¿Y la ruptura?
Desde el mismo día de la toma de posesión de Juan Manuel Santos, varios analistas y comentaristas pronosticaron la ruptura de las relaciones entre el Presidente y su antecesor, Álvaro Uribe. Luego de cinco meses tal rompimiento no se ha dado. ¿Qué pasó? ¿Estamos ante otro caso de análisis acomodaticios y convenientes, o sencillamente, ante un despiste bienintencionado?
La última prueba que esgrimen quienes han presagiado la ruptura consiste en la intención de Uribe de intervenir en las próximas elecciones locales y regionales, ya sea como candidato o como jefe natural de La U y los conservadores, alineando sus fuerzas y apoyando candidatos. “Que está montando un poder paralelo”, dicen. “Que quiere manejar los hilos del partido de La U a Santos, su líder natural”, se quejan. “Que la cuerda se podría reventar”, escriben reiterativamente otros, como si así se fuera a cumplir.
Voy a proponer dos tesis en esta discusión. Primera, como todos los ex presidentes, Uribe ejercerá su propia influencia, no se retirará, pues tal cosa no existe. Salvo Belisario Betancourt, todos los ex presidentes constituyen factores reales de poder, mueven influencias, apadrinan liderazgos, opinan públicamente y, a su modo, defienden su mandato. Ciertamente, Uribe parece haber escogido un camino que le deparará más exposición pública y mayor riesgo de ser derrotado que estar tras bambalinas o en el exterior. Pero eso no lo hace muy diferente de los demás miembros del club.
Es un error considerar que la única forma de ejercer influencia en la política es mediante los votos. Miope es considerar que los ex presidentes se deben retirar al terminar su período. No lo ha hecho Felipe González, ni Aznar, ni Bachelet, ni Lagos, ni Blair. De allí que, quienes critican la decisión de Uribe están en todo su derecho (personalmente, también preferiría que jugara un rol diferente). Pero desconocen que los líderes políticos exitosos viven para ejercer poder y mantener influencia en la vida pública. ¿O esperaban que un ex presidente con un 80% de popularidad y una persecución judicial en marcha se refugiara durante años a escribir sus memorias?
Segunda, Santos y Uribe no se distanciarán, al menos, públicamente. No veo porqué lo harían. Se equivocan también quienes sólo ven cambios y diferencias entre lo que va de Santos y los ocho años de Uribe. Acá, nuevamente, aparece la sospecha de los análisis convenientes (o despistados). Ciertamente, en buena hora, ha habido algunos timonazos. Pero más en el estilo que en la orientación de fondo de un gobierno que viene siendo continuista en lo esencial: seguridad, economía y lo social. De cualquier forma, aún es temprano para juzgar el gobierno santista.
Además de que Uribe podría ser el rival interno más fuerte de Santos, a éste le queda muy difícil contrariar políticas que él mismo impulsó siendo ministro. Al mismo tiempo, a Uribe no le conviene distanciarse de quien depende de que sus políticas más exitosas sigan vigentes. Entonces, ¿por qué se distanciarían? ¿Por qué Uribe maneje los hilos de La U y los conservadores? ¿Acaso Santos lo puede hacer? Además de que un anacrónico artículo constitucional lo inhabilita para ello, tampoco lo necesita, prefiere, por ahora, pegar la Unidad Nacional con los liberales y Cambio Radical.
El unanimismo que esperan ciertos analistas y comentaristas en torno al Presidente no es realista (¿qué tal como cuestionan a los congresistas que plantean críticas a los proyectos de ley del Gobierno?). Pero sobretodo revela un exceso de gobiernismo, por lo demás, incauto y sospechoso. Los repetidos anuncios de la ruptura entre Santos y Uribe desconocen que, en la política, sí hay cama para mucha gente.
Apostilla: En el libro Casi toda la verdad de María Isabel Rueda, la entrevista a Felipe López es la más interesante. Sólo que no parece el dueño de Semana.
Publicado en El Mundo, Medellín, 13 de enero de 2011.
Bogotá, 12 de enero de 2011.
