El profesor

Parecía una entrevista más. El formato sugería que no iba a ser muy seria sino acerca de la forma de ser y las propuestas del candidato, contadas “sin evasivas”. Esta vez la vi sin el ánimo de confirmar o deshacer mi prejuicio de que nunca dice nada contundente y se pierde en los lugares comunes. Esta vez no pensé -como hice varias veces en el pasado- “vamos a ver si me convence”. Simplemente lo escuché con curiosidad, sin mayor expectativa, incluso. Y esta vez le creí. Es verdad que es distinto (serio y moderado, sobre todo) y ha hecho política distinto, pensé. Me convenció.

Para quienes piensan que el 27 se trata de decidir sopesando kilométricas propuestas o encantados por engañosas promesas, creer en alguien puede parecer simple. Y quizás lo es. La complejidad de la política está sobreestimada y la simplificación, en tiempos de posverdad y populismo, es mal vista. Pero, a fin de cuentas, la política es el arte de hacer mejor la vida de la gente. Y si es así, es razonable creerle a quien lo hizo bien a nivel local y regional. Aún así, no se trata sólo de creer. Votar supone también enviarle un mensaje al país político, y el mío es: basta ya de corrupción y de decirnos que hay que seguir en lo mismo. Necesitamos renovación, decencia, moderación, hacer la política de otro modo. 

Por supuesto, tengo discrepancias fundamentales con algunos miembros del equipo del profesor. Concretamente, con el socialismo trasnochado del uno y el estilo pendenciero de la otra. Pero no dudo de la honestidad y capacidad de ambos, y que todos están lejos de la rapiña politiquera y los cantos de sirena. También, lo confieso, tengo una deuda personal que saldar: hace 8 años aposté por lo seguro, por el que venía bien recomendado. Ahora no estamos preparados para eso, pensé aquella vez. ¿Pero cuándo lo estaremos? ¿Cuándo será que dejamos de hablar tanto de lo que nos asusta y más de lo que nos ilusiona? ¿Cuándo será que ponemos en la agenda los temas que construyen un país no a cuatro años sino a cuatro décadas?

El profesor dijo que la violencia y la corrupción son los principales problemas del país. E insiste en que tenemos que apostar por la educación. Yo coincido, aunque dada la coyuntura, podríamos ponerle un asterisco a la deteriorada economía y ponerla en la lista. En cualquier caso, su diagnóstico es correcto y ha demostrado que puede enfrentar esos retos con eficacia y honestidad. Quienes creen que su superioridad moral es el argumento concluyente, están en su derecho. Para mí, un profesor debe tener las cosas claras y ser coherente. Y creo que éste cumple ambos requisitos, aunque, no está demás aclararlo, no lo conozco personalmente ni tengo interés alguno en su campaña. Más aún, no pretendo convencer a nadie. Simplemente, creo en el deber ciudadano de razonar en voz alta. 

Publicado en El Espectador, 20 de mayo de 2018, p. 52. 

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