Tragicomedia
La declaratoria de nulidad de la elección de la Fiscal es una tragicomedia en tres actos que retrata bien nuestra actual situación judicial y política.
Primer acto: Ira e intenso dolor. La Corte Suprema de Justicia no quiso elegir un Fiscal General de la Nación de la terna presentada por el presidente Uribe. Fue un hecho notorio pero, como son abogados, se valieron de argucias para justificarlo. Fue así como el mismo magistrado que notificó al país de que estábamos en el “siglo de los jueces”, fue el que reclamó una y otra vez que el nuevo Fiscal debía ser penalista. Es decir, en la Corte se inventaron un requisito para ser Fiscal que no está contemplado en la Constitución, y así le dieron largas al asunto. Con calculada mezquindad, hicieron renunciar a los de la terna que no les gustaban. Hubo quien estuvo hasta un año en capilla, hasta que las finanzas personales dijeron no más. Comprensible. Y a pesar de que la opinión publicada le daba la razón a la Corte, justificando su actitud antidemocrática porque estaban muy ofendidos con Uribe por las chuzadas del DAS, la verdad de a puño es que el Presidente modificó varias veces la terna para ver si lograba obtener la caprichosa aprobación de los togados.
Segundo acto: La chambonada. Luego de más de un año en el que el país le pedía a gritos que cumpliera con su deber constitucional, la Corte por fin lo hizo. Pero como quedó claro hace poco, cuando se conocieron las actas de aquellas sesiones, la mayoría lo hizo acudiendo a una dudosa interpretación de su propio reglamento. Pues según reveló el presidente de la época, “la Corte se compone potencialmente (¡!) de 23 magistrados”. Es decir, como en ese momento sólo habían 18 magistrados, se podía interpretar que las dos terceras partes no eran 16 sino 14, precisamente los votos que obtuvo Viviane Morales. Algunos dejaron constancia de que iban a transgredir el reglamento únicamente por esa vez, como si la gravedad de las injusticias fuera cuestión de números y no de principios. Intuyeron qué podía ocurrir: la intranquilidad que acompaña a quien hace las cosas mal.
Tercer acto: El ‘articulito’ salvador. Aunque el Presidente Santos cambió la terna –¡otra vez!– para ver si así satisfacía los requerimientos caprichosos de los magistrados, la mayoría de ellos realizaron una elección viciada, en la que, según el Consejo de Estado, desconocieron su propio reglamento. Es decir, vino otro órgano judicial y le dio la razón a los cinco magistrados que no se prestaron para la farsa aquella noche nefasta. Entre tanto, la idoneidad de la Fiscal había sido puesta en entredicho meses atrás por la injerencia en su despacho de su cónyuge. Pero como estamos en Colombia, esta tragicomedia termina con que la Fiscal que no era penalista no se cayó por sus graves cuestionamientos éticos, a los cuales respondió –cuando tuvo a bien hacerlo– con desidia y autosuficiencia. La Fiscal se cayó por la interpretación judicial de un articulito.
Lo que empieza mal, termina mal. Afortunadamente, en el siglo de los jueces, algunos de ellos tienen la claridad racional y la entereza profesional para poner las cosas en su sitio, aunque para ello, tengan que valerse básicamente de la interpretación de parágrafos e incisos.
Apostilla: ¿Quién va interpretar los artículos e incisos que establecen las sanciones para los responsables de este desbarajuste institucional? ¿La declaración del presidente de la Corte Suprema según la cual jamás actuaron con mala fe los exime de responsabilidad penal o disciplinaria?
Publicado en El Mundo, Medellín, 2 de marzo de 2012.
Primer acto: Ira e intenso dolor. La Corte Suprema de Justicia no quiso elegir un Fiscal General de la Nación de la terna presentada por el presidente Uribe. Fue un hecho notorio pero, como son abogados, se valieron de argucias para justificarlo. Fue así como el mismo magistrado que notificó al país de que estábamos en el “siglo de los jueces”, fue el que reclamó una y otra vez que el nuevo Fiscal debía ser penalista. Es decir, en la Corte se inventaron un requisito para ser Fiscal que no está contemplado en la Constitución, y así le dieron largas al asunto. Con calculada mezquindad, hicieron renunciar a los de la terna que no les gustaban. Hubo quien estuvo hasta un año en capilla, hasta que las finanzas personales dijeron no más. Comprensible. Y a pesar de que la opinión publicada le daba la razón a la Corte, justificando su actitud antidemocrática porque estaban muy ofendidos con Uribe por las chuzadas del DAS, la verdad de a puño es que el Presidente modificó varias veces la terna para ver si lograba obtener la caprichosa aprobación de los togados.
Segundo acto: La chambonada. Luego de más de un año en el que el país le pedía a gritos que cumpliera con su deber constitucional, la Corte por fin lo hizo. Pero como quedó claro hace poco, cuando se conocieron las actas de aquellas sesiones, la mayoría lo hizo acudiendo a una dudosa interpretación de su propio reglamento. Pues según reveló el presidente de la época, “la Corte se compone potencialmente (¡!) de 23 magistrados”. Es decir, como en ese momento sólo habían 18 magistrados, se podía interpretar que las dos terceras partes no eran 16 sino 14, precisamente los votos que obtuvo Viviane Morales. Algunos dejaron constancia de que iban a transgredir el reglamento únicamente por esa vez, como si la gravedad de las injusticias fuera cuestión de números y no de principios. Intuyeron qué podía ocurrir: la intranquilidad que acompaña a quien hace las cosas mal.
Tercer acto: El ‘articulito’ salvador. Aunque el Presidente Santos cambió la terna –¡otra vez!– para ver si así satisfacía los requerimientos caprichosos de los magistrados, la mayoría de ellos realizaron una elección viciada, en la que, según el Consejo de Estado, desconocieron su propio reglamento. Es decir, vino otro órgano judicial y le dio la razón a los cinco magistrados que no se prestaron para la farsa aquella noche nefasta. Entre tanto, la idoneidad de la Fiscal había sido puesta en entredicho meses atrás por la injerencia en su despacho de su cónyuge. Pero como estamos en Colombia, esta tragicomedia termina con que la Fiscal que no era penalista no se cayó por sus graves cuestionamientos éticos, a los cuales respondió –cuando tuvo a bien hacerlo– con desidia y autosuficiencia. La Fiscal se cayó por la interpretación judicial de un articulito.
Lo que empieza mal, termina mal. Afortunadamente, en el siglo de los jueces, algunos de ellos tienen la claridad racional y la entereza profesional para poner las cosas en su sitio, aunque para ello, tengan que valerse básicamente de la interpretación de parágrafos e incisos.
Apostilla: ¿Quién va interpretar los artículos e incisos que establecen las sanciones para los responsables de este desbarajuste institucional? ¿La declaración del presidente de la Corte Suprema según la cual jamás actuaron con mala fe los exime de responsabilidad penal o disciplinaria?
Publicado en El Mundo, Medellín, 2 de marzo de 2012.
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