Por qué me volví antisantista


A unos días de cumplirse la mitad del período del presidente Juan Manuel Santos, es oportuno hacer un balance de su gestión. El mío lo resumo así: pasé de ser un votante poco entusiasta a un crítico desilusionado. Las razones principales, dos: ha ido desperdiciando el capital político con el que fue elegido; y aún no sabemos para dónde va. 

Me explico. Santos fue elegido con la votación numéricamente más importante de nuestra democracia (más de nueve millones de votos), y además ha contado con el apoyo mayoritario del Congreso. Aunque esto último no es inédito en Colombia, los niveles de adhesión al Gobierno de Unidad Nacional han sido cercanos al 90%, lo que constituye casi unanimismo. Precisamente por ese apoyo en torno suyo, era razonable esperar que el Presidente emprendería las reformas que el país necesita: salud, infraestructura, judicial, política, educación. 

Sin embargo, Santos se dedicó a gobernar como si aún escribiera titulares de prensa e impulsando leyes calificadas como históricas (por él mismo, claro). Ha pretendido que, por sí mismos, los anuncios oficiales cambien la realidad. No obstante, los anuncios rimbombantes se desvanecieron en medidas de corto alcance, algunas reformas se echaron para atrás a mitad de camino, y algunas leyes podrían tener un impacto contraproducente, como el marco jurídico para la paz, y la ley de víctimas y restitución de tierras. Los grandes escándalos destapados no fueron tales, y por el contrario, en algunos casos, fue el propio gobierno quien los protagonizó, como la reforma a la justicia y las salidas en falso de la Canciller.  

Como si esto fuera poco, este gobierno ha sido burócrata, indolente ante la crítica, arrogante y elitista, en suma, desconectado del país y del ciudadano de pie. Para la muestra, un botón: como sabemos, el gobierno impulsó una reforma judicial inicua, que no le resolvía los problemas a los ciudadanos y después, cuando quiso recular, además de violar la Constitución, se lavó las manos con los congresistas. Luego, en un consejo de ministros en el que el gabinete hizo un acto de contrición colectivo llegaron a una importante conclusión: que el principal problema es de comunicación. ¡Que no han sabido comunicar los logros del Gobierno! ¡Que el Gobierno no tiene columnistas que lo defienda incondicionalmente!

A estas alturas, invocar las leyes aprobadas o las hipócritas buenas formas como defensa resulta muy poco para salvar una administración. Pues la verdad es que un gobernante no puede dilapidar un capital político tan importante, y tiene más responsabilidad si recibió un país avanzando en varios frentes y permite que retroceda.  

El poder, ¿para qué? ¿Para vanidades personales, para mezquindades e inquinas políticas, y para intentar quedar bien con todos a cualquier costo? Santos está dilapidando el apoyo político y ciudadano que recibió y, al parecer, ya no va hacer las reformas que el país necesita. Por eso me volví crítico o antisantista. Sin embargo, no dejaré de reconocer y celebrar los logros del Presidente. Por ejemplo, ¡bien por haberle dado al Profe Montoya la camioneta que le prometieron! ¡Eso es prosperidad!

Publicado en Revista Posición, 16 de julio de 2012. 

Comentarios

Anónimo dijo…
Los importantes logros de Uribe en ocho años de gobierno se desvanecen en manos de Santos!. La seguridad se deteriora, la cohesion social se va perdiendo, la economia se desacelera, la gobernabilidad se resquebraja, el derroche gubernamental se acrecienta, la politica sabanera del cocktail y la babosa diplomacia que todo lo negocia en un juego calculador y mezquino, vuelve a enseñorearse de Palacio. El Estado de Derecho se hace trizas. Como me arrepiento de haber votado por el. Me siento traicionado, como la mayor parte de los que lo elegimos para que continuara la politica de Uribe, segundo libertador de la Patria.

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