Humanitarismo

La ex senadora Piedad Córdoba sugirió que las Farc estaban prestas a liberar a un grupo de secuestrados, pero el operativo que concluyó con la muerte de ‘Alfonso Cano’ lo frustró. También sugirió que no es seguro que las Farc hayan fusilado a los cuatro uniformados. Ya sabemos que ella no sólo desafía nuestra tolerancia, sino también el sentido común.

Pero llama atención que otros, que uno supondría mejor informados y sin intereses o ideologías en juego, difundan confusiones semejantes. Y es que, el Arzobispo de Cali, Monseñor Darío de Jesús Monsalve, ha planteado la siguiente pregunta: “¿Por qué no trajeron vivo, por ejemplo, a Alfonso Cano, cuando se dieron todas las condiciones de desproporción absoluta y de sometimiento y reducción a cero de un hombre de más de sesenta años, herido, ciego, sólo?”. Por supuesto, la pregunta sugiere que a Cano lo ejecutó el Ejército pudiendo traerlo esposado. Puesto en estos términos, Cano parecería haber sido un apacible campesino que se dedicaba a ordeñar y a cultivar papa y que, una noche, las fuerzas del Estado lo sorprendieron en su rancho para ejecutarlo a mansalva. Como se ve, el humanitarismo apela básicamente al sentimentalismo y al simplismo. Su lógica recuerda el “síndrome del raponero”: una vez lo capturan, la gente empieza a gritar que lo suelten. 

¿Por qué para algunos en el país es tan difícil asumir que la guerra desata un espiral de muerte y violencia que se debe afrontar militarmente y no sólo con buenas intenciones? ¿No se juegan la vida, al todo o nada, quienes llevan décadas en el monte y creen tener la justificación necesaria para no dar un paso atrás? ¿Por qué el hecho de que existen dos bandos enfrentados militarmente llevaría a equipararlos políticamente, como si el Estado no representara legítimamente a todos los ciudadanos? ¿Por qué la exigencia de humanitarismo y respeto por la vida se suele enfocar más en los “luchadores” insurgentes y no en quienes defienden la institucionalidad? ¿Por qué en este aspecto no se insiste en la misma equiparación militar?

La guerra que libra el Estado colombiano contra la guerrilla es una guerra justa y legítima. Es, por lo demás, la respuesta lógica y razonable de quienes tienen el deber constitucional y moral de velar por la vida, la integridad y la dignidad de todos los ciudadanos. Por eso, aunque militarmente haya dos bandos en disputa –el Estado y la guerrilla–, la equiparación no puede trascender del plano militar al plano político y ético. Es decir, aunque son dos, no son iguales. El Estado combate legítimamente a quienes no se someten a su autoridad democrática y la subvierten en armas. Pero además, históricamente ha mostrado disposición a encontrar caminos para concederles un espacio en la vida civil a quienes desistan de dicho camino. Algo que podría negarse a hacer válidamente, pues es una (y no la única) de las vías posibles. Por eso resulta desfasado que algunos defensores del acuerdo humanitario lo propongan como un imperativo político y moral, o que insistan en declarar que esta guerra es inmoral.

Cuando escucho a algún Obispo opinando sobre la política del país, recuerdo aquello que advertía Tocqueville sobre las religiones: que deben contenerse dentro de los límites que le son propios y no tratar de salir de ellos, porque, queriendo extender su poder más allá de las materias religiosas, se exponen a no ser creídas en ningún punto.

Apostilla: Presidente Santos, ¿cuándo nos va contar quiénes están detrás de las “manos negras” de las que Usted tanto habla?

Publicado en El Mundo, Medellín, 9 de diciembre de 2011.

Bogotá, 8 de diciembre de 2011.

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