Sana laicidad
Uno de los asuntos sociopolíticos más debatidos en los últimos siglos, tanto en el plano teórico como práctico, es el de la relación entre la Iglesia y el Estado. La cuestión encierra un grave trasfondo histórico pues la civilización occidental ha recibido un considerable influjo del Cristianismo y de su comprensión de la realidad personal y social. En este sentido, la laicidad ha sido el término distintivo de la relación entre la Iglesia y el Estado, un modelo específicamente cristiano de comprender una relación ineludible y que estaría signada por los principios de la distinción, la autonomía mutua y la cooperación recíproca.
Estos tres postulados representan una suerte de ideal que inspiraría a gobernantes y a jerarcas, a ciudadanos y a fieles laicos. Pero como las relaciones entre la política y la religión son complejas por su misma definición y su praxis, en el mundo actual no dejan de escucharse pronunciamientos críticos de la posición de algunos jerarcas de la Iglesia al intervenir en cuestiones públicas, la cual consideran entre otras cosas como una indebida pretensión de presentarse como “instancia moral universal para los asuntos temporales”, tal como lo señalaba con evidente prejuicio un reciente Editorial del diario madrileño El País refiriéndose al documento de la Conferencia Episcopal Española Observaciones morales ante la actual situación de España.
Pero asimismo, no son pocas las veces que entre los mismos católicos y entre algunos miembros de la jerarquía se ha reclamado el legítimo derecho a intervenir en la vida pública tal y como puede hacerlo cualquier ciudadano en una sociedad democrática, pues evidentemente, no son pocas las manifestaciones del laicismo político en la sociedad hodierna que, heredero de las premisas revolucionarias francesas e ilustradas, pretende recluir la religiosidad a la esfera intima y personal de la existencia considerando sus planteamientos como intromisiones en una esfera que estaría reservada solo al poder político. Con razón, la beligerancia del laicismo político hodierno se ha denominado como “antesala del totalitarismo” hace unos días.
Por todo ello, y en vistas a contribuir a un debate que no solo se está dando en las sociedades europeas sino que se hace cada vez más pertinente en estas tierras latinoamericanas, vale la pena señalar dos aspectos del discurso que pronunció el Papa Benedicto XVI el pasado 9 de Diciembre ante la Convención de la Unión de Juristas Católicos italianos en el cual destacó el sugerente término “sana laicidad” como clave interpretativa de las relaciones entre el Estado y la Iglesia Católica en el contexto actual.
La sana laicidad comporta la legítima autonomía de las realidades terrenas. Ello significa entre otras cosas, que es al pueblo a quien le corresponde decidir libremente los mejores y más aptos modos de organizar la vida política, y tal opción debe ser atendida por los gobernantes y legisladores, más aún cuando éstos son elegidos por los mismos ciudadanos y esperan ser representados por ellos. En ese sentido, no es un secreto que el laicismo actual viene siendo jalonado específicamente por élites políticas e intelectuales que en muchas ocasiones no interpretan las reales vivencias y tradiciones de los pueblos occidentales.
Finalmente, la sana laicidad comporta que las realidades terrenas, y entre ellas la política, son autónomas, pero tal autonomía no está desprovista de su saludable e indesligable fundamento moral, el cual es inherente a los asuntos políticos. Benedicto XVI ha precisado que tal autonomía de las realidades terrenas se da frente a la esfera eclesiástica, y no frente al orden moral. Por ello, la sana laicidad implica un recto ejercicio de la política. El que todos esperamos.
El discurso completo del Papa en italiano puede leerse en http://www.vatican.va/
Apostilla: A quienes miran este blog con frecuencia u ocasionalmente, les deseo una Feliz Navidad. Mis sinceros deseos de que el Niño humilde y sencillo de que nació en Belén nazca en nuestros corazones para que construyamos un mundo más justo, solidario y en paz.
Arequipa, 16 de diciembre de 2006.
Estos tres postulados representan una suerte de ideal que inspiraría a gobernantes y a jerarcas, a ciudadanos y a fieles laicos. Pero como las relaciones entre la política y la religión son complejas por su misma definición y su praxis, en el mundo actual no dejan de escucharse pronunciamientos críticos de la posición de algunos jerarcas de la Iglesia al intervenir en cuestiones públicas, la cual consideran entre otras cosas como una indebida pretensión de presentarse como “instancia moral universal para los asuntos temporales”, tal como lo señalaba con evidente prejuicio un reciente Editorial del diario madrileño El País refiriéndose al documento de la Conferencia Episcopal Española Observaciones morales ante la actual situación de España.
Pero asimismo, no son pocas las veces que entre los mismos católicos y entre algunos miembros de la jerarquía se ha reclamado el legítimo derecho a intervenir en la vida pública tal y como puede hacerlo cualquier ciudadano en una sociedad democrática, pues evidentemente, no son pocas las manifestaciones del laicismo político en la sociedad hodierna que, heredero de las premisas revolucionarias francesas e ilustradas, pretende recluir la religiosidad a la esfera intima y personal de la existencia considerando sus planteamientos como intromisiones en una esfera que estaría reservada solo al poder político. Con razón, la beligerancia del laicismo político hodierno se ha denominado como “antesala del totalitarismo” hace unos días.
Por todo ello, y en vistas a contribuir a un debate que no solo se está dando en las sociedades europeas sino que se hace cada vez más pertinente en estas tierras latinoamericanas, vale la pena señalar dos aspectos del discurso que pronunció el Papa Benedicto XVI el pasado 9 de Diciembre ante la Convención de la Unión de Juristas Católicos italianos en el cual destacó el sugerente término “sana laicidad” como clave interpretativa de las relaciones entre el Estado y la Iglesia Católica en el contexto actual.
La sana laicidad comporta la legítima autonomía de las realidades terrenas. Ello significa entre otras cosas, que es al pueblo a quien le corresponde decidir libremente los mejores y más aptos modos de organizar la vida política, y tal opción debe ser atendida por los gobernantes y legisladores, más aún cuando éstos son elegidos por los mismos ciudadanos y esperan ser representados por ellos. En ese sentido, no es un secreto que el laicismo actual viene siendo jalonado específicamente por élites políticas e intelectuales que en muchas ocasiones no interpretan las reales vivencias y tradiciones de los pueblos occidentales.
Finalmente, la sana laicidad comporta que las realidades terrenas, y entre ellas la política, son autónomas, pero tal autonomía no está desprovista de su saludable e indesligable fundamento moral, el cual es inherente a los asuntos políticos. Benedicto XVI ha precisado que tal autonomía de las realidades terrenas se da frente a la esfera eclesiástica, y no frente al orden moral. Por ello, la sana laicidad implica un recto ejercicio de la política. El que todos esperamos.
El discurso completo del Papa en italiano puede leerse en http://www.vatican.va/
Apostilla: A quienes miran este blog con frecuencia u ocasionalmente, les deseo una Feliz Navidad. Mis sinceros deseos de que el Niño humilde y sencillo de que nació en Belén nazca en nuestros corazones para que construyamos un mundo más justo, solidario y en paz.
Arequipa, 16 de diciembre de 2006.
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