Delirios de grandeza
Quizás hace parte de la idiosincrasia nacional magnificar nuestros logros, sobredimensionarlos, y embriagarnos con el sabor de las victorias. Por eso, cuando hicimos unas buenas eliminatorias –aquellas del 5-0 a Argentina–, sentíamos que ya habíamos ganado el Mundial. Sin jugarlo, pequeño detalle. Asimismo, cuando estamos sacando la cabeza de algunos problemas que nos han agobiado por décadas, nos sentimos dizque líderes regionales, o incluso continentales. Y al igual que en el Mundial de USA 94, las enormes expectativas que se generaron antes de la Cumbre de las Américas se derrumbaron rápidamente. Algunos lo intuíamos, pues ya es conocida la falta de modestia de este gobierno, que siente que en cada cosa está haciendo historia. Comprensible, pues quien lo dirige se cree estadista. Y para colmo, ahora no solo se lo dice la revista de otro Santos, sino Time…
Por eso cayeron tan mal las críticas a una Cumbre insulsa. Por eso la modesta Canciller respondió que éstas se deben a la ignorancia. Es decir, salieron regañados quienes no festejan el gran logro de la misma: ¡que los presidentes hablaron con franqueza! ¡Como si a puerta cerrada los presidentes no tuvieran ocasión de decir lo que les plazca! Pero aunque haya sido así: ¿se puede esgrimir esto como un logro de una reunión de más de treinta presidentes?
El episodio me parece interesante para medir nuestro peso geopolítico real, pero sobre todo, para hacer un balance de la “exitosa” diplomacia santista. Sobre lo primero, hay que decir que los Estados tienen intereses muy precisos, una agenda puntual que buscan defender en los foros internacionales sumando apoyos y respaldos, ya sean simbólicos o efectivos. ¿Cuál es la agenda de este Gobierno frente a la comunidad internacional? ¿Abogar por el gobierno de los Castro en cuanto foro internacional asista? ¿La legalización de las drogas? Si es lo primero, no entiendo qué beneficio podría traernos. Si es lo segundo, ya va siendo hora de que pasemos de la retórica del “tenemos que explorar otras opciones, como la legalización” a los argumentos de qué es exactamente lo que se quiere y cómo. Aunque en su momento cuestioné que con Uribe sólo se buscara sumar rechazos a las Farc en el exterior, por lo menos había un objetivo definido y coherente.
Para algunos –como la Canciller– poner en cuestión este objetivo sería una necedad, hasta ignorancia: obviamente –dirán–, el Gobierno está trabajando para que seamos líderes en la región, que entremos a “jugar en las grandes ligas”. A quienes creen eso, los resultados de la Cumbre les debió caer como un balde de agua fría, pues allí se demostró que no por hablar mucho o tener la ventaja de ser anfitriones se puede transformar la tradicional inercia de las relaciones internacionales. Algo va de opinar sobre muchos temas y tener candidatos a dirigir los organismos multilaterales a que la voz del país no sólo sea escuchada, sino asumida como un referente.
Por lo anterior, el mejor resultado de la Cumbre quizás esté por venir, y consiste en replantear la política del “quedar bien con todos”. El portazo que dieron las señoras de Argentina y Brasil, el desplante de los señores del Alba, sumado a la imposibilidad de concitar una declaración aunque sea llena de lugares comunes son muy elocuentes de la ineficacia de aquella estrategia. Más sensato, más razonable, pero sobre todo, más realista me parece interpretar que somos un país medianamente serio, con buenos indicadores en varios frentes y, sobre todo, un buen anfitrión: acá la gente es muy querida. Lo demás son delirios de la burbuja bogotana.
Publicado en El Mundo, Medellín, 27 de abril de 2012.

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