UNA GENERACIÓN DESENCANTADA
Hace unos días, el diario El Comercio publicaba una entrevista con Santiago Roncagliolo, uno de los escritores más difundidos en los medios de comunicación durante los últimos meses pues ganó el premio Alfaguara 2006 con su novela Abril Rojo.
En la conversación del autor con la periodista se abordan varios temas: el terrorismo, su actual vida en España, el papel del escritor y la que podríamos describir como su actitud existencial ante la realidad, la del escepticismo o, como él lo describe, la del cinismo. Esto último me dejó pensando, quizás un poco intranquilo. Allí se leía: “He visto a la gente hacer tantas bestialidades por sus ideales que prefiero que no tengan ideales, que se sienten y negocien. Cuando alguien me dice que está emprendiendo una cruzada porque quiere pagar menos impuestos, lo comprendo. Cuando empieza a decir que lo hace en nombre de la justicia, la patria, el bien, tiemblo”.
Su desconfianza hacia los ideales y los que el filósofo Lyotard llamara los “metarrelatos” o grandes explicaciones de la realidad pareciera ser radical. Por eso señala: “Le temo a los innegociables como Dios, el bien, la justicia y la patria. La verdad prefiero el cinismo como filosofía política”.
El escepticismo o la desconfianza vital del escritor no deja de ser curiosa puesto que le atribuye la falta de ideales de su generación al gobierno de Alan García y a Sendero Luminoso: “Si bien el fenómeno de los descreídos fue mundial Alan y Sendero se dedicaron a dejarnos sin ideales. Alan acabó con la izquierda moderada, Sendero con la más radical, y si tienes en cuenta que los de la izquierda son los que creen en algo, porque la derecha está contenta con lo que hay, pues sí, nos dejaron sin ideales (risas)”.
No es el lugar de entrar en precisiones de teoría política porque quizás no haya que pedirle exactitudes en este campo a un novelista. Cuando lo leí, en un primer momento pensé que de alguna manera Roncagliolo expresaba el sentir de una generación. Creo que en ese sentido, como elemento de diagnóstico de un hecho la entrevista es muy sugerente. Se trata de una generación –diría que no solo peruana sino latinoamericana–, que ha sufrido la violencia y el terrorismo de grupos armados o de entidades estatales. Asimismo ha padecido dictaduras, el populismo y la demagogia de muchos líderes políticos. Si a todo esto se le suma el impacto cultural que ha generado el fenómeno de la posmodernidad con su fuerte renuncia a la verdad, el bien y la belleza como parámetros objetivos de la vida no es difícil encontrarse con personas descreídas, desconfiadas, sin ideales y con una tendencia muy definida a refugiarse en sus propias comodidades y en modelos de vida individualistas que vienen a constituirse como una suerte de escudos ante la realidad que se va haciendo impenetrable en el alma humana.
Ya más críticamente, pensé si esa actitud es justificable. Es decir, si es cierto que el terrorismo y la violencia del mundo actual nos han dejado sin ideales. Porque aunque con matices, grados y coyunturas distintas, es verdad que la humanidad sigue sumida en la violencia y la barbarie. En estos días basta comprobarlo viendo las imágenes que llegan de Irak, Beirut o Israel. Por eso se me ocurre que encontrar en ello una justificación para la resignación y el cinismo es quizás una actitud fácil y simplista.
Como les decía que la entrevista me dejó pensando, medité si es válido en la vida no creer en lo que el escritor llama “los innegociables”, que en el fondo son los absolutos o la Verdad sin más. Creo que cuando no se cree en la verdad, se hace de todo algo negociable, algo consensual y por lo tanto frágil y efímero pues cuando la verdad no está siempre se la sustituye, pero siempre por algo sucedáneo y de menor valor.
Así, curiosamente cuando el ser humano no cree en nada, termina creyendo en todo. Cuando renegamos del fanatismo de los que otros entienden mal y esquizofrénicamente por religión, ideales y verdad, terminamos en un escepticismo en el que nos cuesta creer en algo por lo cual valga la pena vivir, y así, en este triste razonamiento solo queda el cinismo y la frustración.
La frustración de ver un país y un mundo, que, con escépticos y cínicos, difícilmente cambiará.
