya tarea es interrogar al clásico”. Así las cosas, ¿qué debe ser la reseña o la crítica de libros? Es el señalamiento de “los aspectos del libro que son de interés o importancia y que el lector corre el riesgo de perderse si alguien no se los señala de antemano”. Eso implica que el reseñista es “un guía de museo que reúne a su grupo a la entrada y dice: “Cuando lleguemos a ver Los embajadores de Holbein […] fíjense en la figura que hay en el piso, que vista de frente es incomprensible, pero vista de lado es una calavera” Luego uno puede hacer con la calavera lo que le venga en gana […] pero generalmente agradecerá hasta el fin de sus días que un alma caritativa le haya hecho caer en la cuenta de su presencia” (pp. 160-161).
Para Vasquez, que no haya demasiados Menckens (uno de los grandes reseñistas de los años veinte) escribiendo en las páginas culturales colombianas constituye un mal para los escritores. Quizás esta realidad justifique un libro como éste.
Bogotá, 21 de Julio de 2009.
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