¿Amarrados a la Mesa?

¿Qué consecuencias traerá para el país tener una guerrilla cada vez más envalentonada y desafiante? Desde el inicio del proceso de negociación, las Farc han exhibido una actitud que sólo deja imperturbables en su optimismo a los más cándidos. Algunos dirán que el discurso es sólo para la vitrina, que están aprovechando su cuarto de hora para legitimarse, que seguramente en la Mesa de diálogo adoptarán una actitud menos intransigente. Me temo que la verdad es otra. Y si no hubiera tal unanimismo en las élites políticas e intelectuales y en los medios de comunicación, sería más evidente. Veamos.

En varias regiones del país, día a día denuncian que la guerrilla sigue a sus anchas traficando, reclutando menores, secuestrando y cometiendo actos terroristas. La ‘tregua navideña’, que ‘solamente’ tuvo 57 excepciones (una por día) demostró lo lejos que está la guerrilla de mostrar una voluntad real de paz, y por lo tanto, el distanciamiento entre la realidad y su retórica acerca de la “regularización del conflicto” y el “dejar de usar las armas”. Ahora, luego del secuestro de los policías Víctor Alfonso González y Cristian Camilo Yate advierten que seguirán secuestrando a soldados y policías, “prisioneros de guerra”, toda vez que su compromiso es no hacerlo con fines extorsivos. ¿Acaso el sufrimiento que se le inflige al secuestrado y su familia no es una forma de extorsión y chantaje moral?

Entretanto, el Gobierno sigue enviando mensajes contradictorios. De un lado, el Ministro Juan Carlos Pinzón y Humberto de la Calle cuestionan permanentemente el lenguaje pugnaz de las Farc y les exigen menos cinismo y más voluntad de paz. Pero de otro lado, el Presidente convalida la lucha guerrillera con afirmaciones como “Dos polos que se han matado unos a otros durante tanto tiempo... pueden hacer la paz”. Ello por no hablar de las incontables veces que intenta exculparlos. Así, mientras Santos cosecha simbólicos  apoyos internacionales al proceso, olvida que el día a día de esta guerra no se libra en los cómodos salones de los hoteles santiaguinos ni habaneros, ni en el Palacio de Nariño, sino en las regiones del país donde la soberanía estatal es una palabra vacía de contenido.    

Ciertamente se podría pensar que las Farc están divididas internamente, y que los jefes que están en Cuba envían unas órdenes que apenas si llegan a los guerrilleros rasos en las selvas del país. De ser así, ya tendríamos algunos indicios de las dificultades de un eventual post-conflicto. La otra posibilidad es que estemos empezando a ver una película que ya hemos visto: la negociación es sólo un pretexto de las Farc para ganar tiempo, fortalecerse militarmente, legitimarse políticamente, y escalar la confrontación. Probablemente, algunos entusiastas del proceso señalarán que es muy pronto para sacar una conclusión tan pesimista. Sin embargo, la ausencia de hechos de paz desde el inicio del proceso no permiten asumir razones más creíbles. ¿O sí?  
¿Está atado el Gobierno a la mesa de negociación? ¿Tendrá la valentía y la responsabilidad histórica suficiente para pararse de la mesa cuando la guerrilla siga demostrando que no quiere la paz? Pero sobre todo, ¿veremos algún día cercano hechos que  a los colombianos nos convenzan de que la guerrilla esta vez sí se quiere desmovilizar , reinsertar y contar la verdad? 

Puede que aún sea pronto para saberlo. Lo que sí sería imperdonable e irresponsable es que el Gobierno sea prisionero de su optimismo y de haberle apostado tan alto al éxito del proceso. Es decir, que esté amarrado indefinidamente a la mesa de negociación. 

Publicado en El Mundo, Medellín, 1 de febrero de 2013.

Comentarios

Entradas populares