Arequipa, 1 de Agosto de 2006.
Hace unos días, el diario El Comercio publicaba una entrevista con Santiago Roncagliolo, uno de los escritores más difundidos en los medios de comunicación durante los últimos meses pues ganó el premio Alfaguara 2006 con su novela Abril Rojo.
En la conversación del autor con la periodista se abordan varios temas: el terrorismo, su actual vida en España, el papel del escritor y la que podríamos describir como su actitud existencial ante la realidad, la del escepticismo o, como él lo describe, la del cinismo. Esto último me dejó pensando, quizás un poco intranquilo. Allí se leía: “He visto a la gente hacer tantas bestialidades por sus ideales que prefiero que no tengan ideales, que se sienten y negocien. Cuando alguien me dice que está emprendiendo una cruzada porque quiere pagar menos impuestos, lo comprendo. Cuando empieza a decir que lo hace en nombre de la justicia, la patria, el bien, tiemblo”.
Su desconfianza hacia los ideales y los que el filósofo Lyotard llamara los “metarrelatos” o grandes explicaciones de la realidad pareciera ser radical. Por eso señala: “Le temo a los innegociables como Dios, el bien, la justicia y la patria. La verdad prefiero el cinismo como filosofía política”.
El escepticismo o la desconfianza vital del escritor no deja de ser curiosa puesto que le atribuye la falta de ideales de su generación al gobierno de Alan García y a Sendero Luminoso: “Si bien el fenómeno de los descreídos fue mundial Alan y Sendero se dedicaron a dejarnos sin ideales. Alan acabó con la izquierda moderada, Sendero con la más radical, y si tienes en cuenta que los de la izquierda son los que creen en algo, porque la derecha está contenta con lo que hay, pues sí, nos dejaron sin ideales (risas)”.
No es el lugar de entrar en precisiones de teoría política porque quizás no haya que pedirle exactitudes en este campo a un novelista. Cuando lo leí, en un primer momento pensé que de alguna manera Roncagliolo expresaba el sentir de una generación. Creo que en ese sentido, como elemento de diagnóstico de un hecho la entrevista es muy sugerente. Se trata de una generación –diría que no solo peruana sino latinoamericana–, que ha sufrido la violencia y el terrorismo de grupos armados o de entidades estatales. Asimismo ha padecido dictaduras, el populismo y la demagogia de muchos líderes políticos. Si a todo esto se le suma el impacto cultural que ha generado el fenómeno de la posmodernidad con su fuerte renuncia a la verdad, el bien y la belleza como parámetros objetivos de la vida no es difícil encontrarse con personas descreídas, desconfiadas, sin ideales y con una tendencia muy definida a refugiarse en sus propias comodidades y en modelos de vida individualistas que vienen a constituirse como una suerte de escudos ante la realidad que se va haciendo impenetrable en el alma humana.
Ya más críticamente, pensé si esa actitud es justificable. Es decir, si es cierto que el terrorismo y la violencia del mundo actual nos han dejado sin ideales. Porque aunque con matices, grados y coyunturas distintas, es verdad que la humanidad sigue sumida en la violencia y la barbarie. En estos días basta comprobarlo viendo las imágenes que llegan de Irak, Beirut o Israel. Por eso se me ocurre que encontrar en ello una justificación para la resignación y el cinismo es quizás una actitud fácil y simplista.
Como les decía que la entrevista me dejó pensando, medité si es válido en la vida no creer en lo que el escritor llama “los innegociables”, que en el fondo son los absolutos o la Verdad sin más. Creo que cuando no se cree en la verdad, se hace de todo algo negociable, algo consensual y por lo tanto frágil y efímero pues cuando la verdad no está siempre se la sustituye, pero siempre por algo sucedáneo y de menor valor.
Así, curiosamente cuando el ser humano no cree en nada, termina creyendo en todo. Cuando renegamos del fanatismo de los que otros entienden mal y esquizofrénicamente por religión, ideales y verdad, terminamos en un escepticismo en el que nos cuesta creer en algo por lo cual valga la pena vivir, y así, en este triste razonamiento solo queda el cinismo y la frustración.
La frustración de ver un país y un mundo, que, con escépticos y cínicos, difícilmente cambiará.
Arequipa, 1 de Agosto de 2006.
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