Petro: ¿reformista o revolucionario?

El primer gobernante de izquierda en Colombia llegó tarde al poder: 12 años después de Mujica, casi 20 después de Lula y Kirchner, 47 después de Allende. Por eso, Petro luce a veces anacrónico, como cuando dice que el país dejará de explorar petróleo y gas, cuando reivindica la lucha armada de la guerrilla ochentera a la que perteneció o cuando advierte de una revolución en un país en el que el estallido social fue si acaso una tercera parte del chileno.

Petro le mete miedo al establecimiento, y es noticia. Petro delira cuando habla ante una audiencia internacional, y es noticia también. Su obsesión es convertirse en líder regional o el vocero de la nueva marea rosa, pues quienes podrían hacerlo (Boric por joven, AMLO por mexicano, Lula porque ya lo fue y Fernández porque el traje local le queda grande) están absorbidos por sus líos internos. Petro sobresale también porque es progresista: propone despenalizar la droga, sustituir deuda externa por el cuidado del Amazonas, descarbonizar la economía y nos avisa del riesgo de que se extinga la Humanidad. Y sobre todo, habla de cambio en un país enamorado del status quo.

Petro, sin embargo, tiene un expediente bastante familiar en América Latina: el del líder populista que divide, el provocador profesional que, contra el consejo florentino, prefiere que lo odien a que le teman, el vocero de los reclamos de un pueblo que solo él interpreta. Su discurso es binario: el pueblo trabajador vs. las élites indolentes. Detrás no tiene un proyecto colectivo: su coalición es una colcha de retazos de sectores alternativos, populares y la rancia clase política. Él, que ha vivido del erario desde su desmovilización en 1990 y ha sido leal con las instituciones, ahora es, desde la cumbre de un país híper presidencialista, la voz de campesinos, pobres, obreros y los “nadies” de los que habla la vicepresidenta Francia Márquez, una mujer afro que paradójicamente ocupa un lugar de ornato en el gobierno del cambio.

Sería equivocado leer a Petro solo por su empaque (dichos, símbolos), el mismo que suscita resistencia entre las élites, a las cuales fustiga como lo hace Boric o López Obrador: por voraces, indolentes, esclavistas y un sinnúmero de adjetivos que encierran algunas verdades, pero sobre todo buscan dividir a la sociedad para mostrar que ellos, los que sobraban, ahora encarnan las reformas aplazadas. En esto también tiene algo de razón: en un hábil revisionismo de la memoria histórica se ha devuelto hasta Bolívar, dos presidentes liberales del XIX (Melo y López Pumarejo) y Gaitán para situar su linaje entre los reformistas incomprendidos, enfrentados a enemigos acérrimos y violentos pero absueltos por la historia. 

Gustavo Petro tiene la estampa del líder redentor latinoamericano. Y la historia de América Latina nos ha enseñado que no hay que menospreciar a quienes creen tener la receta para todos los males.

Publicado en La Segunda, Santiago, 10 de mayo, p. 11.

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