¿Qué hacer con Chávez?
Si uno lee la prensa nacional de estos días, y desconoce el detalle de los acontecimientos, creería que quien rompió las relaciones diplomáticas fue Colombia, y no Venezuela. El grueso de la opinión publicada parecería razonar de este modo: tenemos un vecino rico y voluble. Hacerlo enojar –aunque tengamos razón– conlleva males básicamente para nosotros. Luego, es mejor no hacerlo, cueste lo que cueste: será menos de que lo que perderíamos. Lo que me sorprende es que este razonamiento se da ¡once años después! de que Chávez llegó al Palacio de Miraflores, y cuando todo apunta a que su gobierno, cada vez más tiránico, será infinito, y que su estilo lenguaraz, impulsivo, folclórico y populista se mantiene incólume. Entonces, ¿por qué esta forma de pensar?
Por complejo nacional, y por una visión equivocada de la diplomacia. Lo del complejo nacional es una suerte de temor colectivo a la enemistad. Tenemos tantos enemigos internos, parece ser el razonamiento, que para qué ganarse otros externos (más aún si siempre amenazan con la guerra). En dicho complejo se cuelan también algunos que critican al Presidente en todo lo que haga. Si invita a Chávez a mediar, que no es coherente; si lo saca, que peor; si se llevan bien, que no se han resuelto los problemas de fondo; si lo confronta, que para qué si sabíamos lo que iba a pasar. El complejo nacional lleva a que palabras como dignidad u honor suenen huecas. Más aún, se interpretan como formas políticas de justificar autoritarismos, lo que da lugar a una despistada comparación en la cual, Chávez, Castro y Uribe quedan en la misma balanza. Quisiera saber cómo se relacionarían quienes opinan así, con alguien que no baja a su interlocutor de mentiroso, mafioso y paramilitar. La actitud básica del complejo nacional lleva a valorar más unos pesos (ya sé que son muchos) que la defensa de los principios constitucionales.
La otra razón es la falsa idea que tienen ciertos formadores de opinión sobre la diplomacia. La diplomacia es vista por estos como buenas maneras, acuerdos de intereses, disputas civilizadas. En eso, por supuesto, no se equivocan. El yerro consiste en pensar que la diplomacia es sólo eso, y entenderla como algo opuesto de suyo a la confrontación, aunque esta sea dialéctica, civilizada e institucional. Hace tiempo argumenté sobre el efecto disuasivo y de contención que ha tenido la estrategia de Uribe de confrontar a Chávez en foros internacionales enrostrándole sus vínculos con las Farc. En este sentido, las reuniones de Santo Domingo, Bariloche y Washington siguen una línea de continuidad, evidencian un estilo, ponen de presente una estrategia: confrontar diplomáticamente para visibilizar el problema, haciéndolo de cara a la comunidad internacional, de forma que el Coronel se deslegitime interna y externamente, y así modere, al menos temporalmente, su apoyo descarado a la guerrilla. Que Chávez no haya vuelto a pedir beligerancia para las Farc se debe a esto.
Cierta opinión publicada razona con el buenismo de que la diplomacia conlleva abrazos y acuerdos, aunque, aclaran con realismo, no siempre sean sinceros. Pero ignora sobre todo que, para llevarse bien con otro, hacen falta dos voluntades. Y acá hemos visto que Colombia es la excusa perfecta que Chávez utiliza y utilizará para mantener cohesionadas a sus obnubiladas huestes, sobre todo mientras sean más visibles las grietas de su régimen. Con Chávez está ocurriendo algo similar a lo que pasaba hace años con las Farc, y es que muchos se rompían la cabeza pensando cómo hacer para que dialogaran, mientras éstas siempre daban portazos. Lenguaje elocuente, ¿o no?
¿Qué hacer con Chávez? Por ahora, lo que ha hecho Uribe: confrontarlo y ponerlo en evidencia. Cuando quiera normalizar la situación, acá estaremos. Ahora que todas las cartas están sobre la mesa, Juan Manuel Santos tiene el camino allanado. Pero sólo será por un tiempo, porque aquél volverá a sus andanzas. Si no, pregúntenle a Obama, con quien Chávez adecuó el mismo discurso anti-Bush.
Apostilla: Sugiero que el libro de Íngrid Betancurt se utilice en los programas de Sicología como testimonio de una patología post-secuestro. Al menos así alguien lo leerá.
