La Iglesia y los diálogos con las Farc
El Cardenal Rubén Salazar se habría comprometido con el Presidente Santos a “ambientar el proceso de paz entre los católicos”, informó BluRadio. Inicialmente pensé que se trataba de una especulación periodística. Pero al parecer, el propio Arzobispo de Bogotá ha ido confirmando la versión: “Nosotros tenemos la gran esperanza de que una vez más la Iglesia pueda contribuir eficazmente a la construcción de la paz en nuestra patria”, informó El Tiempo. Asimismo, en la rueda de prensa que ofreció a su llegada de Roma comentó: “Estoy convencido de que los momentos de tensión más difíciles del proceso ya pasaron. Pienso que todo nos invita al optimismo, a encontrar el final a esta noche tan oscura que ha sido la era de la confrontación armada”. Y fue más allá, pronosticando aspectos que no son propiamente de orden espiritual: “El país podría crecer entre 2 y 3 puntos si el conflicto cesa”, y exhortó con convicción a no “desanimarse con el proceso”.
La Iglesia, como lo recordó hace unos días el Papa Francisco, es una institución de naturaleza espiritual, no política. Ciertamente, es legítimo que tanto los jerarcas como los laicos tomen partido ante las diferentes situaciones políticas. Lo que no es conveniente es que la opinión personal de ningún bienintencionado católico comprometa a la Iglesia en cuestiones que son, de suyo, cambiantes, contingentes y opinables. Los diálogos entre el Gobierno y las Farc son una de ellas.
Alguno replicará que la paz es un anhelo nacional, y que todo hombre de buena voluntad estará de acuerdo con alcanzar este ideal. La paz como finalidad, puede que sí. Pero incluso, como ideal político es más realista hablar de la concordia, pues la paz es un ideal de orden espiritual, irrealizable en este mundo conflictivo. De allí que la expresión “proceso de paz” traiga consigo cierto espejismo.
Pero aún si coincidiéramos todos en el mismo fin, es un hecho irrefutable que discrepamos en los medios de realizarlo: según el Gallup Poll de febrero, el 42% de los encuestados prefiere no dialogar, y tratar de derrotar militarmente a la guerrilla. El 62% está de acuerdo con el diálogo (una cifra que, por lo demás, viene disminuyendo) mientras que el 36% está en desacuerdo con que el Gobierno haya emprendido una negociación con las Farc. El 62% no cree que en esta oportunidad se llegará a un acuerdo que ponga fin al conflicto armado. Es decir, en el país no solo hay bastante escepticismo frente a los diálogos, sino que muchos ciudadanos cuestionan el propio mecanismo político empleado.
En este contexto, las opiniones del Presidente de la Conferencia Episcopal podrían ser interpretadas por el católico común y por el no católico como un compromiso institucional de la Iglesia con los diálogos de La Habana. Ello puede generar la confusión acerca de si dicho compromiso es inspirado por una razón religiosa, lo cual lo pondrá ante el interrogante de si, como católico, tiene un deber de conciencia de asumir la misma actitud.
Por si esto fuera poco, al tomar partido puede suceder que la Iglesia, por pretender ser creída en todo, termine no siendo creída en nada, tal y como advirtió Alexis de Tocqueville en el siglo XIX. Es un riesgo inevitable que la Iglesia -en este caso algunos Obispos- corre si toma partido por asuntos que no son de carácter espiritual y moral, ámbitos en los cuales reivindica una autoridad legítima.
El optimismo ante los hechos políticos es una actitud válida. Pero no es un deber moral. Y menos, religioso. La que sí es una actitud religiosa es la esperanza. Pero, afortunadamente, se refiere a la vida eterna.
Publicado en Revista Posición, 3 de abril de 2013.
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