El mal menor

“Si existiera un partido de los que no están seguros de tener razón, yo estaría en él”, escribió Albert Camus, uno de los intelectuales franceses más consecuentes del siglo XX. Yo me identifico con esto y más de Camus, y por eso votaré en blanco. Primero, porque no estoy seguro de tener razón sobre cuál de las dos opciones será menos mala para los próximos 4 años. Y segundo, porque creo que es un deber votar con algún grado de convicción, y ni Petro ni Hernández me la inspiran.

Me dicen que hay que tomar partido pues solo quedan dos opciones en juego. Que Petro representa un menor riesgo para las instituciones. Que votar en blanco es botar el voto. Y aunque todos coinciden en que se trata de elegir el mal menor, he notado que mis amigos de derecha no entienden que no me decante por Hernández, y mis amigos de izquierda no entienden que no lo haga por Petro. Quizás es coincidencia. 

Pensando en voz alta, dije en Twitter que no puedo votar por Petro por razones éticas –por su mesianismo, por sus socios y por su revanchismo encubierto en palabras grandilocuentes– ni por Hernández por razones estéticas –por su vulgaridad, por su ignorancia y por su simplismo–, y me cayeron varios insultos porque, como se sabe, en Colombia es inadmisible decir que uno está en contra de alguien y no lo justifique en el Código Penal o en la jerga barrial.

Leo a intelectuales públicos que hasta hace unos días eran muy críticos o respaldaban otras opciones anunciando que votarán sin convicción y con reparos por el que representa el mal menor. Pero luego de anunciar su voto desencantado se explayan en justificaciones que parecen más bien elogios, con lo cual, de menor va quedando poco.

Valga recordar que un voto desganado cuenta lo mismo que un voto ferviente. Luego, es llamativo que quienes se decantan por el que representa “el cambio” hagan oídos sordos al estruendo de sus compañeros de ruta. O que quienes elogian la capacidad de sintonizar con el sentir popular del otro se tapen los ojos ante al mar de contradicciones en que se sustenta. Al endosar su credibilidad a candidatos que han hecho poco por escucharlos, varios intelectuales se han vuelto indistinguibles de los políticos, y han contribuido a reforzar la creencia de que la democracia no es más que un juego aritmético.

Por eso, ante el partidismo ocasional de esta campaña, quiero reivindicar el voto en blanco como un voto derrotado, disidente y de protesta, porque hemos llegado a un embudo con dos populistas autoritarios que proponen cosas –más de lo usual– que no podrán cumplir, porque ambos generan desconfianza sobre su compromiso con la democracia, porque hicieron del “todo vale” un estilo de campaña y azuzaron el miedo y el resentimiento de modo tan calculado como mezquino. 

La política es el arte de lo posible, luego no estoy reivindicando una ética de la convicción absoluta. Reivindico, por el contrario, una ética de la responsabilidad en la que hay que tomar en serio las justificaciones públicas de las decisiones. Reivindico, simplemente, la posibilidad de decir: conmigo no. 

Publicado en El Espectador, 19 de junio de 2021.

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