Barranquilla, 26 de julio de 2010.
Publicado en El Mundo, Medellín, 29 de julio de 2010.
Por complejo nacional, y por una visión equivocada de la diplomacia. Lo del complejo nacional es una suerte de temor colectivo a la enemistad. Tenemos tantos enemigos internos, parece ser el razonamiento, que para qué ganarse otros externos (más aún si siempre amenazan con la guerra). En dicho complejo se cuelan también algunos que critican al Presidente en todo lo que haga. Si invita a Chávez a mediar, que no es coherente; si lo saca, que peor; si se llevan bien, que no se han resuelto los problemas de fondo; si lo confronta, que para qué si sabíamos lo que iba a pasar. El complejo nacional lleva a que palabras como dignidad u honor suenen huecas. Más aún, se interpretan como formas políticas de justificar autoritarismos, lo que da lugar a una despistada comparación en la cual, Chávez, Castro y Uribe quedan en la misma balanza. Quisiera saber cómo se relacionarían quienes opinan así, con alguien que no baja a su interlocutor de mentiroso, mafioso y paramilitar. La actitud básica del complejo nacional lleva a valorar más unos pesos (ya sé que son muchos) que la defensa de los principios constitucionales.
La otra razón es la falsa idea que tienen ciertos formadores de opinión sobre la diplomacia. La diplomacia es vista por estos como buenas maneras, acuerdos de intereses, disputas civilizadas. En eso, por supuesto, no se equivocan. El yerro consiste en pensar que la diplomacia es sólo eso, y entenderla como algo opuesto de suyo a la confrontación, aunque esta sea dialéctica, civilizada e institucional. Hace tiempo argumenté sobre el efecto disuasivo y de contención que ha tenido la estrategia de Uribe de confrontar a Chávez en foros internacionales enrostrándole sus vínculos con las Farc. En este sentido, las reuniones de Santo Domingo, Bariloche y Washington siguen una línea de continuidad, evidencian un estilo, ponen de presente una estrategia: confrontar diplomáticamente para visibilizar el problema, haciéndolo de cara a la comunidad internacional, de forma que el Coronel se deslegitime interna y externamente, y así modere, al menos temporalmente, su apoyo descarado a la guerrilla. Que Chávez no haya vuelto a pedir beligerancia para las Farc se debe a esto.
Cierta opinión publicada razona con el buenismo de que la diplomacia conlleva abrazos y acuerdos, aunque, aclaran con realismo, no siempre sean sinceros. Pero ignora sobre todo que, para llevarse bien con otro, hacen falta dos voluntades. Y acá hemos visto que Colombia es la excusa perfecta que Chávez utiliza y utilizará para mantener cohesionadas a sus obnubiladas huestes, sobre todo mientras sean más visibles las grietas de su régimen. Con Chávez está ocurriendo algo similar a lo que pasaba hace años con las Farc, y es que muchos se rompían la cabeza pensando cómo hacer para que dialogaran, mientras éstas siempre daban portazos. Lenguaje elocuente, ¿o no?
¿Qué hacer con Chávez? Por ahora, lo que ha hecho Uribe: confrontarlo y ponerlo en evidencia. Cuando quiera normalizar la situación, acá estaremos. Ahora que todas las cartas están sobre la mesa, Juan Manuel Santos tiene el camino allanado. Pero sólo será por un tiempo, porque aquél volverá a sus andanzas. Si no, pregúntenle a Obama, con quien Chávez adecuó el mismo discurso anti-Bush.
Apostilla: Sugiero que el libro de Íngrid Betancurt se utilice en los programas de Sicología como testimonio de una patología post-secuestro. Al menos así alguien lo leerá.
Barranquilla, 26 de julio de 2010.
Publicado en El Mundo, Medellín, 29 de julio de 2010.
Comentarios
Un saludo, Juan A.
En cuanto a calificar a Chávez de lenguaraz e impulsivo estoy completamente de acuerdo, pero añadiría que Uribe no se queda atrás en merecer estos calificativos, para la muestra el día de ayer no tuvo problema nuestro jefe de estado en calificar de prevaricador al magistrado Yesid Ramírez, sin ningún fundamento, simplemente en respuesta a la solicitud de la Corte S. de J. a la fiscalía para que inicie investigación a los prósperos y cuestionados empresarios hijos de nuestro señor presidente.