Pensando a Arequipa
LA CIUDAD, MORADA DE TODOS


Una de las cosas más apasionantes que podemos hacer los ciudadanos es pensar la ciudad. Esto es, reflexionar, analizar, criticar, cuestionar y proponer alternativas acerca del ámbito público en el que intervenimos directamente. Parece obvio añadir que lo que suceda con éste nos afecta inexorablemente. Para nosotros, este ámbito próximo es Arequipa, como ciudad, como lugar histórico. Invito a lector a hacerlo, y le ofrezco un estímulo a partir de dos aspectos: la seguridad y el centro histórico.

La seguridad, tarea de todos

En nuestro tiempo, la inseguridad es un reclamo común entre la ciudadanía arequipeña, peruana y global. Ya es de Perogrullo, aunque no por ello menos dramático, señalar que el Estado moderno no está cumpliendo la clásica función que le atribuyera Thomas Hobbes de salvaguardar la vida y tranquilidad de los ciudadanos. Para demostrarlo, basta mirar nuestros barrios residenciales: lugares cerrados arbitraria pero razonablemente por rejas y muros que se multiplican cada día y que van generando sociedades en las que el temor y la incertidumbre juegan un papel preponderante. Sociedades a dos vías, como las llamó Bauman, en las cuales, uno es el ritmo de vida y las condiciones dentro de los lugares protegidos y aparentemente seguros; y otra es la sociedad exterior que parece oscilar incesantemente entre la anarquía y la inseguridad.

Quizás muchos nos hemos acostumbrado a este esquema de vida. Algunos dirán que no hay otra alternativa. Pero no se puede dejar de soslayar el profundo impacto que ello produce en la sociedad, minando la formulación de propósitos comunes ante los cuales toda la ciudadanía –sin distinción– participe y colabore. Además, no se puede perder de vista que la lógica de tal situación es problemática, pues a ese paso, tendremos en un futuro quizás no muy lejano un vigilante por cada familia apostado en la puerta de cada casa las 24 horas del día. Esto ya sucede en varias residencias.

El problema de la inseguridad no es cuestión exclusiva de las autoridades. Es cierto que el estado de cosas actual se debe en buena medida a la corrupción y a la negligencia de los funcionarios respectivos. Pero una ciudad segura no es necesariamente aquella que tiene policías y vigilantes privados en cada esquina.

Una ciudad segura es una ciudad en la cual cada uno está comprometido con la situación pública del vecino. En la que hay denuncia –formal e informal– de los actos delictivos y ésta es eficaz. En la que hay solidaridad y ayuda concreta con quienes sufren de la acción de los maleantes. Asimismo, en la que las autoridades hacen su parte: depuración de miembros corruptos y conniventes con el delito, exigencia de resultados tangibles a las fuerzas policiales, mejor preparación y capacitación en los distintos niveles, e incentivos económicos y laborales que contrarresten la deshonestidad como conducta común.

La potenciación del centro histórico

Un sillar que engalana la ciudad, unos adoquines que son testigos del inexorable paso del tiempo, unas construcciones arquitectónicas que recuerdan que la ciudad existe vigorosamente desde hace más de cuatro siglos y que fue depositaria del buen gusto artístico y arquitectónico de los colonizadores y evangelizadores españoles… Y todo ello bajo un esplendoroso cielo azul que pareciera nunca cansarse de conmovernos con su belleza son algunos de los ingredientes del centro histórico de la ciudad.
Pero, ¿lo estamos aprovechando lo suficiente?

¿Por qué no pensar en hacer algunas calles exclusivamente peatonales? ¿O por lo menos en algunas horas del día? ¿Por qué no hacer del centro un lugar limpio, seguro y apto para pasear y compartir en familia?

Indudablemente el centro es uno de los mayores atractivos turísticos de Arequipa. Su potenciación traerá buenos dividendos para propios y extraños. Por eso, asumirlo como objeto de análisis es un aspecto decisivo para que se desarrollen iniciativas que reconozcan su valor.

Así pues, hay mucho por hacer, corregir y potenciar. Estoy convencido que una ciudadanía crítica y participativa redundará en unas mejores autoridades públicas.
Publicado en la Revista Surrealista, # 3, Arequipa 2007, p. 21.

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