Un plebiscito cordial

La democracia es, en palabras de Schumpeter, la competencia libre por el voto libre. Por ello, el mayor desafío del plebiscito que se votará para ratificar o rechazar los acuerdos entre el Gobierno y las Farc es, precisamente, el de su legitimidad. Es decir, que luego de la votación no quede duda de que los ciudadanos aceptaron o rechazaron libremente lo acordado y que por ello, dicho veredicto popular merece seguimiento. Así lo entiende la Corte Constitucional, pues menciona varias veces en su comunicado el problema de la legitimidad. 

Políticamente, hay que reiterarlo, el plebiscito no es una mera cuestión de trámite o el cumplimiento formal de una promesa. Se trata, ni más ni menos, de consultar la opinión sobre los acuerdos de La Habana a sus destinatarios, al soberano en una democracia. Ciertamente sería un error pensar, como dejan entrever algunos negociadores y propagandistas de lado y lado, que lo firmado es un pacto entre élites, un nuevo Frente Nacional. Por el contrario, los ciudadanos de a pie, en urbes y veredas, serán los responsables de acompañar o no las políticas, leyes e iniciativas que se implementen.

Al referirse a la legitimidad democrática y popular, la Corte subrayó que se trata de un proceso eminentemente político, no de un pacto entre élites que requiere, a cómo de lugar, salvaguardas constitucionales. Para decirlo en términos de Weber, si el Acuerdo Final tendrá legitimidad legal, requiere necesariamente legitimidad carismática.

Así las cosas, si lo que está en juego es jugar limpio y ganar bien, habría que preguntarse: ¿serán capaces las instituciones públicas, el Gobierno y los medios de garantizar una campaña equitativa? Este proceso, del que tantos quieren sacar réditos políticos, ¿será solo la antesala de la campaña del 2018 o un momento excepcional que decidirá un asunto que trasciende las disputas partidistas?

Lo anterior es más relevante si se tiene en cuenta que, según los sondeos de estos días, casi una tercera parte de los ciudadanos aún no han definido si participarán o no, y cuál será su voto. Es lógico también, pues lo acordado tiene no pocos espacios en blanco y aún no está todo acordado. Habrá unas semanas para leerse todo.

Por ello, sería irresponsable que la pedagogía de la paz siguiera oscilando entre las promesas del paraíso o las advertencias del apocalipsis. ¡Pongámonos serios! Ya está bien de decirle a la gente que la paz será la panacea o el preludio del castro-chavismo. El acuerdo es, básicamente, una decisión política para ponerle fin a la violencia de la mayor y más dañina organización insurgente del país e incorporarse a la democracia. Ni más, ni menos.

El plebiscito será una batalla por los corazones de la gente. No dejemos que se convierta en una nueva escaramuza entre facciones políticas. Pensemos en el país. 

Publicado en El Espectador, 26 de julio de 2016, p. 24.

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