La última prueba que esgrimen quienes han presagiado la ruptura consiste en la intención de Uribe de intervenir en las próximas elecciones locales y regionales, ya sea como candidato o como jefe natural de La U y los conservadores, alineando sus fuerzas y apoyando candidatos. “Que está montando un poder paralelo”, dicen. “Que quiere manejar los hilos del partido de La U a Santos, su líder natural”, se quejan. “Que la cuerda se podría reventar”, escriben reiterativamente otros, como si así se fuera a cumplir.
Voy a proponer dos tesis en esta discusión. Primera, como todos los ex presidentes, Uribe ejercerá su propia influencia, no se retirará, pues tal cosa no existe. Salvo Belisario Betancourt, todos los ex presidentes constituyen factores reales de poder, mueven influencias, apadrinan liderazgos, opinan públicamente y, a su modo, defienden su mandato. Ciertamente, Uribe parece haber escogido un camino que le deparará más exposición pública y mayor riesgo de ser derrotado que estar tras bambalinas o en el exterior. Pero eso no lo hace muy diferente de los demás miembros del club.
Es un error considerar que la única forma de ejercer influencia en la política es mediante los votos. Miope es considerar que los ex presidentes se deben retirar al terminar su período. No lo ha hecho Felipe González, ni Aznar, ni Bachelet, ni Lagos, ni Blair. De allí que, quienes critican la decisión de Uribe están en todo su derecho (personalmente, también preferiría que jugara un rol diferente). Pero desconocen que los líderes políticos exitosos viven para ejercer poder y mantener influencia en la vida pública. ¿O esperaban que un ex presidente con un 80% de popularidad y una persecución judicial en marcha se refugiara durante años a escribir sus memorias?
Segunda, Santos y Uribe no se distanciarán, al menos, públicamente. No veo porqué lo harían. Se equivocan también quienes sólo ven cambios y diferencias entre lo que va de Santos y los ocho años de Uribe. Acá, nuevamente, aparece la sospecha de los análisis convenientes (o despistados). Ciertamente, en buena hora, ha habido algunos timonazos. Pero más en el estilo que en la orientación de fondo de un gobierno que viene siendo continuista en lo esencial: seguridad, economía y lo social. De cualquier forma, aún es temprano para juzgar el gobierno santista.
Además de que Uribe podría ser el rival interno más fuerte de Santos, a éste le queda muy difícil contrariar políticas que él mismo impulsó siendo ministro. Al mismo tiempo, a Uribe no le conviene distanciarse de quien depende de que sus políticas más exitosas sigan vigentes. Entonces, ¿por qué se distanciarían? ¿Por qué Uribe maneje los hilos de La U y los conservadores? ¿Acaso Santos lo puede hacer? Además de que un anacrónico artículo constitucional lo inhabilita para ello, tampoco lo necesita, prefiere, por ahora, pegar la Unidad Nacional con los liberales y Cambio Radical.
El unanimismo que esperan ciertos analistas y comentaristas en torno al Presidente no es realista (¿qué tal como cuestionan a los congresistas que plantean críticas a los proyectos de ley del Gobierno?). Pero sobretodo revela un exceso de gobiernismo, por lo demás, incauto y sospechoso. Los repetidos anuncios de la ruptura entre Santos y Uribe desconocen que, en la política, sí hay cama para mucha gente.
Apostilla: En el libro Casi toda la verdad de María Isabel Rueda, la entrevista a Felipe López es la más interesante. Sólo que no parece el dueño de Semana.
Publicado en El Mundo, Medellín, 13 de enero de 2011.
Bogotá, 12 de enero de 2011.
Comentarios
Para la muestra un botón.
Uno y otros me parecen equivocacos.
Otra cosa que hay que considerar es que uno no puede distinguir entre el discurso de los uribistas recalcitrantes y Uribe mismo. Lea lo que escribe sobre los dos temas algidos en Twitter, y verá que el discurso es esencialmente en mismo (tanto en forma como contenido) que el de un Yamhure o un José Obdulio...
Por otro lado, me parece claro que la diferencia esencial entre Uribe y Santos está en el talante de cada uno: aquél es conservador, éste liberal. Eso explicará las diferencias que habrá.
Cordial saludo.